Una visión crítica
de la novela Mientras llega el
día*.
Gloria Riera Rodríguez
Universidad de Cuenca, Ecuador
JUAN VALDANO pertenece a una generación de escritores ecuatorianos que
ha desarrollado una fructífera carrera literaria, concentrada en la
narrativa y en el ensayo. Su formación universitaria, enriquecida con
aportes de la historia, ha nutrido la línea temática de sus obras: un
intenso apego a los discursos históricos, marcado por preocupaciones de
carácter social y cultural. Como ensayista, (1) Valdano ve al
Ecuador como un ente histórico que se ha ido configurando por siglos entre un
cúmulo de coincidencias y discordias internas y externas, en busca siempre
de su definición. Reflexiona sobre las formas de cultura a partir de los
valores e ideologías vigentes en nuestra sociedad. Su novela Mientras llega el día (1990) aparece luego de que el autor
ha rondado por el panorama histórico-literario del país y, mediante él, ha
cuestionado las dimensiones culturales del quehacer literario de la
nación. Sus obras posteriores caminan, de forma similar, por la frontera
verdad/ficción, siempre deseosas de desentrañar los resortes identitarios
de la nación ecuatoriana.
Mientras llega el día (2) se concentra en
los hechos que ocurrieron en el actual Ecuador, el 2 de Agosto de 1810. Lo
que acaeció en dichos momentos, en realidad, fue la consecuencia de una serie
de acontecimientos anteriores que comenzaron con la instalación de la Primera
Junta de Gobierno Soberana en Quito, el 10 de Agosto de 1809. El
antecedente histórico relata que en 1808 llegó a Quito a ocupar el cargo de
Presidente el Conde Manuel Ruiz de Castilla, comandante del pelotón de
ejecución de Túpac Amaru. El 10 de Agosto del siguiente año, un
grupo de quiteños lo destituyen, le comunican la decisión y la
conformación de la Junta Suprema que actuaría sin intervención de la
Corona española. Meses más tarde, Ruiz retomó el poder y todos quienes
habían participado en el movimiento fueron perseguidos, encarcelados y
asesinados en una matanza hartamente recordada, sucedida el 2 de Agosto de
1810.
Desde Pedro Matías
Ampudia, un mestizo de sólida formación intelectual, heredero y discípulo de la
doctrina de Espejo, la trama hilvana una serie de aconteceres enfocados en
la búsqueda de los cabecillas del movimiento que se atrevió a deponer al
representante del gobierno español meses atrás. El militar Bermúdez
encabeza la persecución ya que Montejo –gobernante regente, vetusto y enfermo–
es incapaz de llevar a cabo tal acometido.Mientras tanto, en el ambiente
quiteño, descrito en su cotidianidad, las ideas libertarias están
encendidas como mechas a punto de estallar. Personajes de distinta
raigambre sienten la rabia por la prisión de aquellos líderes y
desean liberarlos como parte de su sentir herido por el dominio español.
Uno de esos personajes populares que destaca es Judith, pareja de Ampudia.
Junto con los demás, urde una serie de hechos para liberar a Ampudia
–capturado ya– y a los demás prisioneros. La recuperación de los
encarcelados, sumada a la vorágine de los soldados de Bermúdez, desemboca
en un cruento episodio que culmina con la muerte de muchos civiles, entre
ellos, Ampudia. ¿Qué connotaciones presenta esta muerte final y los
episodios imaginados por Valdano?, ¿qué novedades trae la reiteración de
un hecho histórico hambrientamente visitado por el archivo?
