Liliana
Weinberg define al ensayo como “prosa no
ficcional preponderantemente expositivo-argumentativa en la que, a partir del
punto de vista del autor, se ofrece una interpretación de algún tema o problema
en diálogo abierto con una comunidad hermenéutica”. Para que un texto en prosa
con los rasgos formales aquí señalados adquiera la categoría de literario
debería, en mi opinión, insistirse en un aspecto y añadirse otro. Lo primero:
construir el discurso a partir de un YO reflexivo y lo segundo: la voluntad de
estilo. En una palabra: lo literario
apunta a lo subjetivo de la visión y lo sugestivo de la forma. Mientras más
rica es la mirada del ensayista, más sugestiva será su palabra.
AMÉRICA Y EL ENSAYO
En
ensayo es un género reciente, surge con la modernidad. Más aún, su
aparecimiento en el mundo de las letras está enlazado a un hecho histórico: el arribo del europeo a
América, ese “Mundus Novus” al que aventureros como Colón y Amerigo Vespucci se
dieron a la tarea de admirarlo, conocerlo e interpretarlo llamando cada cosa
nueva que encontraban con su nombre americano. En los testimonios y noticias
del descubrimiento germinaba el ensayo como una novedosa forma de comunicación
de ideas y experiencias. No es de extrañar que, por esos años, en la aún ruda
lengua de Castilla (a la que Nebrija buscaba darle una gramática) irrumpiera
desde el Nuevo Mundo un turbión de voces exóticas como caníbal, huracán,
hamaca, canoa o cacao.
La
insólita realidad americana pasa al imaginario europeo y nace el ensayo como
crónica de conquistas (Bernal Díaz del Castillo), como alegatos en defensa del
indio (Bartolomé de las Casas) o como irónicas reflexiones acerca de lo
relativo de la moral (Montaigne a propósito de los caníbales). La verdad es que
frente a la singularidad de América, el europeo empieza a reflexionar sobre su
propia cultura. Al hacerlo, rehúsa reconocerse en el espejo cóncavo de la
humanidad americana y se descubre a sí mismo. Aquello no había ocurrido desde
los tiempos de Heródoto. Luego de América y de la Reforma, la cristiandad
europea ya no será la misma.
Antes
que hablar de un “descubrimiento de América” por Occidente, habría que hablar
de un descubrimiento de Europa por parte de los propios europeos. Aquel fue un
hecho mental, el inicio del “nosce te
ipsum” socrático que transformó al
hombre del Renacimiento. En este proceso discursivo, el género del ensayo
pronto encontró su camino: ser un ámbito para el debate, la forma
idónea para
difundir teorías y experiencias.
DIALÉCTICA ENTRE EL YO Y EL MUNDO
De
este proceso ideológico nace el ensayo moderno como singular dialéctica entre
el Yo y el Mundo. El ensayo literario es un género en el cual la particular
visión del ensayista nos remite a una
interpretación del mundo y, a su vez, el mundo así interpretado nos restituye a
la mirada del ensayista. La interrelación de estos dos elementos conforma lo
privativo del ensayo literario.
“La actitud ensayística parte, creo yo, del
asombro y la admiración frente al mundo, admiración que despierta en el
escritor la necesidad de comprenderlo y luego, el deseo de explicarlo, para lo
cual, desde su experiencia y emoción, ensaya acercamientos a la realidad,
intentos de descifrarlo a partir de la lógica y la estética, aunando en ello,
pensamiento y emoción. Su objeto es dar respuestas (provisionales, claro está)
a los grandes problemas del ser humano. El ensayo enlaza lo particular con lo
general, la experiencia privada del escritor con la tradición universal. El
ensayo no puede abstraerse del contexto
del que surge aunque tampoco debe
reducirse a su entorno” (*)
LA MORAL Y LAS FORMAS
Disposición
recurrente del ensayismo hispanoamericano ha sido el juicio moral de la
sociedad. La historia, la cultura, la política, la economía, la literatura han sido analizadas desde una percepción ética.
Las posturas ideológicas desde las cuales parten nuestros ensayistas, por lo
general, son diferentes, sin embargo, todos confluyen en una visión
deontológica de la realidad. La naturaleza dúcil y proteica del ensayo
latinoamericano (ese “centauro de los géneros”, como lo llamó Alfonso Reyes) permite
que al interior de sus fronteras hallen cabida todos los discursos posibles. El
ensayo de interpretación es esa forma propia de la prosa hispanoamericana que
ha estado ligada al mundo de los valores. Desde Mariátegui hasta Octavio Paz,
desde Alfonso Reyes hasta Benjamín Carrión,
desde Germán Arciniegas hasta Carlos Fuentes y Vargas Llosa la reflexión
ensayística ha ahondado en el análisis de los procesos políticos de la
sociedad, los límites del poder, los derechos de los pueblos, la vigencia de la
democracia.
Frente
a los cambios radicales que hoy imperan en el espacio público, el ensayista recurre
a nuevas formas de llegar a los lectores: el ensayo corto, el ensayo
periodístico, el blog… El ensayo corto es
el antagonista de “la tentación de agotar el tema”. Julio Torri habla de él como “la expresión cabal, aunque
ligera, de una idea. Su carácter propio procede del don de evocación que
comparte con las cosas esbozadas y sin desarrollo”. El ensayo y la narrativa son
dos géneros con fronteras comunes. Se complementan y enriquecen mutuamente cuando
el discurso parte de una fuerte experiencia vivida que, luego, busca ser
explicada y discernida por una voz narrativa.
En
resumen, el ensayo latinoamericano ha sido el portavoz de nuestras ideas,
utopías y experiencias comunes; en él
confluyen modos de vida, costumbres y lenguajes; resume nuestra filosofía, pasión
e identidad. Ha sido, además, la permanente actualización de la memoria, un
juicio del pasado y la conciencia del presente. El ensayista testimonia de lo
que ve y de lo que piensa. Antes que proporcionar respuestas, siembra
inquietudes. Quién busca en él bálsamos y alivios mejor no lo lea. Todo gran
ensayista nos desvela, nos intranquiliza.
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(*) Juan Valdano. “El ensayo como
tentativa” en Brújula del tiempo Vol.
I. Casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito, 2017.
Juan Valdano: escritor. Miembro de Número de
la Academia Ecuatoriana de la Lengua. Su obra BRÚJULA DEL TIEMPO recoge 150
ensayos cortos.
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