jueves, 17 de abril de 2014

Canon femenino, el arte y la moda


Juan Valdano

Fernando Botero  ha creado un ámbito pictórico inconfundible. El suyo es un universo cercano a nosotros: cielos despejados, montañas cónicas que más semejan tetas de mujer que arisca geología, pueblitos apacibles con atmósfera rural y tejados ocres, pequeño mundo poblado por seres de robustez bobina: hombres, mujeres y animales obesos y cuya adiposa carnalidad gravita de tal forma que prácticamente cubre la mayor parte de la superficie del cuadro.  Para Botero, la gordura es sensualidad, triunfo del apetito, estética del instinto.

Por asociación de ideas y contraste de imágenes, me retrotraigo al universo pictórico del Renacimiento, a la “Primavera” de Botticelli, pues fue a partir de entonces que se configuró visualmente el canon de la belleza femenina que ha imperado en Occidente. En ese espléndido cuadro aparecen las Tres Gracias, mujeres cuyos cuerpos gráciles y armoniosos se traslucen bajo vaporosos vestidos; sus manos enlazadas en un ritmo ascendente y descendente sugieren la comunión entre el ser humano y la naturaleza. Triunfo simbólico de la vida y, a la vez, alegoría del tiempo. Arte refinado que se ajusta a aquella célebre expresión de Leonardo: “la pintura es una poesía muda”.

Siglo y medio después, Rubens, desde la gris Amberes, retomó este mismo tema en el célebre cuadro titulado “Las tres Gracias”. El pintor barroco no sigue el canon de belleza femenina elaborado por los artistas italianos; su prototipo es otro: cuerpos opulentos y robustos, mujeres de caderas pronunciadas, piel rosada, cabellos claros que muestran una gozosa desnudez.

Los cánones de la belleza corporal cambian de una sociedad a otra. La moda se adapta a tales mudanzas; en ella gravitan criterios sociales, morales y aún religiosos. La evolución de la vestimenta femenina ha corrido paralela a la liberación social y sexual de la mujer y a la paulatina superación de escrúpulos morales que la cohibían; ha pasado del excesivo ocultamiento del cuerpo a un progresivo despojamiento de lo superfluo. En estos días de vegetarianismo, deportismo, dietas, heliolatría y vértigo la moda aboga por la delgadez de los cuerpos y el bronceamiento de la piel; ser delgado es ser saludable, refinado, distinguido. Los modistos de París y Nueva York dictan la norma de lo elegante; pasean a flaquísimas modelos aquejadas de bulimia por las pasarelas del éxito.

Ningún realismo copia la realidad como es. El arte es deformación. El universo de Botero es el nuestro: ecuatorial y andino, lujurioso y opulento. Su tema: el humilde anejo remontado entre la selva y el risco; sus personajes: el chacarero y el legista, el cura y el torero, la mesalina y la primera dama de aldea. Gordos y gorditas tan “buen mozos y llenos de vida” y para quienes el comer y el beber pantagruélicamente siempre será señal de salud y bienestar.


Publicado en Diario EL COMERCIO, Quito, 25 – 02 - 20014

Octavio Paz y nosotros


Juan Valdano

Octavio Paz fue un intelectual de su siglo, el pensador atento a los acontecimientos de su tiempo, el escritor que reflexionó sobre la historia, la sociedad, la filosofía, el arte y la política del convulso siglo XX. Poeta y ensayista, dos formas de lo literario en las que Paz es uno de los grandes de las letras hispanoamericanas, dos vías por las que corre su palabra, dos expresiones de un mismo espíritu ya que Paz es tan poeta cuando escribe un ensayo, como pensador cuando se eleva en la lírica. Fue el ensayo el gran escenario en el que desplegó tanto su imaginación poética como el destello de sus visiones, juicios y teorías. Poeta reflexivo y ensayista lírico, tal es el anverso y el reverso de su obra literaria.

Al igual que Jorge Luis Borges, Octavio Paz es de esos pocos escritores latinoamericanos que abordaron los grandes temas del pensamiento universal desde nuestra cultura. En Borges, esos temas son vistos y explicados desde la perspectiva argentina; en Octavio Paz, desde la perspectiva mexicana, lo que equivale a decir desde una cosmovisión mestiza, hispanoamericana. Desde el alma mexicana, Octavio Paz entendió el mundo, dio una versión nuestra de lo universal, habló por todos los hispanoamericanos.
Esta es la gran lección que, a nosotros, hombres del Ande y el trópico, nos ofrece el autor de “El laberinto de la soledad”: abordar lo universal humano desde nuestra experiencia cultural, desde una tradición en la que pesa tanto lo americano como lo europeo, y entre los dos, lo africano. Algo más, mucho más que ese cliché de “la raza cósmica” que sostuviera Vasconcelos, su coterráneo.

