GABRIEL CEVALLOS GARCÍA:
FILÓSOFO DE LA HISTORIA Y ENSAYISTA LITERARIO
Juan Valdano
Del ensayo y de un ensayista
Fue
en ese texto –memorable por tantos motivos- titulado Apología de Sócrates que escribiera Platón que, según entiendo,
surgió, por primera vez en Occidente, esa forma de discurso literario que,
andando los siglos, se conocerá como ensayo.
Diálogo en el que Platón puso en boca de su maestro aquellas palabras pronunciadas
por él en el momento culminante de su despedida, cuando frente a sus discípulos
se aprestaba a apurar la cicuta. En efecto, en este libro se halla ya presente ese
rasgo generador del ensayo, en tanto prosa literaria, rasgo por el cual la
materia verbal ya no es únicamente soporte de objetividades y razonamientos sino,
aparte de ello, subjetivación de un yo, altavoz de una conciencia. El “conócete
a ti mismo” socrático, ahondamiento en los abismos interiores y fuente de una
auténtica actitud ensayística, reaparecerá luego en otro texto, tan célebre
como el nombrado, en los albores mismos de la
Edad Media, y en forma de íntima
confidencia cuando San Agustín escriba
sus Confesiones. Y el obispo
de Hipona no fue en esto el único que, en su tiempo, trajinó por este camino:
Boecio (siglo V), escribió un tratado, muy
leído entonces, poco conocido hoy, De
consolatione philosophiae, que bien podríamos catalogarlo también de protoensayo
y en el que su autor encuentra en el discurrir filosófico un bálsamo a sus
tribulaciones. Es en estos “diálogos en el umbral” que Mijail Bajtin halla la
forma propia del ensayo, lo que implica la actitud de un yo literario que
partiendo de una visión original del mundo discurre de esto o de aquello, pues
el asunto no es lo determinante en este caso, sino ese matiz particular y
personalísimo que ese yo imprime a su visión y a su palabra; tal como, en su
momento y en pleno Renacimiento, lo hizo Michael Montaigne quien fue el que, no
sin cierto escepticismo, bautizara a esos intentos suyos por explicar su mundo,
a esos reiterados ensayos suyos por arribar a una intelección cabal de lo
humano, justamente con el nombre de essais, con lo que esta sui géneris forma
de expresión literaria halló, al fin, un nombre que da la medida de su carácter.
Valga
este introito para ponernos en la perspectiva adecuada de lo que yo quiero
destacar en la amplia, varia y polivalente obra literaria de Gabriel Cevallos
García, escritor nacido en 1913, en Cuenca y cuyo magisterio intelectual
incidió notablemente en el ámbito universitario de su ciudad durante las
décadas de los cincuenta y sesenta del siglo pasado. Su calidad humana y docto
saber, su fácil comunicación, su cálida cercanía con los jóvenes estudiantes facilitaron
un ir y venir de ideas entre maestro y
discípulos, un fecundo diálogo ejercido desde su cátedra de Historia en la, entonces,
recientemente fundada Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Cuenca,
y desde el rectorado de ella, después. (1) En 1969, Gabriel Cevallos García salió de Cuenca
para trasladarse con su familia a Mayagüez, (Puerto Rico) en cuya universidad
ejerció, por algún tiempo, el magisterio. Los años cuarenta habían sido, para Cevallos
García, una época de inicio y preparación de un oficio literario que no
conocerá tregua hasta el final de sus días, esto es hasta 2004, año de su fallecimiento
acaecido en la ciudad norteamericana de Tampa. En esos años, juveniles aún, ya se
presenta como un asiduo periodista de pluma ágil que colabora en periódicos y
revistas locales de escasa circulación, en una época en la que la disputa
política en el Ecuador (y más en una ciudad pequeña como la Cuenca de entonces), estuvo
siempre impregnada de dogmatismo e intemperancia entre conservadores y
liberales, contienda en la que Cevallos García optó siempre por la derecha
ideológica, postura intelectual con la que fue consecuente hasta su muerte. En lo
filosófico es un pensador cristiano fogueado en las contiendas ideológicas de
primera mitad del siglo, cuando en el Ecuador se ventilaban aún doctrinas
antirreligiosas y los clericales y anticlericales se enfrentaban con armas y
pasiones a ultranza, como en los peores tiempos del jacobinismo.
Toda
su obra escrita, voluminosa y prolífica y reunida en trece tomos (2) se inscribe íntegramente en el
ámbito del ensayo, género en el que Cevallos García se mueve a sus anchas y en
cancha propia y en el que, desplegando erudición y solvencia, aborda, desde su
perspectiva, los más diversos temas siendo los más recurrentes aquellos que se
vinculan con la historia, la biografía, la filosofía, la religión, la crónica
periodística, la crítica literaria y la reflexión sobre el arte. He aquí
algunos títulos de sus obras: Entonces
fue el Ecuador (1942); Anhelo y
dimensión del orden nuevo (1943); Sacrificio:
emoción humana en la realidad divina (1944); Teoría del hombre-pueblo (1944); Caminos de España (1947); Del
arte actual y de su existencia (1950); Tiempo
y hombre (1952); De Sócrates a Freud:
una herencia inquietante (1956); Reflexiones
sobre la Historia
del Ecuador (dos volúmenes: 1957, 1961); Visión teórica del Ecuador (1960); América: teoría de su descubrimiento (1960); De aquí y de allá (colección de ensayos, dos volúmenes, 1963); Historia del Ecuador (1964); Cuatro
estaciones del periodismo (1977); Un milenio, un poeta y dos ciudades (1979); Filosofía del Derecho (1997). Y la lista no está completa.
Gabriel
Cevallos García, a pesar de su importancia en las letras ecuatorianas, es,
hasta hoy, un autor poco conocido. Se lo menciona, sobre todo, como historiador
y como filósofo de la historia (3);
sin embargo, su obra ensayística se despliega, como he señalado, por otros
campos de este género. Y al hablar del conocimiento que de él se tiene en el
medio nacional (me refiero a aquellos que, por oficio o afición, se ocupan de estar
al corriente de nuestros procesos literarios), debo afirmar que nuestro autor
es escasamente mencionado en las reseñas que sobre las letras ecuatorianas del
siglo XX se han escrito y, por ende, poco leído. No he encontrado un estudio
realmente valedero acerca de su obra ya como historiador, pensador o prosista. (4) Ello se debe, probablemente y
entre otras razones, a que su obra no ha tenido la divulgación adecuada. (5) Estas
circunstancias han incidido en el hecho de que Cevallos García haya sido
considerado más como un autor local, adscrito fundamentalmente a una tradición letrada
de provincia.
