Juan
Valdano
Fernando Botero ha
creado un ámbito pictórico inconfundible. El suyo es un universo cercano a
nosotros: cielos despejados, montañas cónicas que más semejan tetas de mujer
que arisca geología, pueblitos apacibles con atmósfera rural y tejados ocres,
pequeño mundo poblado por seres de robustez bobina: hombres, mujeres y animales
obesos y cuya adiposa carnalidad gravita de tal forma que prácticamente cubre
la mayor parte de la superficie del cuadro.
Para Botero, la gordura es sensualidad, triunfo del apetito, estética
del instinto.
Por asociación de ideas y contraste de imágenes, me
retrotraigo al universo pictórico del Renacimiento, a la “Primavera” de
Botticelli, pues fue a partir de entonces que se configuró visualmente el canon
de la belleza femenina que ha imperado en Occidente. En ese espléndido cuadro
aparecen las Tres Gracias, mujeres cuyos cuerpos gráciles y armoniosos se
traslucen bajo vaporosos vestidos; sus manos enlazadas en un ritmo ascendente y
descendente sugieren la comunión entre el ser humano y la naturaleza. Triunfo
simbólico de la vida y, a la vez, alegoría del tiempo. Arte refinado que se
ajusta a aquella célebre expresión de Leonardo: “la pintura es una poesía
muda”.
Siglo y medio después, Rubens, desde la gris Amberes,
retomó este mismo tema en el célebre cuadro titulado “Las tres Gracias”. El
pintor barroco no sigue el canon de belleza femenina elaborado por los artistas
italianos; su prototipo es otro: cuerpos opulentos y robustos, mujeres de
caderas pronunciadas, piel rosada, cabellos claros que muestran una gozosa
desnudez.
Los cánones de la belleza corporal cambian de una
sociedad a otra. La moda se adapta a tales mudanzas; en ella gravitan criterios
sociales, morales y aún religiosos. La evolución de la vestimenta femenina ha
corrido paralela a la liberación social y sexual de la mujer y a la paulatina
superación de escrúpulos morales que la cohibían; ha pasado del excesivo
ocultamiento del cuerpo a un progresivo despojamiento de lo superfluo. En estos
días de vegetarianismo, deportismo, dietas, heliolatría y vértigo la moda aboga
por la delgadez de los cuerpos y el bronceamiento de la piel; ser delgado es
ser saludable, refinado, distinguido. Los modistos de París y Nueva York dictan
la norma de lo elegante; pasean a flaquísimas modelos aquejadas de bulimia por
las pasarelas del éxito.
Ningún realismo copia la realidad como es. El arte es
deformación. El universo de Botero es el nuestro: ecuatorial y andino,
lujurioso y opulento. Su tema: el humilde anejo remontado entre la selva y el
risco; sus personajes: el chacarero y el legista, el cura y el torero, la
mesalina y la primera dama de aldea. Gordos y gorditas tan “buen mozos y llenos
de vida” y para quienes el comer y el beber pantagruélicamente siempre será
señal de salud y bienestar.
Publicado en
Diario EL COMERCIO, Quito, 25 – 02 - 20014
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