Es importante partir del
significado que tiene esta “revuelta” en la conciencia histórica
ecuatoriana y con qué perspectiva encarna Valdano el acontecimiento. De
hecho, la forja de la identidad de este país tiene un fuerte cimiento en este
suceso. Quito, Luz de América, capital de los ecuatorianos, ostenta ese inmenso
adjetivo apoyándose en el documento histórico que la convirtió en un
pueblo precursor por antonomasia. Como hecho fundante, ha sido un
acontecimiento que ha concitado también innumerables atenciones del
historiador. Uno de los ejes de estudio ha sido la filiación de los
protagonistas que proclamaron la Primera Junta de Gobierno en 1809 y el
significado posterior del hecho. Las primeras obras históricas dieron por
hecho intangible que las voces preclaras del movimiento eran nobles
quiteños criollos. (3) Esa visión redominó por muchos años. Solo más
tarde, Roberto Andrade en su Historia del Ecuador (1937), desde una
posición menos conservadora, concluye que los verdaderos revolucionarios
de 1809 fueron los sectores populares e intelectuales, y que los criollos
traicionaron la causa libertaria. Manuel María Borrero, en 1962, con
ocasión del sesquicentenario del 10 de Agosto, concluye igualmente que los
héroes de este grito fueron “los letrados y jurisconsultos, los militares
criollos, la gente de poca fortuna, industria y comercio”.(4) No son las
únicas interpelaciones, pero son las que posiblemente inquietaron más a
Valdano. Y lo hicieron porque tras la filiación requerida de los verdaderos
protagonistas del movimiento se apareja un conjunto de contenidos decisorios
que justifican nociones de poder. Es conocido que los herederos directos o
indirectos de los primeros patriotas criollos utilizaron su origen como signo
de casta y prestigio, y es conocido también que las posiciones históricas
muchas veces se enclaustraron en perspectivas conservadoras, defensoras de la
tradición. (5)
En la novela de
Valdano, el movimiento pre-independentista que se narra no es visto como
una manifestación de un incipiente nacionalismo americano de raíces
criollas, sino como un movimiento eclosionado por el ardor de un colectivo
mestizo, que busca superar viejos agravios. Aunque al principio los
criollos llevan la batuta del reclamo, posteriormente ellos traicionan los
anhelos libertarios:
“Yo no le pediría a él ni a ningún criollo
rico un solo céntimo por la causa de la revolución. Buena experiencia
tuvimos con marqueses y marquesitas. Ellos atendieron más a la vanidad que a su
libertad. […] ¿Acaso el pueblo, ese pueblo sucio de los barrios de Quito no
pueden hacer revolución sin contar con los marqueses? […] el pueblo de esta
ciudad no es manso ni sufridor como en otras partes”. (6)
Tal es así que la referencia a
sucesos anteriores como la revuelta de los estancos –de verdadera matriz
popular– es mencionado como un importante referente. En consecuencia, y con una
lúcida visión contrahegemónica, el autor parece decir que el momento que
realmente merece ser recordado no es la Junta inicial promovida por
criollos, sino el valor popular desplegado en los acontecimientos de aquel
lejano 2 de Agosto. Y los héroes que deben recodarse no son los laudados
de siempre, sino un compuesto popular encabezado por su ficcional Ampudia.
En consonancia con esa
visión renovada de la historia, de la revuelta que narra la obra, surgen
los personajes de la novela. Los criollos tan celebérrimos actúan, en la obra,
como personajes secundarios. Los protagonistas son mestizos, indios y
gente del pueblo. El que encabeza el reparto es Pedro Matías Ampudia, hijo
de padre español y madre india. Nació en una cuna totémica, en medio de
cerros y apadrinado por el fuego de los volcanes. Su protagonismo viene a
representar a todas las voces medias, gestoras de la epopeya que marcó el
paso hacia lo que más tarde sería la independencia definitiva. Con esta
figuración, Ampudia, el protagonista de la obra y quien ejecuta y sufre la
mayoría de las peripecias, sería el representante de lo que Lukacs
denominó el “héroe mediano”, (7) un personaje que se encuentra entre
el individuo que se esconde en la masa y el prócer de la nación recordado por
los libros oficiales. Los otros héroes que merecen recordarse son también
populares. En ese conglomerado resalta la astucia de Judith para reprimir
las fuerzas coloniales y atacarlas desde sus puntos débiles: arrogancia y
lujuria. Los mestizos Florencio; Pacho, el sacristán; Pablo Salas,
el escultor de oficio; y todas esas mujeres de fe quienes convocan a esas
voces marginales que la memoria oficial olvidaba y que Valdano celebra. El
autor no olvida mencionar a un personaje indígena, Julián, mensajero
discreto, iluminado, es recreado como un actor con clara conciencia de su
condición y del significado de la revuelta pre-independentista: “Todos los
indios, queremos dejar de ser bestias de carga y si la revolución es libertad
[…] hay esperanzas de que los indios volvamos a ser humanos”. (8) Tan clara es
su percepción de los hechos que, cuando comprende que los ideales de todos los
indígenas se secundarizan, deserta de las lides de los mestizos.