A
despecho de ello, a Cevallos García se lo debe ver y apreciar en su verdadera
estatura, en su valor intrínseco, como uno de los ensayistas ecuatorianos más notables,
dueño de una obra vasta en la extensión de lo escrito, profunda en la
concepción de sus ideas, en el despliegue de conocimientos, en la comprensión
de lo ecuatoriano y dueño de un estilo muy personal que refleja las calidades de un temperamento, de una
pasión. Por su obra escrita, por su magisterio de vida y de palabra –insisto-
Gabriel Cevallos García debe ser visto como una figura que brilla con luz
propia, que se hombrea con los más acaudalados del pensamiento latinoamericano
de su tiempo; y al decir esto pienso en Alfonso Reyes, en Pedro Henríquez
Ureña, en José Juan Arrom, en Silvio Zabala,
en Luís Alberto Sánchez, en German Arciniegas… Lo que ha pasado con
Cevallos García es lo que, lamentablemente, ocurre con frecuencia con aquellos
escritores que obedeciendo a íntimas convicciones exhiben con honestidad su
postura ideológica, pensamiento que, a veces, los descoloca de las tendencias
en boga, motivo por el cual su nombre llega a ser relegado. Estas injusticias
no son raras en nuestra historia literaria; cosa parecida ha ocurrido con figuras
tan destacas de las letras como lo son Juan Bautista Aguirre y Juan León Mera.
El primero fue soslayado, por más de un siglo, a causa de su gusto barroco en
una época en la que primaba lo romántico y el segundo fue, igualmente,
menospreciado por romántico en un tiempo en el que prevalecía el realismo
social. Hoy en día, a uno y otro se les ha hecho justicia; se les reconoce el
valor que ellos representan en la historia de las letras nacionales.
La Historia
es dolor…
Hay,
en el pensamiento filosófico de Gabriel Cevallos García, en el trasfondo de su
ideología, una visión del ser humano que
podría parecernos pesimista: La vida del hombre sobre la tierra es dolor y
sufrimiento; la raza humana está abocada a la caída, a la culpa, a la expiación.
“La existencia del hombre sobre la tierra, y aquí debemos entender por
existencia la biografía y la
Historia, es dolor, quiebra, defecto, sacrificio, abnegación”,
escribe en Para entender bien al Ecuador.
(6) La frase suena a archiconocida, pues toda la tradición
cristiana, desde la patrística hasta hoy, ha insistido en esta imagen del
hombre como criatura caída y necesitada de redención.
Esta
idea no es banal ni casual en nuestro autor; al contrario, es un filón que nos
conduce a las fuentes de su pensamiento, a su concepción del ser humano y de la Historia, veneros que no
son otros que la filosofía cristiana, su convicción católica. Y al volcar la
mirada a su entorno, a su país, constata que “el dolor nos ha circuido y los
fracasos se han acumulado espectacularmente en la Historia del Ecuador”. No
obstante de ello, Cevallos García aclara:
“No hay para alarmarse: mientras hay más dolor, existen mayores
posibilidades de vencimiento y supervivencia. Son falsas, con absoluto
desconocimiento de la vida humana, las tesis dulzonas del optimismo, del
pacifismo… Quisiera decir a cada ecuatoriano que no se amedrente porque el
dolor nos acompaña… Con el dolor, el sufrimiento, se levantan las mejores
edificaciones humanas. La facilidad nada grande ha edificado. La facilidad es
bienestar de los pusilánimes”. (7)
La visión histórica de Gabriel Cevallos García
giró, cual satélite, alrededor de ese gran astro que es San Agustín… Ello será evidente
cuando él exponga su concepción de la Metahistoria. Él mismo sintetizó la inspiradora filosofía
de la Historia
del obispo de Hipona en los siguientes términos: “Parte de Dios, autor del
drama y llega a Dios… Todo el desarrollo humano es libre, pero enmarcado en la
bondad providencial y se desenvuelve en tres etapas sobrehumanas… las tres
etapas agustinianas son la de la creación, la de la redención y la de la
santificación”. (8)
Si
en este escenario el gran telón de fondo resulta ser el pensamiento
agustiniano, Cevallos García convocará a otros actores al tablado, a otros
filósofos, esta vez contemporáneos, a otras ideas tomadas de las modernas
ciencias del espíritu y con las que afinará su concepción del ser humano y de la Historia… Hablamos de Guillermo
Dilthey, de Henry Bergson, de José Ortega y Gasset. Dilthey, por ejemplo, le
ayudó a ajustar su concepto de “crítica de los sucesos históricos” (9) “La captación de lo singular o
de lo individual es la última meta de las ciencias del espíritu, no menos que
el desarrollo de uniformidades abstractas lo es de las ciencias de la naturaleza,”
había observado el filósofo alemán en la Introducción a las Ciencias del Espíritu. El
vitalismo de Ortega y Gasset y su concepción de la vida como realidad
fundamental y como resultado del quehacer diario del hombre con las cosas, el
yo-soy-yo-y-mi-circunstancia, estarán también rondando las propuestas de
Cevallos, sobre todo cuando, en plan de biógrafo, se proponga “revelar la
doctrina implícita en la biografía
egregia”. (10)
A partir de estas ideas Cevallos García buscará
cimentar su propio camino. Dice:
“Al
hombre no se le puede conocer sino por lo que hace, afirma Dilthey, es decir
por su biografía y por su historia, no por su naturaleza, pues en ésta nada hay
de peculiar que le distinga… en el mundo de la Historia, cada ser es una
singularidad que opera por cuenta propia y, además, es dueño de su destino y de
su personalidad. El concepto de naturaleza o el de especie se funda sobre
generalidades, sobre lo común o semejante, tanto que un ejemplar o un individuo
se reemplaza por otro de la serie: la muerte de uno de ellos no aniquila la
especie. En tanto que la noción de Historia parte de la posibilidad de lo
variable, de lo insustituible, de lo que al faltar interrumpe el proceso o
permite que surja otro proceso distinto. En buenos términos: la biografía
