Juan Valdano
No
ha habido en Hispanoamérica dictador con caché que no haya pasado a la
categoría de ilustre personaje literario.
Si bien es verdad que los
hispanoamericanos no somos los inventores de esa forma del Mal que son las
dictaduras, sin embargo, la torturada historia de este Continente muestra que
nuestros pueblos han debido sufrirlas cíclicamente como esas pestes que llegan
y se quedan para desdicha de la humanidad. Parece que fue Julio César quien
primero modeló el arquetipo del dictador vitalicio, patrón que muchos han
imitado y siguen imitando imbuidos, como siempre, de la idea de que son ellos y
nadie más que ellos los únicos guías y protectores de sus pueblos.
La figura del dictador emerge cuando
una sociedad está a punto de naufragar en la anarquía y el caos; para conjurar
el peligro surge la necesidad de un caudillo que sea capaz de restablecer el
orden y la ley. Tal fue el caso de García Moreno. Hay caudillos que, una vez
trepados al poder, se engolosinan con él, inventan formas de eternizarse en el
mando. Se erigen en destino de los ciudadanos, convierten en ley su arbitraria
voluntad, constriñen la libertad individual. En vez de instaurar la armonía, se
agrava la discordia. El tirano es ese rey que las ranas pedían a Júpiter les
enviase. Tanto clamaron que el dios les envió lo que ellas merecían: una sierpe
que acalló el charco devorándolas
Nada bueno suelen dejarnos los tiranos
a no ser la leyenda que tras ellos
pervive siempre. Sombría leyenda la suya, conseja que se queda flotando en el tiempo, en tanto que su
vera efigie se pierde en el pasado; fantasía que pasa a formar parte de la
fábula que acerca del poder tiene el pueblo y que se convertirá, luego, en
cantera inagotable de la que los escritores extraerán personajes y situaciones
que pasarán a formar parte de novelas y relatos.
No ha habido en Hispanoamérica dictador con
caché que no haya pasado a la categoría de ilustre personaje literario.
Mientras más inverosímiles son sus historias más cerca de la verdad se hallan.
Entre los galardonados figuran: Rosas, el Doctor Francia, García Moreno, Veintemilla, Estrada
Cabrera, Rafael Trujillo, Juan Vicente Gómez, Manuel Odría. Acerca de sus
crueldades, megalomanías, soledades, crímenes, vicios y pequeñeces han escrito
y con provecho no pocos narradores: Mármol, Montalvo, Asturias, Roa Bastos,
Carpentier, García Márquez, Alicia Yánez, Dávila, Vargas Llosa, en fin.
Luego de hurgar en la desolada vida de
estos tiranos hubo escritores que se sintieron decepcionados. Nada grandioso ni
humanamente excepcional hallaron en ellos. Juan Montalvo se quejó por tener que
enfrentarse con tiranuelos tan esmirriados que convertían en grotesco sainete
toda esa máquina mortífera que él estruendosamente
movió en “Las catilinarias”. Con razón comentó Augusto Monterroso: “Todo el
mundo desea un dictador auténtico, un Julio César, un Napoleón, un padre que
valga la pena. Pero a nosotros siempre tienen que salirnos estos pobres diablos
hechos a imagen y semejanza nuestra”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario