miércoles, 29 de octubre de 2014

HISTORIA Y FICCIÓN HISTÓRICA: EL CASO DE "MIENTRAS LLEGA EL DÍA" NOVELA DE JUAN VALDANO*


                                                                           C. Michael Waag
                                                                   PHD University of Illinois

Entre los mayores logros de “Mientras llega el día”  están las descripciones de varios lugares de Quito de comienzos del siglo XIX donde se lleva a cabo la acción, sean el burdel-escuela de brujería de Candelaria, el interior de varias iglesias, las calles, bodegas y patios de la ciudad, o de la Plaza Grande en un día de tauromaquia. Entre todas las descripciones la más destacada es la del insólito interior del hospicio del convento de la Compañía, donde la acción alcanza el momento determinante. Bajo la influencia de la fatiga de un brebaje administrado por el hermano betlemita que cuida a los internos del hospicio, Pedro Matías comienza a contemplar, a la media luz de un fogón, los macabros detalles del interior del edificio. Como hipnotizado desciende unas escaleras y entra en un mundo que poco a poco va desligándose de la realidad y convirtiéndose en otra dimensión cósmica, la de la muerte.  La primera señal que indica que esta conversión se ha realizado es un intercambio verbal con una mujer viejísima quien dice que sabe todo de su interlocutor asombrado, aunque éste desconoce a la anciana. Aquí tiene lugar el intercambio que, a diferencia del resto del texto, está escrito en forma dialogada. Pedro Matías pregunta:

        “-¿Qué sabes de mí?
-Todo, todo.
        -¿A qué te refieres?
-A todo lo que has sido, a todo lo que sois, a todo lo que serás”. (175)

        Pronto emerge de las tinieblas la sombra de Eugenio Espejo y después de calmarse la admiración de Pedro Matías, los dos entran en una discusión filosófica de corte existencial y a la vez mística. Pedro Matías comprende que le quedan contadas horas de vida, pero sin embargo son horas indispensables y ante todo hay que enfrentarlas, igual que a la muerte, con firmeza. Espejo le ofrece los siguientes consejos:

“Mientras se agota tu plazo es necesario que no trepides ante lo que viene… De la noche más tenebrosa surge siempre el día más radiante… Algo debe morir para que algo resucite. De la muerte propia surge la vida ajena… Esa es ley atroz de la materia que al espíritu repugna. Sin embargo, no todo es polvo. …El verbo creador pervive secretamente en cada fragmento del ser como cálido aliento” (178 – 179)

Rechaza Pedro Matías la idea de que sea un héroe e insiste en que ha querido ser nada más que un simple hombre libre. Pero según Espejo “Decidir ser un hombre libre en tiempos de tiranía es una actitud heroica”. (179). Y más adelante: “Un pueblo que nace necesita tener sus héroes. No te olvides que en el sepulcro del héroe se mece la cuna de un pueblo”. (179). Eugenio Espejo no es el único que viene al encuentro de Pedro Matías en el mundo tenebroso de la muerte. Emerge también la sombra de un hombre vestido de conquistador español del siglo dieciséis. Se trata del antepasado de Pedro Matías, Juan de Ampudia quien participó en la fundación de la ciudad de Quito, o mejor dicho, de la destrucción del Quito indígena y en la violación de las Vírgenes del Sol que encontraron al profanar el templo consagrado a la deidad de los Incas. Después de regañarle por meterse con Espejo, la sombra de Juan de Ampudia urge a su descendiente a cumplir con una supuesta obligación con los de su linaje español: “sois un Ampudia, de mí desciendes y, como tal, debes ser  fiel a tu casta, a mi lema: Servir al rey conquistando, dominando, sojuzgando”. (180)
De pronto aparece otra sombra en cuyo rostro ”las lágrimas habían labrado profundos surcos” (181). Se trata d Mama Nati y en vida era un virgen del Sol del templo de Quito al llegar los españoles. Ella intenta poner otra obligación sobre Pedro Matías.