singular es la célula de la totalidad histórica, pero una célula que autoerige
su postura, su papel, su gesto y, por lo mismo, irremplazable”. (11)
Cevallos García mira la trayectoria
del pensamiento y la cultura de Occidente como expresión de dos grandes
corrientes: el subjetivismo primero y el colectivismo, después. El subjetivismo
es racionalismo en la filosofía, reforma luterana en la religión, liberalismo en
la política, capitalismo en la economía, romanticismo en el arte… El subjetivismo
que conoció su clímax y fracaso en la Revolución Francesa
dio paso a un nuevo protagonista: el colectivismo. La sociología fue el gran invento
de entonces, la nueva disciplina que intenta explicar al homo gregario. “El
sociologismo –dice Cevallos- empeñado en pilotear la Historia resultó un
fracaso… se alojó sin remedio en la política”. Para nuestro autor, una de estas formas sociologistas
de explicar la Historia
es el marxismo, doctrina que “por su empeño de reducir lo humano y su variedad
al simple fenómeno productivo, tiene que sacar las cosas de sus quicios y
llevarlas a lugares inconvenientes… El fenómeno productivo es sociología pura;
en cambio la vida humana se muestra infinitamente más compleja y
sorpresiva que este fenómeno porque es
Historia”. (12)
De
la Historia
como dolor a la Historia
como Teología
En
este ir y venir de ideas e ideologías y en el firme empeño de buscar un pensamiento propio, Gabriel Cevallos
García parte de los conceptos de extrahistoria
e intrahistoria. Afirma que la Historia “fue construida
con dos materiales cumplidamente metafísicos: el tiempo y la causalidad”. (13) En concordancia con estos supuestos, “la Historia siguió
explicándose y sistematizándose desde fuera de ella, desde el plano de la
metafísica”. (14) Y es a esto que Cevallos García
llama una “explicación extrahistórica de la Historia”. Ejemplo de ello sería el sistema
ideado por Hegel. La intrahistoria se fundamenta, en cambio, “en el finalismo
del acto y en la intencionalidad del acontecer singular o colectivo destacada
por Brentano”. (15) Esto porque
“la finalidad no se explica de manera intrínseca. Y mientras mejor se la vuelve
a contemplar, mejor se descubre en ella su raigambre trascendental”. (16) La explicación intrahistórica
de la Historia
significa “tomar la hondura del acto humano en su esencia colectiva y en sus
objetivaciones culturales”, todo lo cual fue tarea de la filosofía de los
valores. (17) De estas consideraciones,
Cevallos García desemboca en su propia idea: la relación entre los conceptos de
Persona y de Historia, relación de la que se desprende su idea de la metahistoria.
“Ver la persona en la Historia y a ésta como
obra exclusiva de aquella. Persona e Historia, dos extremos necesarios de una vinculación que rebasa los límites de
lo material, sea en la geografía o sea en el tiempo, que colinda con misterios infinitos cuyo silencio reposa, como última
instancia, en Dios Creador y Padre. Pues bien, mi primera aseveración es que ni
extrahistoria ni intrahistoria agotan y justifican la esencia del humano
acontecer cuya naturaleza natural solo alcanza a comprender a la luz de lo
sobrenatural, a la luz de una metahistoria que no es ya Historia simplemente sino Teología y
Teología de la más alta calidad. En
otras palabras: el hombre acierta a definirse plenamente solo en Dios. Y en
otras palabras también: solo en la obra de Dios logra precisarse el sentido de
las obras del hombre. Lo cual quiere decir que
nuestra vida mundana de ahora, con todo su finalismo, necesita
justificarse a la postre más allá, en
una existencia ultratemporal y sin límites. Y lo cual quiere decir también que
no nos es dable hablar solo de una Teología de la Historia, sino de que la Historia es Teología. Así
como es filosofía. Y una segunda aseveración es que la Historia es Teología,
pues el gran drama de la vida humana sobre el tiempo de sus claudicaciones y
sus éxitos, no sirve de otra cosa que de
escenario donde se patentiza o se explicita la acción divina tamizada en la
acción humana…. Hay una metahistoria que llega a Dios”. (18)
Esta metahistoria en la que se
explica y confluye el acontecer humano a través de los siglos contiene a toda la Historia en sus
dimensiones y alcances. No está hecha ni tampoco nos es dada; el ser humano
debe conquistarla “en lo profundo de los espíritus”, pues a ella se llega
“buscando la verdad, la justicia, con auxilio de la Gracia”. (19) Esta
idea, como bien sabemos, es muy cercana a la expresada, hace siglos, por San
Agustín cuando éste insistía en que la verdad del hombre no está fuera de él, está
en el fondo de sí mismo, porque en el centro de toda criatura racional está
Dios. En conclusión, acota Cevallos
García:
“El finalismo terreno quedaría trunco si no lo completáramos con el
finalismo ultraterreno. La única definición natural y completa de la persona es
su definición sobrenatural. De tal modo, el pensamiento católico enlaza la
extrahistoria, la intrahistoria y la metahistoria en un proceso que podría
llamar así: Persona, Historia y Dios”. (20)
En esta visión del gran drama de la
raza humana sobre la Tierra,
el rector de la
Universidad de Cuenca se muestra como un pensador cristiano
o, como él mismo lo confesó: “apoyado en la fuerza y claridad de mi fe” (21); recio, dogmático y
apasionado a la vez, coherente con su manera personal de sentir y entender el
mundo. Las doctrinas por él expuestas pueden ser discutibles –de hecho lo son y mucho-, pero desde el punto de vista
de la literatura (asunto que me propuse abordar en estas páginas) Gabriel
Cevallos García es un prosista notable que aborda y defiende con pasión sus
ideas, un prosista con todos los rasgos propios del ensayismo literario. Y son
estas las cualidades que marcan su particular modo expresivo, asunto del que me
ocuparé más adelante.
