Por: Juan Valdano
Asunto recurrente en el mito
y la leyenda es la búsqueda del progenitor; personaje brumoso que por algún
evento aciago se alejó del hogar. Es una búsqueda del hijo; indagación impulsada
por la nostalgia de quien se siente huérfano y desheredado de un ancestro que,
por sangre y tradición, le corresponde. Es una historia que resurge en relatos
antiguos y modernos de culturas muy diversas; historia que muta sin dejar de
ser la misma: solo cambian los nombres y los ámbitos en los que se mueven los
personajes. Telémaco buscará siempre a Odiseo; Edipo no dejará de indagar su sibilino
ancestro; el Hijo Pródigo no descansará hasta recuperar el abrazo del padre; Juan
Preciado atravesará Comala indagando el paradero de Pedro Páramo. La búsqueda
del padre resulta ser un arquetipo generalmente trágico; el símbolo de la
exploración del propio Yo; la indagación acerca del origen; la eterna pregunta
sobre la identidad: ¿Quién soy?, ¿quiénes somos?
Desde los sosegados días
coloniales hasta los intranquilos de hoy dos rasgos han particularizado a esta
sociedad: el enmascaramiento y la orfandad. De lo primero hablé ya en un artículo
anterior; de lo segundo me ocuparé ahora.
Desde lo íntimo del Yo,
desde el cerco del super-Yo que teje la indeliberada trama de la conducta
cotidiana, el ecuatoriano no es aquel que “empieza en sí mismo” ni “el hijo
de la nada”, como decía Octavio Paz del mexicano; su situación resulta ser más
dramática: es alguien a quien agobia un sentimiento de orfandad, el hijo que
busca al padre, el expósito al que se le niega un lugar en la casa paterna. La
sensación de desamparo era general en la sociedad colonial. El indio, el
mestizo y el criollo vivían, cada uno a su manera, una profunda orfandad que
hacía que todos se sintieran ilegítimos. Luego de la muerte de Atahualpa y ante
el derrumbamiento del panteón aborigen, el indio debió sentirse un ser sin
asidero alguno, ni divino ni humano, huérfano total. El criollo también alimentaba
un sentimiento de orfandad al constatar que la “madre patria” no le trataba con
la deferencia que él esperaba. La lucha de los criollos por reivindicar su
españolismo no es sino un capítulo en esta historia de nuestra búsqueda de
identidad. Sin embargo, el personaje en quien más se acendró un sentimiento de
orfandad fue el mestizo, el huairapamushca
por esencia, evidencia de la culpa y la afrenta. La orfandad del mestizo era
ausencia de padre; el progenitor era ignoto o lejano. En este abandono crece la
imagen de la madre. La relación con la madre es muy fuerte; se sustenta en una cadena
de abnegaciones, silencios, lágrimas furtivas, rencor vago. En esta soledad, el
sentimiento de orfandad crece como un gran vacío, germina la cultura del
lamento. Es en el pasillo, música esencialmente mestiza, donde confesamos todas
nuestras tragedias, traiciones, inconstancias y blasfemias; en síntesis,
nuestra orfandad irredenta.
Publicado en Diario EL COMERCIO. Quito, 20 de diciembre 2013
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