La importancia de estas
alusiones es que coinciden con los modernos estudios históricos que
destacan cómo el Quito de ese entonces se movió con el vaivén que la
agitación social colectiva produjo. En efecto, este período que se
extiende hasta 1812 tiene como seres hegemónicos a los habitantes de
los barrios populares poblados de mestizos y de indios, “en especial San
Roque, San Blas y las carnicerías, en la actual Plaza del Teatro”.(9)
Valdano logra captar esa imagen de convulsión con su texto:
“Grupos de vecinos de cada barrio se han
reunido secretamente y a puerta cerrada en conventos. Todos se preparan para
este viernes. Los herreros están forjando lanzas, espadas, picas, machetes,
cuchillos. Los armeros están desherrumbando trabucos, fabricando escopetas y
los sastres han dejado sus obras habituales y ahora se han puesto a
hilvanar banderas rojas. Quito se ha convertido en una gran fábrica de la
revolución”. (10)
Este ambiente de agitación social que alcanzó hasta la instalación
de la Segunda Junta Soberana, según lo dicen las fuentes, vio morir a
centenares de personas en las calles de la ciudad. La obra rinde culto a esta
presencia al asignarle una preeminencia notable y al concebir su texto desde la
conmoción que generaron los eventos del 2 de Agosto, sustrato de los
acontecimientos posteriores. Un procedimiento retórico ayuda en esta
evocación: la presencia de las coplas que inauguran cada capítulo. Muchas
de ellas son de extracción eminentemente popular. Son voces anónimas
posibles –y reales– que circularon por la capital y están llenas de ese
sentimiento de rebeldía, de sapiencia, instigadoras por ese carácter y
presentes por ese efecto.
Pero Valdano no busca
crear una visión idealizada de los mestizos con el protagonismo que les
asigna. También destaca ese otro lado, el oportunista y vivaracho, el ruin y
cobarde, representado con especificidad en la vieja Candelaria, el
bachiller Guzmán y Melchor. Recordemos que el mestizo no existe como un bloque
homogéneo, ya que no solo puede ser entendido como una categoría biológica sino
también social y cultural, vacilación que toma en cuenta el novelista.
Como categoría identificatoria, el término está cargado de bipolaridad y
contradicciones que el autor muestra al traer a colación ese sentimiento de
vacilación, de duda, de identidad conflictiva, que marca las acciones de
sus personajes. Por eso mismo, esos “otros” mestizos demuestran que la
conciencia revolucionaria no calaba por igual en todos los grupos y que,
unos cuantos (¿muchos?), podían sacrificar todo el afán común por sus
empeños personales. Candelaria, Celestina infortunada, es presa todavía de
una ideología colonial dependiente a medio camino con las nuevas
inquietudes –como el personaje de Rojas, lleno de manchas medievales– y que
exhibirá con ello toda la mentalidad conservadora posterior.A través de Guzmán,
el ilustrado, el que anteponía Bachiller a su nombre,Valdano presenta
una muestra literaria de cómo la incertidumbre identitaria (11) (ese
enfrentamiento entre el ser y la apariencia) podría ser resuelta con el uso del
disfraz, una estrategia que permite ocultar el verdadero rostro.Herencia
patente de Icaza, este chulla asume su identidad desde el arte de la
simulación, entre el ser y no ser. Con ello, Valdano configura una sociedad plural,
donde las formas de asumirse y entenderse se diversifican y, sobre todo,
da a entender cómo adquirir esta conciencia establece las bases ideológicas de
la emancipación de las colonias.
Para explicarlo mejor
regreso a la novela. En ella leemos que, pese a la autopercepción
manifiesta de subyugación que sienten las clases mestizas, se encuentra el
dilema constante de la autodeterminación del mestizo, que divaga entre la
matriz nativa y la matriz colonial. El mestizo es entendido como el ser
bastardo que no sabe si amar su origen o aborrecerlo. Pedro Matías ayuda
de manera precisa al autor para examinar estos resortes. El novelista lo
trabaja –intencionalmente entiendo yo– desde la complejidad de
su identidad. En momentos de la narración pone en su boca la irrebatible
conciencia de su ser mestizo: “Resulta evidente que no soy un hispano como
mi lejano abuelo, don Juan de Ampudia; ni tampoco soy un indio como
mi antepasada mama Nati”. (12) En otros pasajes, Pedro Matías se
asume como criollo: “Él me miró sorprendido, pues no era usual que un
chapetón o criollo ofreciera su mano a un indígena”, (13) e incluso se
describe como descendiente directo de una virgen del sol.