De la biografía a la reflexión
sobre la cultura
Buena parte de la obra escrita por
Gabriel Cevallos García discurre por otros cauces del ensayo, además del
histórico y filosófico; me refiero a la biografía, la crónica y la
interpretación del hecho artístico en sus distintas formas de expresión: la
literatura, la pintura, la música, el cine o la danza. Los personajes que
escoge para ponerlos bajo su lupa de biógrafo se relacionan siempre con la
historia comarcana del Azuay, hombres que, a su vez, representan ciertos
valores y paradigmas en la historia de la Nación: El santo Hermano Miguel, Luís Cordero,
Remigio Crespo Toral, Honorato Vázquez, Rafael María Arízaga, Alfonso Moreno
Mora. En fin, santos, sabios, poetas, caudillos políticos. Y aunque él sabe que la “alabanza es flor del
viento” no se mide en el encomio de aquellos personajes que él admira. Son vidas
humanas sobresalientes, figuras –piensa él- que están ahí para mirarlas y
revivirlas, pues “son voces grandes, palabras que claman”. Para Cevallos García
el comprender la trayectoria vital de un personaje es “revelar la doctrina
implícita en la biografía egregia”. (21) Sabe que tarea imposible es llegar a definir una vida
humana, intentarlo es estropearla, desfigurarla; por ello, la tarea del
biógrafo es compleja, pues “la biografía no admite la prisión de las fórmulas”.
(22) En muchos de estos ensayos ocurre que, en su
empeño por explicar lo local, nuestro autor, valiéndose de una inagotable
erudición clásica se empina a la historia, a la filosofía y a los mitos grecolatinos
en un vivo anhelo por conferir dignidad o trascendencia a la modesta vida
comarcana. Todas estas evocaciones están impregnadas de filial devoción por el
paisaje nativo, por la vida que transcurre apacible y rural de la Cuenca de antaño. Con ello
Cevallos García se constituyó, a mediados del XX, en el continuador más
calificado y culto de una tradición literaria y regional que había desplegado
sus mejores logros entre finales del XIX y mediados de la centuria siguiente.
En De
Sócrates a Freud: una herencia inquietante, uno de los mejores ensayos
escritos por Cevallos García, ahonda en las raíces del pensamiento occidental a
partir del nosce te ipsum socrático y
lleva la reflexión a través de San Agustín hasta llegar a Freud. Con ello se
pone de relieve una clara tendencia de la cultura europea marcada por un
impulso de profundización en el conocimiento del Yo. Y así como las enseñanzas
de Sócrates fructificaron en Platón, las lecciones de Freud también dieron
nuevos frutos no solo en Max Scheller y su ética de los valores, sino además,
en la filosofía de Bergson y su concepción de la conciencia como duración y
temporalidad. Estos antecedentes dan pie a Cevallos García para explicar las
tendencias de la cultura y el arte del siglo XX manifestadas en el cine, la novela
(Proust, Joyce: un “cubista de la novela”, Thomas Mann…) y en la pintura (Picasso).
Vislumbrar la nación
En Visión
teórica del Ecuador, Gabriel Cevallos García expuso sus ideas acerca del
Ecuador como entidad histórica, como nación. El libro fue publicado en 1960 y
constituyó, a la época, una propuesta aparentemente novedosa y, sin duda, con
mayor enjundia reflexiva sobre el tema nacional. No obstante de ello, sus
planteamientos no superaron el enfoque tradicional que, sobre la nación ecuatoriana,
habían expuesto siempre los representantes del pensamiento conservador
ecuatoriano desde el siglo XIX. En la búsqueda de un concepto de nación afirma:
Ella “hace
referencia formal a aquel conjunto de virtualidades, potencias, fuerzas
ancestrales, suficientes o insuficientes con que el ser humano llega a la vida…
En esencia la palabra nación señala claramente dos realidades diversas: la
material de un nacimiento aquí o allí, y la formal de una suma de posibilidades
con qué edificar la biografía” (23)
Es
el pueblo el sustento de la nación y es el
pueblo el que, por tradición, por sus ancestros comunes, acumula una
experiencia o una herencia que, según Cevallos, consistiría en un…
“repertorio
de posibilidades colectivas… tesoro acrecentado con lentitud ejemplar en siglos de acumularse por el ejercicio de
cierta virtud que podría llamar ahorro tradicional. El monto de tal ahorro se
ha llegado a constituir en las respuestas ensayadas o logradas por el grupo ante
las incitaciones del contorno, con los resultados obtenidos por las fusiones
culturales y con el haber biológico alcanzado por la unión de estas o de
aquellas corrientes humanas. Sumadas experiencia y vida, consolidadas a largo
plazo, forman un caudal que garantiza la
pervivencia y obliga a continuar acrecentando unos valores por los que el grupo
tiene razón de existir entre otros grupos semejantes o diversos”. (24)
Es
evidente que hay aquí un eco de Arnold Toynbee cuando se nos habla de esa
dialéctica de fondo que se manifiesta en aquella terquedad del ser humano y su
infatigable “respuesta” ante las inmutables “incitaciones” del medio, idea que,
de manera gráfica, se la mezcla aquí con una imagen contable, de lo contante y
sonante del acrecentamiento de un capital que crece con el tiempo como un
tesoro o un patrimonio.
Cevallos García habla del “espíritu
nacional” como el modo de ser de un pueblo; temperamento o impulso que
permanece más o menos constante y más allá de los cambios que llegan con la
marejada de los acontecimientos históricos. Dice:
“Sería romántico si creyese en
el volkgeist o espíritu popular
endiosado por los filósofos alemanes de comienzos del siglo pasado, espíritu
cuya calidad esencial se definía por preceder a la materia histórica –hombres y
pueblos- a la que estaba llamada a dar fisonomía… Pero sin ser romántico, sí
creo en la existencia de cierta realidad permanente que vence el cambio y
permite que los hombres se integren en una unidad duradera superando al tiempo
y a la muerte… Mientras los hombres pasan, el espíritu nacional o el espíritu
del grupo resiste y logra una permanencia ejemplar”. (25).
