jueves, 10 de junio de 2021

TEXTOS

 

La novela de aprendizaje

Juan Valdano

Una de las formas que adoptó la novela moderna a partir del Romanticismo fue la “novela de aprendizaje” (Bildungsroman), nombre con el que críticos alemanes del siglo XIX distinguieron un subgénero narrativo, muy en boga entonces, en el que se narra la vida de un personaje desde su infancia hasta la madurez. En la novela de aprendizaje asistimos a un proceso psicológico de formación del protagonista quien afronta un cúmulo de vicisitudes y experiencias que marcan su carácter y su destino. El motivo literario del viaje es recurrente en este tipo de novelas ya que sus personajes, por diversos motivos, se alejan del entorno familiar y sus afectos y enfrentan un mundo extraño y hostil.

La aventura tiene aquí un objetivo: alcanzar la madurez, algo que el protagonista lo consigue gradualmente y con dificultad. El conflicto se centra en la contradicción latente entre el personaje y la sociedad. El protagonista llega, al fin, a superar las discordancias y a adaptarse a los valores imperantes, con lo que sus decepciones llegan a término.

La novela picaresca del Renacimiento y, en concreto “El Lazarillo de Tormes”, es un antecedente de este subgénero; sin embargo, fue J.W. Goethe con una obra primeriza, “Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister" (1796), quien marcó el derrotero de este tipo de relatos. En el siglo XIX, época de revoluciones y reacomodos, la sociedad europea se desgarraba en una lucha ideológica en la que estaba en juego la continuidad del “ancien régime” y el triunfo del Estado liberal. En ese momento, la novela de formación y su vocación testimonial tuvo un rol fundamental al presentar la problemática existencial del nuevo protagonista: el petulante burgués que aspira a sustituir en el poder y en el prestigio a una nobleza cada vez más decadente.

La novela de aprendizaje proporcionó nuevos temas y argumentos a la novelística romántica y realista representada entonces por Dickens, Balzac, Stendhal y Flaubert (“La educación sentimental”). Una tendencia que continuó a lo largo del siglo XX. Sin ser estrictamente Bildungsroman, varias novelas de Proust, Thomas Man, Herman Hesse, J.D. Salinger (“El guardián entre el centeno”) y Vargas Llosa (“La ciudad y los perros”) comparten los mismos rasgos temáticos y formales. En la literatura ecuatoriana hay dos obras que bien podrían estimarse como novelas de aprendizaje: “A la Costa” de Luis A. Martínez y “Pacho Villamar” de Roberto Andrade.

La migración de pueblos enteros es un hecho que caracteriza a este tiempo de grandes conmociones bélicas y políticas, de ahí que el tema migratorio haya pasado a ser uno de los motivos recurrentes en la novelística de hoy. La novela de la migración es una nueva expresión de la novela de aprendizaje. La historia de aquellos que dejan su país para vivir en otro, muy diferente al suyo, pasa a ser, en la novela de migrantes, un testimonio del desarraigo que hoy viven comunidades enteras. Tal es el caso de la novela ecuatoriana “La memoria y los adioses”, obra de quien esto escribe y que, en breve, volverá a las librerías.

Publicado en Diario El Comercio Quito 9 Junio 2021

jueves, 22 de febrero de 2018

EL ENSAYO LITERARIO COMO TENTATIVA

Por:  Juan Valdano
(Incluido en el primer volumen de Brújula del Tiempo. Editado por la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Quito, 2016)  


