Por; Juan Valdano
Era madrugada cuando atravesó
la frontera. Liviano de equipaje y en el corazón pesándole el rencor huía de la
dictadura. “Despechado no, pero sí desconsolado y triste me voy. De la tiranía
hemos caído en la barbarie”, escribirá a los suyos. Prometió volver; mas nunca
regresará a la patria. Otros vientos lo llevarán a París donde morirá un día
gris, entre nevadas y abandonos. Cabalgando ligero tordillo había salido de
Tulcán hacia la media noche. La ventisca azotaba su rostro, la neblina borraba
los lindes de un sendero que bordeaba el abismo. Cual un obcecado terrorista llevaba
en su mochila la secreta bomba que había fabricado: los borradores de “Las
catilinarias”. Llegó a Ipiales. El frío y la soledad lo recibieron. Transcurría
diciembre de 1879. Otros desterrados, liberales como él, lo buscaron. No los
recibió. Huraño, ensimismado y misántropo, evitó su trato. Él sabe que muchos lo
huyen, otros lo temen, pocos lo toleran, alguno lo estima. Llegó pobre. La
pluma nada produce; mas, el encono que sentía por el tirano lo mantuvo atento, anheloso
de insulto. Escribió a Alfaro, quien
prosperaba en Panamá; le solicitó ayuda
para publicar su libelo. Alfaro aceptó la propuesta de Juan Montalvo; la
publicación de “Las catilinarias” le cayó de perlas para sus planes políticos. Estuvieron
de acuerdo: será una bomba que demolerá la dictadura de Ignacio de Veintemilla.
“Las catilinarias” son un
apasionado discurso sobe la tiranía y sus efectos en un país como el Ecuador. Para
Montalvo, la tiranía es una plaga que, a través del miedo, suprime la voluntad
y adormece la memoria del ciudadano. Es un mal moral que: a) desencadena
pasiones desordenadas y acciones ilícitas; b) atenta contra la vida de las
personas y c) atropella los bienes del Estado y de los particulares. El léxico
agresivo que Montalvo convoca a las páginas de su libro para convertirlo en
arma de ataque contra Veintemilla no es arbitrario; halla justificación si se
lo explica desde una función semántica: obedece a la idea que el autor tiene del
tirano. De ahí que los insultos, desde el punto de vista del significado, se
orientan por estos tres cauces:1/ Léxico que alude a las “pasiones locas” del
tirano: su irracionalidad (“murciélago”, “caballo”, “monte de carne”), su
concupiscencia y vicios (“dios falo”, “padre de los vicios”, “Ignacio de la
Morcilla”), su torpeza e ignorancia (“mudo”, “Ignacio de los palotes” etc.). 2/
Léxico que alude a la proclividad criminal del tirano (“Ignacio de la Cuchilla”,
“Calígula”, “Buitre blanco”, “Malhechor”, etc.). 3/ Léxico que alude al tirano
como usurpador de la propiedad privada (“Caco”, “Hijo del robo”, “Jestas”,
“Uñas”, “Ignacio Pilla-Pilla, etc.) “No puedo negar que en ocasiones soy un
tigre”, exclamó un día inflado de orgullo y soberbia.
Pero “Las catilinarias” no
son solo una estruendosa catapulta de injurias lanzadas contra un dictador de
opereta. En sus páginas no solo hay agravios y desprecios, no solo es el “libro
de los insultos”, aquellos que “llenan el alma ardorosa de Montalvo”, tal como
en malhadada frase lo celebró Miguel de Unamuno. En esa literatura retórica que
el rector de Salamanca evitó descifrar, está el pensamiento vivo de Montalvo,
su visión del Ecuador del siglo XIX: una sociedad entre la civiización y la
barbarie, están sus conceptos sobre la libertad, el poder, las clases sociales
y la revolución. De todo ello di buena
cuenta en dos de mis libros, en Léxico y
símbolo en Juan Montalvo (1980) y
Palabra en el tiempo (2008).
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