En
su visión de la nación ecuatoriana, Gabriel Cevallos parte de la constatación
del mestizaje, hecho innegable que condiciona la existencia de los pueblos
latinoamericanos:
“El
Ecuador, como los demás países de América, es producido por la fusión de razas
y de culturas, sin que esto podamos abdicar, ni siquiera negar”. (26)
En
este avatar que toda existencia histórica implica son múltiples los contactos
que un pueblo realiza con otros pueblos, los constantes encuentros y
encontronazos, las injerencias e influencias que recibe de otros, lo que, con
el tiempo, va configurando su genética, su temple, su espíritu. Para el caso
del Ecuador, Cevallos García parte del examen del aporte de los pueblos
originarios, aquellos que, desde épocas inmemoriales, ocuparon el territorio de
este país y que constituyen, lo que él llama, “el primer nivel”, el sustrato
antropológico más arcaico, al que, luego, se superpone el incásico o cuzqueño
(el “segundo nivel”), pues con ellos descendemos al “inframundo arqueológico”,
un universo que él estima “primitivo” y dominado “por el pavor”. De estos
pueblos, Cevallos opina que
“se
movían sobre nuestro paisaje sin haber
conseguido mayor altura en cuanto a formas de convivencia política y a
estabilidad y, sobre todo, que no lograron conquistar el tesoro supremo del
pensamiento lógico”. (27)
El
espíritu que los dominó fue, el “llamado espíritu mágico”, el cual, según este
autor,
“no
es apto para introducir un ordenamiento capaz de explicar el mundo que, por lo
disperso, variado y múltiple, en gran parte ni siquiera es considerado como
realidad. (…) Sólo el espíritu lógico vuelve al hombre universal o apto para
universalizar y dominar al mundo…” (28)
Si esta es la visión que Cevallos
García tiene acerca de los pueblos originarios que poblaron el Ecuador –pueblos
cuyas formas persistían hasta los días de la Conquista española- sus
aportes a la conformación de lo que llegaría a ser la nación ecuatoriana se
reducirían entonces a lo puramente biológico; esto es, a haber transmitido una
herencia genética, lo que les reduciría a haber sido una suerte de tronco
antropológico, patrón o sustento en el cual se injertarán, en el futuro, otras
ramas étnicas con mayores potencialidades vitales y culturales. En esta, su
“visión” histórica, Cevallos niega a estos pueblos -que él los llama
“primitivos”-, cualquier capacidad mental, organizativa y, por ende, proyectiva
y universalizadora; pues, según él, aquellos seres humanos no poseían un
“pensamiento lógico” y su relación con el mundo estaba dominada por la magia,
el totemismo y el pavor.
Casi
por esos mismos años en los que Cevallos García hacía estas afirmaciones,
circulaba en Francia un libro titulado La
pensée sauvage (1964) y cuyo autor era Claude Levi-Strauss, uno de los más
notables antropólogos del siglo XX. La opinión que este profesor de La Sorbona tiene acerca de la
organización social y estructura mental de aquellos pueblos aislados de la “civilización”
y considerados “primitivos” es muy otra a la que expone el autor de Visión teórica. Dice Levi-Strauss:
“Se supera la falsa antinomia entre
mentalidad lógica y mentalidad prelógica. El pensamiento salvaje es lógico, en
el mismo sentido y de la misma manera que el nuestro, pero como lo es solamente
el nuestro cuando se aplica al
conocimiento de un universo al cual reconoce simultáneamente propiedades físicas y propiedades semánticas. Una vez
disipado este error de interpretación sigue siendo verdad que en contrario de
la opinión de Lévy-Bruhl, este pensamiento avanza por las vías del entendimiento, y no de la afectividad;
con la ayuda de distinciones y de oposiciones y no de confusión y de
participación”. (29)
El pensamiento lógico y, por ende, el
matemático, no son elaboraciones privativas de pueblos que, a su haber,
ostentan un avance científico o tecnológico, no son creaciones exclusivas del
pensamiento dialéctico, como sostiene Cevallos García. Esto lo saben
perfectamente quienes han ahondado en el estudio de la antigua civilización de
los mayas y cuyos conocimientos astronómicos no dejan de admirar sabios de
nuestro tiempo. “Los enunciados de la matemática –insiste
Levy-Strauss- reflejan el funcionamiento libre del espíritu, es decir, la
actividad de las células de la corteza cerebral, relativamente liberadas de
toda constricción exterior, y obedeciendo a sus propias leyes. La lógica y la logística son ciencias
empíricas que pertenecen a la etnografía más que a la psicología”. (30)
A la luz de verdades científicas como
éstas, aportadas por la antropología contemporánea, no tienen cabida
afirmaciones tan dogmáticas que niegan al hombre prehistórico toda posibilidad
de poseer un pensamiento lógico y, por ende, un conocimiento universalizador.
Esos pueblos, desde la más oscura noche de los tiempos, cada uno con un estilo
propio de cultura, en un relativo aislamiento y agrupados en tribus y en
ayllus, supieron organizar su mundo, universalizarlo, invocarlo o imprecarlo
según su humano saber, entender y sentir, pueblos cuya sensibilidad pervive
hasta hoy en el subconsciente colectivo del hombre del Ecuador.
Aquella representación de América como
el continente predestinado para el mestizaje, la tierra privilegiada que
fusiona en su seno pueblos y culturas de la más disímil procedencia (ese crisol
de “la raza cósmica” de la que habó José Vasconcelos), es una idea que está
presente en el libro de Cevallos García, sobre todo cuando se refiere a la
herencia española, pues fue el hispano quien nos legó esta tendencia a la
apertura y comunicación con el otro: “…somos
herederos de la actitud vital más auténtica de lo español: simpatía racial,
afán de contagio humano, necesidad de versión hacia los demás”. (31) Y
es este mestizaje lo que nos define:
“Somos
hispano-americanos, somos mestizos de blanco, de cobrizo, de negro. Y de esto
no tenemos escape ni remedio”. (Visión:
298). “Fusión cultural y mestizaje racial: he allí el hontanar de la calidad
histórica de los pueblos hispanoamericanos, del ecuatoriano entre ellos… Por
nación somos un pueblo mestizo”. (32)
Sin embargo, páginas adelante, Cevallos se contradice cuando afirma:
“El Ecuador no es país de blancos, no es país de montuvios (sic), no es país de
indios, no es país de cholos; es país de ecuatorianos, simplemente”. (33)
Definición tautológica y discordante
que niega lo que precisamente busca afirmar, esto es el mestizaje y lo que éste
conlleva: las diferencias sociales y de cultura.