“¡Véngame hijo y véngate! La sangre de la violada, mi sangre, sigue aún impune, regada sobre la tierra. ¡Ay! Desde aquí oigo un río sonando, un río que nunca termina de pasar. Es la sangre de tanta violación, de tanto flagelamiento mismo de tanta tortura de los hijos de Atagualipa (sic), mis hermanos. Sin memoria de antiguas grandezas, hoy arrastrándose están como gusanos sobre el suelo que en tiempo de los padres fue asiento de su gloria”. (181)

Así se presenta el conflicto heredado desde la generación de la conquista que reside en el subconsciente y condiciona el comportamiento del mestizo. Pedro Matías confronta a estas sombras y toma una decisión que promete dar paso al descarte del bagaje abrumador que, a lo largo de las generaciones, ha impedido la autoaprobación de individuos descendientes de la violencia de la conquista. Dice el protagonista:

“No soy un forzador de pueblos ni un portador de venganzas. Soy simplemente un hombre que ama y que sufre; un hombre que busca justicia y lucha por la libertad… No quiero ser fruto de atávicos rencores. Quiero que mueran en mí las voces del hombre viejo. Quiero ser huérfano de todas las carnes”. (183)

Tomada esta última decisión, Pedro Matías, como hombre mestizo latinoamericano, supera un conflicto al nivel personal, aquel que toda la vida lo acosa y logra, así, un nivel de libertad psicológica que hasta ese momento no había gozado.  Solo lamenta haber demorado hasta los últimos días de su existencia para liberarse del pasado. Al reflejar con el acostumbrado fatalismo que así ha sido su destino, Eugenio Espejo interviene, una vez más, para protestar por esa manera anticuada de pensar y corregirle, desde el punto de vista racional y aun existencial:

“No, Pedro Matías, no hay destinos hechos… Tú mismo trazaste tu camino”. Y al preguntarse el protagonista qué le queda por hacer en las pocas horas restantes de su vida, Espejo le contesta: “Empezar a ser un hombre nuevo. Correr el riesgo de ser libre. Afrontar el nuevo día”. (183 – 184)

Cuando Pedro Matías se despierta de su sueño o andanza en una dimensión más allá de la vida –cualquiera que ésta fuera queda intencionalmente en un plano nebuloso-  cae en manos de su perseguidor, el coronel Bermúdez. Acto seguido es conducido, en las tinieblas de la madrugada,  a un calabozo del cuartel del Real de Lima para internarlo junto a otros patriotas. Sin embargo, ya no es ese mismo hombre que, la noche anterior, buscaba esconderse en el hospicio de los betlemitas. Ya es un hombre transformado: “Sintió dolor en sus muñecas atadas, miró a los soldados que lo custodiaban, aspiró largamente el aire frío y húmedo del atardecer y, en su intimidad, sintió que nunca había sido tan libre como en ese momento”. (186) 

La sección 17, capítulo 6, es la más compleja y más lograda a nivel técnico. Se trata de la conjugación de tres acciones separadas con simultaneidad e imbricación temporal. Un personaje o  grupo de personajes da cohesión a cada acción. La que sirve de trasfondo es el saqueo de la ciudad por los Reales de Lima. El capitán Barrantes presiona a Bermúdez para que cumpla con su promesa de permitir dos horas de saqueo a la ciudad. Bien enterado de la situación y personajes de Quito, Barrantes lleva un cañón a la casa de un tal Cifuentes quien tiene la fama de ser el más rico de la villa. Con un cañonazo tumban la inmensa puerta de roble de la casa, y un rato después de ganar el interior, lanzan un doble disparo de cañón para tumbar una pared que esconde el tesoro del avaro Cifuentes. Al salir Barrantes y sus soldados de la casa violentada, todos ellos con el botín,  comienza a caer un fuerte aguacero sobre la ciudad. Los tres eventos que afectan a la ciudad  entera: el estampido del primer cañonazo, los dos sucesivos que la sacuden un rato después y el aguacero que cae sobre ella, sirven de punto de referencia temporal en las otras líneas de acción. Éstas, a su vez,  están fragmentadas entre sí, pero siempre ligadas a la acción de fondo por las tres referencias. En la segunda línea de acción, el coronel Bermúdez captura, al fin, al cura Coloma después de semanas de perseguirle. Mientras el coronel permite al clérigo enterrar a dos mujeres, víctimas del abuso de los soldados, suenan los dos cañonazos seguidos. El coronel, al escucharlo, maldice a la tropa que ha sacado los cañones sin su permiso y, poco tiempo después, el astuto cura emplea una maniobra para escapar. Bermúdez regresa con las manos vacías del cementerio, lugar desde donde el religioso escapó, furioso por haberse dejado engañar tan fácilmente cuando, en ese instante, comienza a caer el aguacero  para completar así la burla del jefe miliar.