Como ecuatorianos, nuestra vocación cultural no se limita a esa autocomplacencia de sabernos el ombligo del mundo, no está en el regodeo onfálico y equinoccial tan ensimismado, restrictivo y localista, tanto que nos opaca la visión de ese ancho mundo que se abre más allá de este cielo, la latitud cero. Pensadores como Paz o como Borges nos enseñan que la vocación cultural de nuestros pueblos es asumir lo universal sin renunciar a lo que somos, esto es, siendo hondamente andinos; es participar del gran banquete de la cultura del mundo no como ha sido siempre, furtivamente, a la hora de los postres, sino con el mismo derecho que han ostentado los demás pueblos del orbe.


En Octavio Paz hay más que un pensador y un poeta excepcional,  en él confluyen tantos modelos de intelectual que Enrique Krauze  trató un día de explicarlo así: “Imagínense a un filósofo griego, un tribuno romano, un humanista del Renacimiento, un poeta metafísico, un sabio de la Ilustración, un revolucionario girondino, un rebelde romántico, un poeta del amor, un anarquista natural. Todas esas corrientes de civilización, asumidas, encarnadas, recreadas por una sola persona, eso es, aproximadamente, Octavio Paz”.

Publicado en Diario EL COMERCIO, Quito, 05 - 04 - 2014

S.O.S. Lenguas en extinción


Juan Valdano

Contaba un anciano záparo que un mono mientras bebía agua del río Conambo se convirtió en hombre. Otro mono hizo lo mismo y se transformó en mujer. De la unión de los dos nació Tsitsano. Un día Tsitsano  se aventuró solo por la selva; al cabo de un tiempo regresó  convertido en sabio y poderoso chamán cargado de lanzas y bodoqueras. Así surgió la nación zápara. Leyendas como esta fueron recuperadas de la memoriosa oralidad de este pueblo amazónico gracias al empeño del antropólogo Carlos Andrade quien las publicó en 2001.Para entonces, la comunidad zápara la conformaban menos de un centenar de individuos. Su hábitat ancestral ha sido las riberas del río Conambo, en la provincia de Pastaza. Hoy, según se sabe, la nación zápara está en peligro de desaparecer y, con ella, su lengua. Recientes noticias dan cuenta de que no pasan de tres o cuatro ancianos que la hablan.

El mito bíblico de Babel habla de la proliferación de lenguas como una maldición divina provocada por aquella audaz desmesura del hombre (auténtica “hybris” en el concepto griego) al tratar de edificar una torre capaz de llegar hasta las acuosas alturas del cielo. La condena desató la confusión e incomunicación entre los seres humanos, el desborde de los dialectos y las lenguas. Sin embargo, al mito bíblico habría que darle la vuelta ya que, antes que un castigo, lo que comenzó en Babel fue la consagración de la compleja diversidad de lo humano expresada a través de mil y un mundos distintos, la señal de la expansión de las civilizaciones. Cada lengua abarca la realidad según la propia y singular manera con la que la asume el pueblo que la habla. Georges Steiner observa que “existen lenguas en los Andes, en las cuales, de una manera razonable, el futuro está detrás del hablante, ya que es invisible, mientras que los horizontes del pasado se extienden ante él, abiertos a la vista (aquí hay enigmáticas analogías con la ontología de Heidegger)”. Hay una relación directa entre la riqueza léxica y gramatical y la apropiación del mundo y su entorno; si más rico es nuestro lenguaje, mejor sintonizamos las señales que emite el universo en el que nos movemos. Cuando muere una lengua  se extingue el clamor de un pueblo, se desvanece un paisaje, se borran las huellas de un pasado ancestral y si no hay pasado ningún futuro será posible. Si una lengua se muere, un linaje del espíritu se eclipsa.


No faltan agoreros que anuncian inminentes apocalipsis para los pueblos que viven en situación de aislamiento: si no se emprenden acciones de salvamento, más de 6000 lenguas desaparecerán antes de finalizar este siglo. No solo salvemos la flora y la fauna; salvemos también al hombre y su palabra. Si solo nos preocupamos de lo primero y descuidamos lo segundo, ¿de qué servirá un hermoso escenario vacío del que han desaparecido los actores?

Publicado en Diario EL COMERCIO, Quito (17- 04- 2014)