Y es España o mejor, Europa (“el
blanco europeo”) quien, a la hora del mestizaje, aporta el legado más valioso
en la conformación del espíritu y la cultura del pueblo hispanoamericano. Esta
es la opinión de Cevallos García: “Pero lo que resulta inobjetable
es que el blanco europeo, hasta hoy, ha dado cumplimiento a las faenas más
altas de la Historia
occidental, con lo que ha modelado al Occidente y al mundo entero”. (34)
Defender,
a la altura de 1960 (fecha en la que se publicó Visión teórica del Ecuador),
un enfoque racista de la
Historia, hablar de la superioridad del “blanco europeo”
(concepto no lejano a ese otro: la “raza aria”) significaba un lamentable
retroceso a posturas ideológicas superadas en la década de los sesenta y
sostenidas solo en cenáculos ultranacionalistas, allá en los años previos a la Segunda Guerra Mundial. Por
otra parte, hay aquí un eco de los supuestos justificativos que siempre
esgrimió la conciencia colonialista de las potencias europeas; esto es, la
creencia en la superioridad racial y cultural de Occidente, declaración que ha
servido para autorizar, desde hace siglos, el dominio del mundo por parte de
Europa y los Estados Unidos. Y como todo imperialismo ha traído consigo
etnocidio, despojo y arbitrariedad, nunca han faltado, desde Roma para acá, los
justificativos de tales desmanes invocando principios de civilización. Es así,
y desde esta perspectiva, que Cevallos García juzga los atropellos de los
colonizadores españoles en tierras de América:
“Los
españoles pudieron ser crueles en América; y lo fueron de verdad, por recurso de
política o por urgencia económica; mas no fueron inhumanos como otros imperialistas civilizados…” (35)
Esta
concepción unilateral e hispanófila de la Conquista de América nos resulta ya lejana y
hasta diría inadmisible, a la altura del siglo XXI. Opiniones como éstas, de
Gabriel Cevallos, nos remiten por contraste a otras que, sobre este mismo
hecho, habían sido emitidas, en su momento, por otro hispanoamericano hacia
finales del siglo XIX y que, a pesar del tiempo transcurrido, sintonizan con la
sensibilidad de una nueva generación; me refiero a José Martí.
De
los pueblos aborígenes que el conquistador español doblegó, dice el patriota
cubano:
“No
más que pueblos en ciernes, no más que pueblos en bulbo eran aquellos que con
maña sutil de viejos vividores se entró el conquistador valiente, y descargó su
poderosa herrajería, lo cual fue una desdicha histórica y un crimen natural”. (36)
En
cambio, por esos mismos años en los que Martí expresaba su pensamiento
anticolonialista (finales del XIX), Domingo Faustino Sarmiento (un argentino
que, en palabras de H. A. Murena, bien se hubiese considerado un “europeo
desterrado”), cuando trató de definir al conquistador español lo hizo en estos
términos: “(un) español, repetido cien veces en sentido odioso de impío,
inmoral, raptor, embaucador es sinónimo de civilización, de la tradición
europea traída por ellos a estos países”. Y este civilizador de las pampas
argentinas (me refiero al autor de Facundo,
desde luego) dirá también:
“Puede
ser muy injusto exterminar salvajes, sofocar civilizaciones nacientes,
conquistar pueblos que están en posesión de un terreno privilegiado: pero
gracias a esta injusticia, la
América, en lugar de permanecer abandonada a los salvajes, incapaces de progreso, está
ocupada hoy por la raza caucásica, la
más perfecta, la más inteligente, la más bella y la más progresiva de las que
pueblan la tierra”. (37)
Y
aquí vuelvo a la afirmación que motivó la reflexión que
antecede: “los españoles pudieron ser
crueles… mas no fueron inhumanos”. Y yo pregunto: ¿acaso la crueldad no es
una forma de ser inhumano?
Pero
regresemos, una vez más, al texto de Visión
teórica del Ecuador. En esta fusión de sangres y culturas que conforma
nuestro mestizaje, en esta confluencia de lo indígena, lo africano y lo
hispano, el aporte que, según Cevallos García, confirió personalidad y
trascendencia histórica a nuestro espíritu fue el español. A esto él lo llama
el ascenso al “tercer nivel”:
“Porque
en este nivel, nuestro espíritu adquirió conformación definitiva y entró ya en la Historia, completándose
al contacto y mezcla con la cultura y la raza hispana que, a más de darnos lo
suyo peculiar –que fue incalculable- nos
trajo lo europeo universal”. (38)
Ahora
bien: estos “aportes y donativos generosos” del español fueron fundamentalmente
tres: el “espíritu lógico, el urbanismo y la cristianización de la vida”. (39)
Es común que cada civilización se
considere el eje de la historia del mundo y bajo esta ególatra perspectiva relata esa historia como el gran drama de su pueblo.
Esto es especialmente verdad en relación a Europa y, en general, a Occidente.
Hasta hace poco, bajo el título de Historia Universal se narraba la historia de
Grecia, Roma, Inglaterra, Francia, España, Alemania, Portugal, Italia, Rusia,
etc. El resto del mundo casi no contaba. Pueblos colonizados como los
latinoamericanos así pensaron su propia historia, como sociedades periféricas y
dependientes, así la escribieron y así la repitieron. Nuestras historias
nacionales han sido vistas y explicadas desde la perspectiva europea. Hegel, el
referente moderno de la Filosofía de la Historia, concebía el
desarrollo de la historia humana como un proceso que avanzaba en una
determinada dirección: “La historia universal –decía- va del Oriente al
Occidente. Europa es absolutamente el fin
de la Historia Universal. Asia es el comienzo”. Estos conceptos implican la exclusión de la historia mundial de América Latina y el
África. (Asia ha permanecido, según el filósofo, en un prolongado estado de “inmadurez”).