La evocación identitaria
atestigua el verdadero sentido de libertad que añoran las nacientes
repúblicas, porque ¿qué significa para un americano mestizo emanciparse, como
hijo rebelde, de los lazos maternos?, ¿puede en realidad hacerlo?, ¿de qué
o de quién busca marcar distancia? Independencia o justicia, he aquí los
móviles de la acción revolucionaria. Valdano se inquieta con su personaje
porque desea precisar si la independencia debe ser tomada como un afán de
justicia –que busca el mestizo por no ser tratado igual que un español–, o
si es un sentimiento de venganza el que lo alcanza por todos los
desórdenes que sufrió su progenie, su parte india. Luego analiza que la
independencia no puede ser entendida como justicia porque para el indio no
existe cambio en su condición, y que no puede ser venganza porque, como dice el
padre del personaje, un Ampudia no puede vengarse contra sí mismo. Esta
incertidumbre es muy similar a la que vive el Miranda de Romero según lo
revisado. Pedro Matías resuelve el dilema desgajándose de ambas sangres,
llegando a convertirse en un huérfano de todas las sangres.En su resolución fue
factor importante Eugenio Espejo. Aquel, un precursor ilustre de la
independencia del país, emergió como sombra del pasado, y en el delirio y
éxtasis de Ampudia le hizo entender que esas contradicciones y las sombras
inicuas del pasado son las que deben eliminarse: “Hay que exorcizar a los
demonios que surgen de las sombras del pasado, solo así se puede empezar
el nuevo camino de libertad”. (14). Quizá, de esa manera es cómo
Valdano entiende el sentido de la independencia en nuestro presente.La orfandad
que él concita en Pedro, explicada y justificada históricamente, ayuda en
la emancipación. Al apuntar que en la sociedad colonial ese sentimiento de
ausencia del padre era sostenido por el indio, el mestizo y el criollo, y que la
sociedad misma se sentía ilegítima (15) (el indio lo era porque
se había quedado sin su gran protector inca, el criollo porque constataba
cada vez que su “madre patria” no lo trataba con la deferencia que él
aspiraba, y lo era el mestizo por la literal ausencia del progenitor quien
debía cubrir su desliz con la india), invoca una ambición profunda de
dejar de serlo. Luego,la orfandad es la piedra que dará sostén al nuevo orden,
porque implica superar los vestigios de ese olvido paternal y configura a un nuevo
ser, a un ‘otro’ renovado que labra su propio destino y forja una nueva
filiación, de esa manera deja salir el agua estancada de sus angustias que
por tanto tiempo le habían impedido caminar. Vista así, la novela
paraleliza el movimiento político –Independencia– con un movimiento cultural
–mestizaje– para desarrollar una conciencia crítica de lo nacional, que parte
de la autoidentificación del yo frente a la alteridad y se constituye de
esta manera en una estrategia cognoscitiva y ontológica del ser.
Temporalmente hablando,
la novela establece un diálogo constante entre el presente de los
personajes y su futuro, tiempo que es el presente del lector y, en algunos
momentos, también del narrador. En otros episodios, incluso se pierde la
línea que separa el presente del futuro, presente que es para nosotros
pasado. Esta conversación de los tiempos puede ser seguida por dos
caminos. El primero, nos lleva a considerar la historia de lo nacional
desde un pasado que ha seguido una ruta que no puede obviarse para
continuar transitando por él. No se trata de un sentido teleológico, sino
más causal, puesto que ese trecho común nos aúna con el pasado. El segundo
trayecto busca dejar claro el peso de aquellos momentos germinales en la
conciencia de los ciudadanos: recordando a los héroes se mitifica su
acción y se los convierte en seres que todavía modelan a los ciudadanos del
presente, así lo leemos bajo las letras de un claro anacronismo: “Es posible
que morir por una causa justa no sea morir del todo. Al menos nos
recordará la posteridad”. (16)
La obra de Valdano, para
culminar, está más concentrada en un punto geopolítico, a diferencia de la
de Romero, porque establece su bastión con exactitud. Con tal visión,
ancla la fundación de la nación ecuatoriana desde la memoria de los
sucesos trágicos de 1810, no desde el orgullo de la Primera Junta
Soberana. Este dolor está fraguado con preeminencia por la sangre de la
población común, mestiza, chola, que circunda la ciudad y, por supuesto, la
de los criollos. El heroísmo, las virtudes y los sacrificios de
los ancestros de los quiteños se convierten en una gesta que enriquece,
renueva y afirma como grandioso el tan mentado Primer Grito de
Independencia no por los orígenes que lo instalan, sino por el despertar
que propicia en un colectivo. El hecho es digno de rememorarse en cuanto
confirma el rol de la capital en su condición de pionera y en cuanto
considera un interesante punto de vista sobre el significado de la gesta
independentista: “es necesario expulsar la colonia de nuestras almas.
Liberarnos de ella, con todos sus prejuicios y taras, debe ser también
liberarnos de una parte odiosa de nosotros mismos”.(17) Pensar la
Independencia desde una visión contrahegemónica, es ya pensar distinto.