Vamos de la mano mi libro y yo.
Michel de Montaigne

Pobre e inexacta es la enunciación que el DRAE consigna sobre la palabra “ensayo”. Dice: “Ensayo: Acción y efecto de ensayar. 2. m. Escrito en prosa en el cual un autor desarrolla sus ideas sobre un tema determinado con carácter y estilo personales. 3. m. Género literario al que pertenece el ensayo”. No es de extrañar esta generalidad cuando se trata de explicar la naturaleza del más moderno de los géneros literarios.  No obstante hay aquí una palabra que, a mi parecer, da en el clavo: el verbo ensayar. Y en seguida salta la pregunta: ensayar ¿qué? Es esto lo que intentaré responder aquí.
La retórica clásica, a partir de Aristóteles, había identificado los rasgos propios de la lírica, la épica y la dramática, los tres géneros tradicionales, pero del ensayo nadie se ocupó sino solo a partir de finales del siglo XVI. Los preceptistas del siglo XVIII (Boileau, Luzán) establecieron las pautas que supuestamente se cumplen en cada uno de los géneros tradicionales, normas que las dedujeron del estudio de las obras maestras de los clásicos griegos y latinos. Estos “legisladores el Parnaso”, como se los llamó, dictaron, desde la estética neoclásica, las reglas que el poeta debía respetar al crear su obra. Tal dictadura fue, evidentemente, desobedecida por los románticos del siglo XIX quienes en asuntos del buen gusto, así como en lo relacionado a la expresión del pensamiento, optaron por la libertad y la espontaneidad del genio. Luego de estas batallas entre eruditos y poetas (como la de Hernani, la más celebrada de todas y que tuvo a Victor Hugo como su protagonista), lo que quedó en claro fue que los géneros literarios son formas propias de la comunicación humana, estructuras que los griegos –en esto como en tantas cosas- habían plasmado y que la tradición las consagró como modelos de validez permanente. Tal idea fue el sustento del clasicismo.

Fue Benedetto Croce en el siglo XX quien negó fundamento teórico a toda división en géneros. Karl Vossler se sumó a esta desconfianza. Hoy en día, este enfoque netamente retórico ha perdido vigencia. Lo que prima es destacar la naturaleza particular de una obra literaria. Como dice Wolfgang Kayser: “cada obra poética posee tan esencial singularidad, y lo poético es tan individual y uno en sí mismo, que toda subordinación a un grupo solo puede apoyarse en exterioridades”. (1)  No obstante de ello, soy de los que afirman que los géneros literarios parten de una actitud propia y característica, la cual determina su naturaleza y su tono.

Si partimos de la idea de que los géneros literarios son modos particulares de representar el mundo, debemos concluir entonces que, para cada uno de ellos existe una actitud específica del yo poético, actitud que es adoptada con la intención de representarlo de un modo u otro. Cada género literario obedece, por lo tanto, a  una determinada actitud comunicativa. La necesidad de expresar los íntimos sentimientos de un yo poético es la esencia de lo lírico; narrar una anécdota con tono objetivo será siempre la actitud propia de lo épico y el representarla con gestos y palabras es la esencia de lo dramático. La pregunta que entonces surge es ¿y el ensayo dónde queda? ¿Cuál es la forma propia del ensayo, cuál  la actitud que, en este caso, adopta el yo poético, en fin, qué determina la manera de ser de este género?

A pesar de contar con una antigua y noble tradición –que parte de los diálogos platónicos- el ensayo, como género prosístico, no fue adjuntado sino modernamente a la tríada de los géneros clásicos. Así pues, junto a la lírica, la épica y la dramática debemos incluir al ensayo, pero no a cualquier texto en prosa sino exclusivamente al ensayo literario. Y valga esta aclaración hecha a tiempo porque si estamos hablando de arte literario, lo que en otras épocas llamaban las “bellas letras”, debemos excluir aquí aquellos textos cuya finalidad  no es estética sino científica, pragmática, meramente informativa o periodística. “El discurso literario y el científico –precisa Claudio Maíz- han sido diferenciados, en virtud de que el primero practica un uso emotivo del lenguaje, en tanto que el científico se caracteriza por su peso en lo referencial” (2). El lenguaje literario se opone al científico; el primero es polisémico, el segundo es unívoco. 