Dice, además, Hegel:
“El
mundo se divide en el Viejo Mundo y en
el Nuevo Mundo. El nombre de Nuevo Mundo proviene del hecho de que América… no
ha sido conocida hasta hace poco para los
europeos. Pero no se crea que esta distinción es puramente externa. Aquí la
división es esencial. Este mundo es
nuevo no solo relativamente sino absolutamente; lo es con respecto a todos sus
caracteres propios, físicos y políticos…
De América y de su grado de civilización, especialmente en México y Perú,
tenemos información de su desarrollo, pero como una cultura enteramente particular, que expira en el momento en que el
Espíritu se le aproxima… La
inferioridad de estos individuos en todo respecto, es enteramente evidente”. (Filosofía
de la historia universal, vol. II)
En el siglo XX, esta concepción
eurocéntrica de la Historia
ya fue criticada y mal vista por los propios europeos, me refiero a filósofos
como Spengler y Toynbee. En 1918 Spengler ya denunció esta postura prevalida de
ciertos europeos al dividir la historia del mundo aplicando los mismos
criterios con los que explicaban la
evolución de Europa, esto es, en antigua, medieval, moderna, etc. Toynbee, años
después, denunció el “provincialismo absurdo” de Occidente de creer que el
mundo gira en torno a él desconociendo los valores de otras civilizaciones que
han evolucionado con un tiempo histórico distinto y con unos valores diferentes
a los occidentales. Esta visión tolemaica de la historia y en la que Europa
aparece como el centro del drama universal sigue teniendo sus adeptos entre
nosotros. Hay todavía historiadores (y no son pocos) que no han logrado
liberarse de una visión colonizada (eurocéntrica) de los procesos
latinoamericanos. Esta es la perspectiva que mantuvo Cevallos García a lo largo
de su obra; y me explico que así haya sido ya que en esto, como en otras
opiniones suyas, fue fiel hijo de su tiempo y de su circunstancia. Su visión
del Ecuador no se apartó, en lo esencial, de la tradicional concepción
hispanófila que, durante la primera mitad del siglo XX, había defendido la
derecha ecuatoriana representada por Remigio Crespo Toral, Aurelio Espinosa
Pólit, Isaac J. Barrera o Julio Tobar Donoso. De los textos citados se
deduciría que fue España la que nos confirió un Espíritu, pues los pueblos
originarios (vernáculos e incásicos) carecían de él o si lo tenían era
incipiente. Ya sabemos que ese “Espíritu” al que se refiere Cevallos García no
es otro que el pensamiento lógico, el pensamiento dialéctico, la cultura
universalizadora, el cristianismo, el urbanismo, etc.; es decir todo aquello de
que habían carecido estos pueblos para ser “civilizados”; pues –como dijo
Hegel-, en cuanto se aproximó a ellos la cultura europea (el “Espíritu”)
“expiró” el hombre primitivo. Como vemos, el pensamiento de Cevallos García
está, en este punto, más cerca del viejo y anacrónico Hegel que de su
historiador preferido, mister Arnold Toynbee.
Una prosa y un estilo
“El dominio de la forma, la
posesión del estilo, la plenitud de la manera personal, son metas inasequibles,
vedadas al vulgo de los pergeñadores… A un escritor, en su condición de
escritor, solo puede comprenderle otro de igual oficio,” (40) escribió Gabriel Cevallos
García atestiguando con ello de algo muy cercano a él: la faena diaria que
consume al auténtico escritor en su búsqueda por encontrar su propio lenguaje,
la forma que exprese la impronta de su alma en aquello que escribe, ese estilo
que es su huella personal. “La faena intelectual –confesó en otra ocasión- es
un trabajo que cada día se cumple y jamás está cumplida. Inmenso deber. Casi
infinito. Somos infinitos en la esperanza”. (41)
Al
inicio de este trabajo marqué un punto de partida: el auténtico ensayo, recordé,
es aquel escrito en prosa en el cual la materia verbal ya no es solo soporte de
objetividades y razonamientos acerca de un tema, cualquiera que éste sea, pues el asunto no es
lo determinante, en este caso, sino, aparte de ello, de subjetivaciones de un
yo, el ser altavoz de una conciencia. Además, “el arte del ensayo literario –lo
dije en cierta ocasión- se fundamenta en la personalidad del ensayista; mientras más rica sea ésta,
mientras más experiencias de vida y conexiones cognoscitivas despliegue el
autor, contrastando así el impulso lógico con la intuición y la imaginación,
más sugestivo será el resultado”. (42) Y es esto lo que triunfa en los
ensayos de Cevallos García.
Lo dicho aquí nos acerca al aprecio de
ciertas claves del estilo de este autor. Los rasgos formales de la prosa ensayística
de Gabriel Cevallos García se subordinan
a una clara voluntad de estilo. En su caso, las líneas expresivas de su prosa
surgen del íntimo impulso de sus ideas, obedecen al ritmo torrencial de su
pensamiento, a su nunca desmentida capacidad de afinar conexiones asociativas,
en fin, a la riqueza de su conocimiento y de su imaginación. Ello da como
resultado un estilo claro y fluido, río de aguas espesas que se remansa, a
ratos y a ratos se desborda, que acarrea evocaciones cultas que ilustran una
idea que se expone o una doctrina que se defiende. El pensamiento avanza
impulsado por tales asociaciones que convocan imágenes, lo que torna sugerente y rica su prosa; una prosa que, por
otra parte, corre el riesgo de la ampulosidad, el oropel verbal, el regodeo de
la frase de amplia estructura.
Su saber histórico y filosófico, su
conocimiento de libros y de autores, vertidos en sus escritos de forma natural
y para nada petulante, amplían su palabra, confieren solidez a una prosa que se
disuelve en frases amplias, que se deleita en el enunciado oratorio, enjundioso;
prosa en la que la claridad del pensamiento no se pierde ni se opaca, pero que se
torna barroca ya que, cual torrente caudaloso, arrastra sedimentos
conceptuales, sugestiones semánticas. Ello se aprecia en la construcción del
párrafo, estructura que se divide y
subdivide en incisos subordinados a impulsos de los diversos matices de la idea.
El resultado es un estilo verboso que se vierte en abundante fraseo, en
ostentación retórica, ajeno a toda
economía expresiva, que convoca demasiadas palabras, hojarasca barroca que al caer en desmesura,
se torna en vicio elocutivo…
Tumbaco, septiembre de 2010
---- -- -- --.
(1) Un testimonio personal de lo aquí expresado lo podrá
encontrar el lector en “Evocación de un maestro”, microensayo incluido en mi
libro titulado Los espejos y la noche;
edición de la Academia Ecuatoriana
de la Lengua,
Quito, 2010.