La alcahueta Candelaria protagoniza la tercera línea de acción quien, en ese momento se refugia en el convento de San Francisco. Ella es perseguida por Melchor quien pretende cobrarle su parte en la recompensa que ella ha recibido del presidente de la Audiencia, su amo, por servicios de delatora. En uno de los fragmentos de esta línea de acción, Melchor entra en el convento y explica, ante los circunstantes que allí encuentra, cual es el motivo del estampido de cañón que acaba de oírse en toda la ciudad. La reacción ante esta noticia sirve, a su vez, de transición a un  fragmento de otra línea de acción:

“Están atacando la casa de don Cifuentes –dijo en voz alta un hombre que acababa de entrar.
Candelaria que estaba de espaldas a la puerta, no quiso volver el rostro hacia la entrada. Esa era la voz de su perseguidor; de ello estaba segura y, sin que nadie lo notara, se escabulló con la misma silenciosa agilidad de una rata.
-La casa… ¿de quién has dicho? –preguntó Bermúdez al guardia que atravesó ese momento el umbral del cuartel.
-De Cifuentes, mi coronel.
-Es el tipo de quien se dice que es tan rico que se pudre en plata.” (234)

Varias páginas después, la misma técnica es utilizada para trocar escenas, una vez más. El coronel Bermúdez presencia, en el cementerio, el entierro que oficia el cura Coloma de las dos mujeres, cuando oye el doble cañonazo:

“-¡Malditos hijos de perra! Cómo siguen cañoneando –masculló Bermúdez.
-Ya les dije que el cañonazo es en la casa de don Cifuentes –recordó Melchor a los frailes que dejaron de cantar para escuchar, atemorizados, los estampidos”. (239)

La historia se cuenta, pero con la ficción histórica hay otras posibilidades artísticas, entre ellas, las de demostrar. Al dejar de contar y emplear el recurso de la demostración, el autor de Mientras llega el día logra algunos de sus momentos artísticos. Por ejemplo, cuando regresa el coronel Bermúdez del cementerio, fracasado, humillado y empapado, y se encuentra con Candelaria quien corre y escapa por la escalinata de San Francisco, la detiene y la acusa de haberle defraudado en un asunto de alcahuetería. De ahí, comienza a ofenderla verbalmente y termina por cortarle las faldas con la espada y robarle la bolsa de doblones que llevaba escondida. Aquí, por la demostración directamente ´proporcionada, en vez de la información, el lector conoce mucho acerca del personaje Bermúdez, a nivel sicológico y moral. Al presenciar que así reacciona el coronel ante la humillación que acaba de sufrir, que en vez de cargar con su furia la desplaza sobre una víctima fácil y alcanzable. Una demostración semejante se ve durante una fiesta en la casa del criollo realista Juan Calixto. El coronel insulta a éste al exponer su opinión de que  los criollos son inferiores a los españoles, lo cual toca un nervio sumamente sensible en el criollo Calixto. Pero como éste no puede hacer nada contra el coronel, cae sobre unos sirvientes indígenas que en el patio de la casa han comenzado a festejar. Al instigador de la fiesta improvisada le manda castigar a latigazos.

