Juan Valdano
¿Quién
no se habrá dejado seducir por ese oleaje de música que discurre en la sinfonía
que sobre el mar compuso Claude Debussy? Escrita en 1903, “El mar” es la obra
sinfónica que más define el estilo impresionista de su autor. En la historia de
la música, Debussy significa una ruptura con las formas tradicionales del
Romanticismo. Su obra marca la apertura a un nuevo lenguaje, el camino por el que trajinará la música
contemporánea. Con Debussy desaparece la anécdota; la grandilocuencia
wagneriana es cada vez más lejana. En opinión de Pierre Boulez, el precursor de
las formas musicales del siglo XX es Debussy y no Ígor Stravinski; sin aquel no
se explicaría lo que, luego, vino detrás: las audacias de un Varese o de un Messiaen.
“El
mar”, obra cumbre de Debussy, se abre a sonoridades sutiles y acordes
sensoriales; una asociación de color, luminosidad, movimiento e instantaneidad.
Escucharla es sumergirse en un vaivén de olas marinas en el suave declive de
una playa. Música con exóticos ecos orientales de címbalos y ajorcas; flautas
con el poder de encantar serpientes; cantos mágicos de sirenas que subyugan al argonauta;
ulular de cornos que suenan a nostalgia, a lejano llamado de un misterio. Un desplegar
de impresiones y sinestesias; una sabia concepción con un resultado admirable. En fin, retorno a lo primitivo, a lo abisal, a
lo dormido. En cierta forma, este mar de Debussy anunciaba los mesurados versos
de Valery: “el mar, el mar que siempre está empezando…/ piel de pantera y
clámide horadada… hidra absoluta/ que te muerdes la cola refulgente/ en un
túmulo análogo al silencio” (Cementerio marino”).
En Debussy
confluyen las corrientes espirituales y estéticas de la cultura francesa de
fines del siglo XIX. En esa búsqueda de nuevas formas y lenguajes, su música se
enriqueció en un ir y venir de influencias. Hay un diálogo constante con el
simbolismo, el impresionismo y ese espíritu decadente de fin de siglo marcado por
el pesimismo, el tedio y la filosofía de Schopenhauer. Ejemplo de ello son las coincidencias
entre Debussy y los poetas simbolistas como Verlaine (“la música ante todo”),
Rimbaud (su soneto a las vocales) y, sobre todo, Mallarmé quien trataba de
conferir al verso sugestivas asonancias musicales o, como él decía: “dar un
sentido más puro a las palabras de la tribu”. De igual forma, aquel afán sensualista
del impresionismo pictórico, aquella insobornable voluntad de un Monet o un Cézanne
por capturar en un lienzo la vibración instantánea de la luz sobre las cosas, es
evidente también en la sensualidad colorista de Debussy.
Pleno
de sugestiones y sugerencias, esta sinfonía es el mar y todos los mares, a la
vez; lo permanente y lo cambiante, la roca y la espuma; la apoteosis del
sonido, la música sin otro asidero que la música misma; el “arte por el arte”. Debussy
lo sugiere todo con esa lúcida inocencia de las cosas naturales y sencillas.