(2) Edición del Banco Central del Ecuador, sucursal de
Cuenca, 1987.
(3) Su libro más conocido es probablemente Visión teórica del Ecuador, obra con la
que se inicia la colección bibliográfica llamada Biblioteca Ecuatoriana Mínima.
(4) En la
biblioteca de la
Pontificia Universidad Católica del Ecuador, en Quito, he
encontrado un trabajo mecanografiado (230 pág.) escrito en 1991 por Guillermo
Urgilés Campos titulado “Filosofía de la Historia o Metahistoria en Gabriel Cevallos
García.” tesis previa a la obtención del título de Doctor en Filosofía. En la Revista Procesos
No. 22, año 2005, publicada por la Corporación Editora
Nacional consta un artículo de Catalina León Pesantez titulado “Filosofía e
Historia en el pensamiento de Gabriel Cevallos García” (ps. 131 a 136). Y no he
encontrado más comentarios dignos de consideración sobre nuestro autor.
(5) Son pocos los
libros suyos que uno logra encontrar en las bibliotecas públicas. Los trece
tomos de las “Obras completas” que publicó el Banco Central del Ecuador,
sucursal de Cuenca, tuvieron escaso tiraje (lo que equivale a quedarse
elegantemente inédito). Pero, además –y
esto es lo peor-, fueron mal editadas, con un prólogo –hay que decirlo- nada
auspicioso, pues no estuvo a la altura del autor.
(6) En Obras
Completas T. I Temas históricos ecuatorianos. Cuenca,
1987, p 71.
(7) Idem
(8) En “En la entraña de la Historia”, incluido en De aquí y de allá; Tomo II. Cuenca, Casa
de la Cultura,
Núcleo del Azuay. 1963. p 318.
(9) Con este concepto Dilthey dio por superada la
clásica tríada kantiana de la crítica de la razón pura, de la razón práctica y
del juicio..
(10) En “Tres siluetas de la palabra de honor”. Ensayo
incluido en De aquí de allá; Tomo I, Cuenca, 1962.
(11) “En la
entraña de la Historia”,
ps. 325, 326.
(12) Idem p. 348. Añade luego: “… debemos afirmar
que la Historia
no es obra de tres o cuatro pasiones negativas hábilmente explotadas ni que el
hombre es simple juguete de la vida económica, del imperialismo o de la lucha
de clases. Necesitamos, de modo absoluto, afirmar que el hombre es sujeto y
señor de la Historia,
que es persona responsable que se desenvuelve contrariando los estrechos
postulaos del materialismo histórico”. Ps. 350, 351.
(13) En la
entraña de la Historia”,
351
(14) Idem 351.
(15) Idem 355.
(16) Idem 356.
(17) Idem 352.
(18) Idem 353 a 355.
(19) Idem 357, 358.
(20) Idem 361.
(21) Nota “Tres siluetas de la palabra de honor”,
incluido en De aquí y ahora. Tomo 1.
P. 80.
(22) Idem
(23) Visión
Teórica del Ecuador, 307.
(24) Visión,
309.
(25) Visión,
312.
(26) Visión,
294.
(27) Visión,
319.
(28) Visión,
326, 327.
(29)
El pensamiento salvaje. Fondo de Cultura
Económica, México. 1964, p. 388.
(30) Id. p. 359. Frase, esta
última, de Beth, en Les fondaments
logiques des mathematiques, Paris, 1955. Los pueblos originarios de América, aquellos que encontraron aquí los
europeos, no fueron, ni de lejos, ese rebaño de infrahombres incapaces de
pensar con lógica, ineptos para dar soluciones inteligentes frente al medio y
organizar, a su modo, el espacio, el tiempo y la vida social tal como los mira
Gabriel Cevallos García. Como hemos señalado, a la luz de la antropología
contemporánea y luego de los estudios de Levy-Strauss ya nadie puede sostener
tamaña desmesura. No está demás abundar aquí en razones citando las conclusiones a las que arriba el
célebre profesor de La Sorbona
en su libro La pensée sauvage: “Cierto es que las
propiedades accesibles al pensamiento salvaje no son las mismas que las
que llaman la atención de los sabios.
Según cada caso, el mundo físico es abordado por extremos opuestos. Uno
supremamente concreto, otro supremamente abstracto, y ya sea desde el punto de
vista de las cualidades sensibles o del de las propiedades formales. (…) así el uno como el otro, e independientemente
el uno del otro, tanto en el tiempo como en el espacio, hayan conducido a dos
saberes distintos, aunque igualmente positivos: aquel cuya base ha sido
proporcionada por una teoría de lo
sensible, y que continúa satisfaciendo nuestras necesidades esenciales por
medio de esas artes de la civilización: agricultura, cría de ganado, alfarería,
tejido, conservación y preparación de
alimentos, etc., de las que la época neolítica señala el florecimiento y aquel
que se sitúa, de golpe, en el plano de lo inteligible y del que ha salido la
ciencia contemporánea. Hemos tenido que esperar hasta mediados del siglo actual
para que estos caminos, durante tanto tempo separados, se cruzasen: el que
llega al mundo físico por rodeo de la comunicación, y aquel del que sabemos,
desde hace poco, que, por el rodeo de la física, llega al mundo de la
comunicación. El sistema entero del conocimiento humano cobra, así, el carácter
de un sistema cerrado. Por tanto, es seguir siendo fiel a la inspiración del
pensamiento salvaje el reconocer que el
espíritu científico en su forma más moderna, habrá contribuido, en virtud de un
encuentro que solo él supo prever, a legitimar sus principios y a restablecerlo
en sus derechos”. (390).
(31) Visión: 295.
(32) Visión: 310.
(33) Visión: 301.
(34) Visión: 296.
(35) Visión: 296. Cursivas del propio autor.
(36): Citado por Roberto Fernández Retamar en Calibán y otros ensayos.
Editorial Arte y Literatura. La Habana, 1979.
(37) Cf. Fernández Retamar, op. cit.
(38) Visión: 368.
(39) Visión: 370.
(40) En
“Crespo Toral, testimonio de su tiempo”. De aquí y allá Tomo I p. 82.
(41) “Liminar”, en De aquí y de allá, Tomo I p.9.
(42) Juan Valdano, en Los espejos y la noche, p. 42.