Como se ha dicho, a la novela histórica se la ha menospreciado porque no es historia ni ficción. Sin embargo, cada una de ellas tiene su obligación primordial que define y diferencia a una de otra. Compete a la historia contar la verdad aunque no sea una verdad creíble, como ocurre muchas veces con los acontecimientos reales. En cambio, compete a la ficción histórica, como a toda obra de ficción, crear la ilusión de verdad, aunque  ésta se base en una verdad de la historia. El problema de la verosimilitud se complica aún más: lo que pudiera parecer verdadero para un lector o una generación de lectores, puede perder verosimilitud para otro lector o generación de lectores. Además, hay acontecimientos verídicos que poco pueden creerse cuando se presentan en la ficción y hay mentiras extravagantes que son completamente aceptables para los lectores más exigentes. (…)

Tal vez la verosimilitud sea especialmente difícil de alcanzar en la ficción histórica porque existe otro texto, la versión netamente histórica de los mismos hechos, que siempre queda al lado como punto de comparación. De todos modos, la ilusión de la verdad se logra a través  de la debida atención y cuidado a todos los niveles de la obra: el punto de vista, el lenguaje y la acción, entre otros. Una de las tentaciones más difíciles de evitar de parte de un autor de ficción histórica es la de permitir a un personaje una visión histórica  del momento ficticio en que vive. En Mientras llega el día hay uno que otro momento en que un personaje parece poseer una comprensión descomunal de un momento, de un hecho o de los motivos de sus propias acciones, una comprensión que solo se podría ganar desde la perspectiva de futuro o desde la contemplación de uno mismo desde el exterior. Aquí, por ejemplo, el coronel Bermúdez habla de sus acciones y motivaciones:

“Apenas me vi de subteniente, pedí ser trasladado a América. Siempre creí que acá se abren tantos caminos para un noble español  empobrecido y olvidado en su tierra, como yo lo fui. Llegué buscando fama y riquezas y ¡vaya! no me ha ido tan mal, aunque espero que me vaya mejor. El haberme casado con la sobrina del virrey del Perú, mejor dicho con su jugosa dote, no es mal negocio. Eso sí que fue dar un braguetazo”. (131) (…)

El control del lenguaje para que aparezca habla de determinado lugar y época también presenta dificultades mayores para la novela histórica, porque no se trata de reproducir el lenguaje que históricamente se hablaba, sino utilizar un lenguaje que, al lector, le parezca el que se hablaba entonces. En un pasaje, Pedro Matías explica  su filosofía progresista al arriero Julián: “La igualdad entre los hijos de esta tierra, te decía, tiene más sentido que en ningún otro pueblo, porque un indígena como vos y un criollo como yo somos, al fin y al cabo, hijos de la misma violencia”. (85) Lo que aquí resalta al oído es una sola palabra: “indígena”, usada como se la usa en este contexto. Si no me equivoco, la costumbre de utilizar la palabra “indígena” -para evitar las connotaciones despectivas de la alternativa indio- fue costumbre que comenzó en la década de los sesenta de este siglo. Si hubiera sido práctica lingüística de hace muchos años atrás, aunque no de  la época ficticia, no se la habría notado.

Es evidente que para escribir Historia hay dejar a un lado la ficción;  y aunque no sea tan evidente, bien puede ser verdad que para escribir la ficción histórica hay que dejar la historia a distancia para dar prioridad a la ilusión y permitir  a los personajes que cobren vida propia, una vida aparte de sus referentes históricos. 
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* Fragmentos del ensayo publicado en la Revista Universidad Verdad. No.6. Universidad del Azuay. Cuenca, agosto de 1990.
(1) Mientras llega el día. Editorial Grijalbo, (Primera edición). Quito, 1990. P. 91. Las citas posteriores se referirán a la edición aquí señalada.


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