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NOTAS:
1. Su
inquietudes culturales se plasman en ensayos como: “La nación ecuatoriana
como interrogante” (1969), Panorama de las generaciones ecuatorianas
(1976), La pluma y el cetro (1977), Ecuador, cultura y generaciones
(1985), Prole del vendaval, ensayo sobre Sociedad, Cultura e
Identidad ecuatorianas (1999), “Generaciones e ideologías en el Ecuador”,
(2003). A ello se debe sumar su ensayística en torno a textos
literarios: Humanismo de Albert Camus (1973), Léxico y símbolo en Juan
Montalvo (1980), “Introducción a la obra de Juan Montalvo” (1981), “Pecado y
expiación en Cumandá: Elementos de una visión del mundo trágica” (1992).
2.. Juan Valdano, Mientras
llega el día, Quito, Libresa, 1990.
3. Me refiero
concretamente a la obra de Pedro Fermín Cevallos, Historia del Ecuador.Resumen
de la historia del Ecuador desde sus origen hasta 1845.
4. Borrero, La Revolución Quiteña 1809-1812,
p.7, cit. por Carlos Landázuri, “Balance historiográfico sobre la
Independencia en Ecuador (1830-1980)”, en Procesos: revista ecuatoriana de
historia, No. 29. Quito, primer semestre de 2009, p. 173.
5. Carlos Landázuri cuenta que el oficialismo
de fines del XIX trató de ignorar la obra histórica de Roberto Andrade –tildado
de liberal apasionado– porque esta no situó en un papel preeminente, en el
movimiento independentista, a los criollos tradicionales.Manuel María Borrero
publicó Quito, Luz de América tiempo después y llegó a similares conclusiones
que Andrade. Y “como Borrero descendía de prominentes familias coloniales,
entre las que hubo patriotas y realistas, los de su clase, la de los
antiguos criollos, lo podían considerar no solo enemigo sino traidor. ‘Del
monte sale quien el monte quema’ habrían podido decir algunos de los que
se sintieron afectados por sus escritos” (p. 173). Para colmo, por los
años de publicación de esta obra (1959) gobernaba el país Camilo Ponce,
conservador heredero de la vieja aristocracia. Él apoyó las tesis en
contra de esta obra y, conjuntamente con el Ministro de Educación, se encargó
de “defender la tradición” buscando amparar “los ejemplos que nos da la
historia y que son constitutivos de nuestra nacionalidad” (p. 173). La
Academia Nacional de Historia dio un dictamen opuesto a la obra de Borrero
y otras visiones revisionistas permitiendo con ello el rescate de la tradición
creada por Pedro Fermín Cevallos.
6. J. Valdano, Mientras…, p. 93.
7. Cit. por Claudio Maíz, “Releer la
historia. La novela hispanoamericana de la conquista”, Cuyo, CONICET, 2003, p.
161.
8. J. Valdano, Mientas…, p. 76.
9. “Efectivamente rara puede suceder que
trastornado el orden antiguo por la exaltación de los ánimos, dejen de
cometerse los delitos que son consiguientes al frenesí de un Pueblo que
habiendo roto el freno de la obediencia, da un libre vuelo a sus pasiones” (Cristóbal
Garcés, en su testimonio sobre la época, Expediente 12, p. 225 cit. por
Pablo Ospina Peralta, “‘Habiendo roto el freno de la obediencia’.
Participación indígena en la insurgencia de Quito, 1809-1812”, en
Procesos: revista ecuatoriana de historia, No. 29, Quito, I semestre de
2009, p. 73.
10. J. Valdano, Mientras…, p. 154.
11. “En la sociedad colonial quiteña,
criollos y mestizos, sin pretenderlo ni saberlo, resultaban ser trasuntos de
los patéticos personajes de la picaresca española. Y es que entonces –como
ahora– el adoptar un disfraz, aquel que a cada uno le conviene, no solo
llegó a ser un arte –el de la simulación– sino que además se convirtió en
una suerte de ética de emergencia, en una necesidad de supervivencia”.
(Juan Valdano, Identidad y formas de lo ecuatoriano, Quito,
Eskeletra, 2006, p. 124).
12. J. Valdano, Juan, Mientras, p.
85.
13. Ibíd., p. 79.
14. Ibíd., p. 286.
15. J. Valdano, Identidad y formas de lo ecuatoriano, p. 129.
16. Ibid. p.202.
17. Ibid. p.297-
*Tomado de KIPUS, No. 26. Revista Andina de Letras. Universidad Andina
"Simón Bolívar". Quito. 2009.