Juan Valdano
Ahora, cuando muchos compatriotas han muerto bajo los
escombros que dejó el terremoto de abril, y cuando tantos otros emergieron con
vida de entre las ruinas como si hubieran salido de una anticipada tumba he
pensado que bien vale una breve reflexión acerca de la singular experiencia
vivida, un instante para pensar sobre el dolor y la lágrima. Y aunque esto
suene a trivialidad y paradoja, no hay tragedia humana en la que vida y muerte
se entremezclen. Y si es la vida la que, al fin, triunfa nos sobrecogen
vivencias en las que extrañamente se confunden gozo y sufrimiento, lágrimas y
sonrisas.
Con una lágrima
comienza todo y con otra termina todo. Hay lágrimas al nacer y hay lágrimas al
morir. Las hay de gozo, de ternura, de despecho, de dolor. Unas son
consentidas, brotan impulsadas por un legítimo deseo de llorar y hay otras, esas
que afloran sin haberlas llamado, las que, para vergüenza de quien las vierte, corren
por el rostro delatando sentimientos y flaquezas escondidas. Solo los niños las
expresan abiertamente, las lágrimas son su lenguaje. Verdades hay que se tornan
evidentes después de haber derramado unas cuántas lágrimas.
Llorar es tan necesario como reír o cantar. Es desahogarse, aplacarse,
liberarse de opresiones íntimas. Desde la psicología, llorar es comenzar a
curarse. Lágrimas que no se lloran serán silencios que nos pesen, tristezas que
se empocen. Quien llora y dedica sus lágrimas a aquel que las causó, estas se
convierten en acusación y condena. Llorar es un don tan preciado como el
perdonar y pocos los tienen juntos. Cuando las lágrimas van unidas al perdón y
es una madre quien las derrama porque los hijos la han abandonado entonces,
esas lágrimas son su castigo. Quien ama, sufre y quien conoce mucho es porque
mucho ha sufrido.
Al igual que la palabra articulada, la lágrima es privativa
del ser humano. Una y otra son testimonios del espíritu, expresiones del alma
oculta. Nadie llora por el futuro, por lo que aún no ha sido; se llora por el
presente, por lo que es y lo que fue. Y si la conciencia es dolor como pensaba Schopenhauer
y, a más de ello, es duración, temporalidad
pura como decía Bergson, entonces el dolor del ser humano no es otra cosa que
vivencia del pasado. Con las lágrimas de la humanidad entera se podría anegar al
mundo.
Cuando la belleza de un paisaje nos deslumbra y la nobleza de
una acción nos conmueve; cuando una melodía o un poema remueven las fibras
sensibles del alma y, en fin, cuando el sufrimiento de los otros (de los
próximos y los lejanos) nos llega y nos duele y en todos estos instantes no
hallamos las palabras adecuadas para decir lo que sentimos, y no las hallamos porque
en el pecho se atoran y nos oprimen, entonces suelen ser las lágrimas las que inesperadamente
acuden y se expresan en silencio y no hay en el mundo lenguaje más elocuente
que aquel en el que una lágrima sola sustituye a cien palabras.
Publicado el 18 - Mayo- 2016 en el Diario El Comercio de Quito
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