A partir de Michel de Montaigne el ensayo literario adopta la forma moderna con la que hoy lo conocemos. Fue él quien dio un nombre y le otorgó ese carácter que le es propio. Así pues leyendo los ensayos de Montaigne podemos decir en qué consiste este género, cuáles son sus formas y fronteras.  “El logro de Montaigne –dice Harold Bloom- fue fusionarse con su libro en un acto que solo podemos llamar originalidad (…) donde ser original es ser raro. (…) Montaigne cambia a medida que relee y revisa su propio libro; más quizás que en cualquier otro libro, el libro es el hombre y el hombre es el libro. Ningún otro escritor se oye a sí mismo con tanta agudeza como lo hace Montaigne; ningún otro libro es una obra en marcha” (3). El libro es el hombre, ha dicho Bloom. En su obra se vierte el ensayista. Individualidad, subjetividad, confesión, autorretrato, diálogo desde los linderos, en fin intentos por alcanzar un aspecto de la realidad, intentos por conocerse y explicarse, el ensayo como intento: tal es la actitud que caracteriza a todo ensayo literario.  Alfonso Reyes encuentra que el ensayo es uno de los nuevos géneros discursivos que se han extendido por América Latina y Europa. Lo concibe como  “Prosa no ficcional destinada a tratar todo tema como problema, a ofrecer nuevas maneras de ver las cosas, a reinterpretar distintas modalidades del mundo, a brindarnos nuevas síntesis integradoras, ya exploraciones de frontera y de límite, cruces de lenguajes, en un estilo ya denso y profuso, ya denso y lúdico, tal vez la única frontera que separe al ensayo de otras manifestaciones en apariencia afines sea el ejercicio de responsabilidad de poner una firma y un nombre que lo respalde…” (4) 

La actitud ensayística parte, creo yo, del asombro y la inquietud frente  al mundo, admiración que despierta en el escritor la necesidad de comprenderlo y luego, el deseo de explicarlo, para lo cual, desde su experiencia y emoción, ensaya acercamientos a la realidad, intentos de descifrarlo a partir de la lógica y la estética, aunando en ello, pensamiento e imaginación. Su objeto es dar respuestas (provisionales respuestas, claro está) a los grandes problemas del ser humano y la cultura. El ensayo enlaza lo particular con lo universal, la experiencia privada del escritor con la tradición universal. El ensayo no puede abstraerse del contexto del que surge aunque tampoco debe reducirse a su entorno.

El punto de partida de la actitud ensayística es la subjetivación del discurso. Como en todo texto poético, el ensayista habla desde su experiencia. Al igual que Sócrates en la Apología, al igual que San Agustín en las Confesiones su diálogo es un “diálogo en el umbral” (Bajtin), lo que equivale a decir, surgido desde una circunstancia original y en la que las palabras, liberadas de todo automatismo, ahondan en interioridades y despojamientos. Y es este “impulso confesional” lo que marca al ensayo moderno.  
El ensayista sabe que su enfoque siempre será relativo y personal de la realidad que intenta descifrar. El verdadero ensayista parte de la búsqueda sincera de la verdad, búsqueda humildemente asumida. Parte del “solo sé que nada sé” y del “conócete a ti mismo” socráticos. Ello le distancia del científico quien aspira abarcar la totalidad de la racionalidad de los fenómenos. La ciencia se asienta en lo objetivo, mensurable y comprobable. La literatura, el arte van por otros caminos. Son formas diferentes de apropiación del mundo.  Naturaleza propia del ensayo es permanecer al interior de los linderos del escepticismo. La duda y el ahondamiento en la propia visión del mundo son sus caminos. Nada es definitivo, todo es relativo porque, según el arte, todo guarda el multiforme aspecto de lo variable y contradictorio. Con modestia, el ensayista sabe que son alcanzables solo ciertos aspectos de lo real. Si después de todo yo, un ensayista, arribo a una opinión,  siempre será mi verdad, una conquista personal y fragmentaria, jamás la Verdad. Cada ensayo es una visión inacabada del objeto sobre el cual se discurre, un intento por atrapar un fragmento de la realidad, un ejercicio, una pirueta, una tentativa más por dar con la verdad de algo. De ahí la actitud escéptica del qué sais je? de Montaigne, de ahí, su fragmentarismo, su escepticismo esencial, su individualismo, su modernidad. Si cada ensayo es un logro relativo, la conquista de un fragmento de lo real, ¿dónde está la unidad de un libro de ensayos que, como el presente, recoge decenas de ellos, textos que, desde esta perspectiva, son intentos por capturar la escurridiza realidad de las cosas? La unidad  de un libro –como el presente-  que en sus páginas recoge varios ensayos en sí mismo fragmentarios  estaría en la personalidad del autor, en su visión, en su impulso creador, en su estilo, quizás. Y es esto lo que confiere al ensayo ese subjetivismo tan propio de este género.
Una expresión de ese fragmentarismo tan propio del ensayo literario es la recurrencia a la digresión. Juan Montalvo hacía gala de esa habilidad suya de abandonar un tema en el que nos había involucrado para ir a otro; retroceder o avanzar dando curvas, virando a un lado y otro, lo cual, según él, confería agilidad y fuerza a su estilo. Oigámosle: “Bien como los soldados en sus evoluciones cambian de frente cuando menos lo esperan los espectadores, y toman otra dirección, así nosotros, después de este proemio que venía prometiendo un mar de poesía, le volvemos la espalda, y acometemos a tratar un asunto más positivo y triste” (5). Por lo visto, su intención no es trajinar por la línea recta de una avenida, sino por el tortuoso sendero de un parque que caprichosamente da vueltas ya a derecha, ya a izquierda. Su actitud es la del paseante ocioso que disfruta del paisaje, no la del peatón apurado que  escoge, de manera lógica, el camino más corto para ir de un punto a otro. La lógica del ensayista es, por supuesto, la misma del filósofo; solo que el ensayista es un esteta, un conversador sin apuros que gusta desviarse del camino, perderse a la buena de Dios y disfrutar de aquello que descubre en su aventura, y el filósofo, en cambio, es aquel que se concentra en cada paso que da, el peatón que mide la ruta, que ni se detiene ni desvía del camino.

