Por: Juan Valdano
Al
fin y al cabo, ninguna cosa es como es, sino como se la rememora.
Retóricos de todos los
tiempos han sostenido que entre la Historia y la Épica (epopeya y novela)
existe una discordancia de principio que es irreconciliable. Aristóteles
dictaminó que mientras el campo de la Historia son los hechos reales, el de la Épica
son los inventados. Cervantes aseveró algo semejante. La Historia aspira a reconstruir
el pasado desde una verdad objetiva y documentada; la novela es una ficción que
se construye a partir del libre juego de la imaginación y que, por ser tal, no
apela a soportes documentales ni testimoniales ya que su universo es ficticio. La Historia y la novela entrañan
dos formas de mirar la realidad; la primera se ocupa de los hechos ocurridos en
su singularidad y en su significación particular; la novela se nutre de esa
misma realidad pero vista y sentida en
su universalidad. Capturar la totalidad de un universo humano no es dable para
ningún historiador; su campo de observación es lo público, lo que se
exterioriza en actos y palabras, lo que registran los documentos. Aspiración
propia y legítima de la novela moderna es, en cambio, adentrarse en la
intimidad de lo humano, en la
subjetividad del personaje, esa “terra ignota” del historiador.
Si la Historia y la novela
marchan por caminos separados, el debate sobre la factibilidad de la novela
histórica se planteó en el siglo XIX, cuando escritores como Scott, Hugo y
Dumas publicaron las primeras novelas de este género. En esta disputa retórica,
la Historia se impuso sobre la Literatura, pues para muchos críticos la novela
histórica es poéticamente factible solo si se somete a la “verdad” de la
Historia. En la perspectiva de Lukacs, esta novela es un intento por
“comprender racional y científicamente la peculiaridad histórica del presente y
su origen”. El carácter problemático de los valores se da en la conciencia del
personaje ya que la novela es crítica social, biografía íntima de una sociedad;
algo inalcanzable en el horizonte propio de la Historia.
Entre 1979 y 1992 se publicaron
“El arpa y la sombra”, de Alejo Carpentier, “La guerra del fin del mundo” de
Vargas Llosa, “Los perros del paraíso” de Abel Posse, “Noticias del imperio” de
Fernando del Paso, y otras más, con las que resurgió en América Latina una nueva novela histórica liberada de
servidumbres dogmáticas y designios pedagógicos. El material histórico es
sometido a un proceso de ficción en el que el novelista inventa tramas,
personajes y episodios que frecuentemente desacralizan y contradicen la
historia oficial. Lo suyo es la metaficción; la intertextualidad (Bajtin); la
recurrencia a lo paródico, a lo carnavalesco, la exageración humorística y la
heteroglosia. En síntesis, ver la sociedad del pasado no desde los monumentos
sino desde la intimidad de las alcobas que es donde se gesta el destino de los
pueblos. Al fin y al cabo, ninguna cosa es como es, sino como se la rememora.
.