La digresión es algo consustancial y propio del ensayo literario. Lo hallamos en Montaigne y en tantos ensayistas como es el caso de Juan Montalvo. Es el extravío temporal del hilo discursivo para dar paso a un inesperado torrente de ideas que aparentemente nos alejan del asunto principal. La digresión se explica, a mi entender, porque el ensayo surge de una actitud netamente literaria. Con ello quiero decir que el autor penetra en la realidad a partir de su visión personal, desde su experiencia, desde el íntimo llamado de la asociación de ideas. El pulso de su prosa es el pulso de su pensamiento, la palpitación de la idea es la urgencia con la que ésta comparece en la frase y, al hacerlo, dicta la dilatación o el encogimiento del estilo. Michel de Montaigne, anota Jorge Edwards, “era una mente en movimiento, que se corregía a sí misma, que rectificaba a cada rato, que ingresaba a senderos laterales, que se extraviaba y no se preocupaba de salir de su extravío. Un maestro consumado de la digresión: sabía retomar el hilo del discurso y también sabía abandonarlo, olvidarlo, acabar su cuento con un acorde diferente, dejando cabos sueltos por un lado y por otro. En otras palabras una mente imprevisible. Dicho lo anterior, puedo concluir que el maestro nos autoriza y nos autorizará siempre a la digresión. Su sombra, su aura, su espíritu particular, su humor soterrado, nos llevan a los caminos laterales, a los paréntesis, a los hilos sueltos. Es  la idea esencial de producir ensayos: ensayar un sendero, y si no conduce a ninguna parte, desandar lo andado y ensayar otro. Y termina en la mitad del tercero o del cuarto, sin la menor necesidad de darle un cierre, un desenlace determinado, una moraleja. Su escritura es un ritmo que prosigue, una actividad ociosa” (6).

Leer a un gran ensayista (Montaigne, Juan Montalvo, José Martí, Ortega y Gasset, Albert Camus, Alfonso Reyes, Jorge Luís Borges, Mario Vargas Llosa o George Steiner) es ver el mundo con los ojos de un testigo de excepcional valor, riqueza  y experiencia. Un ensayista es siempre un hombre de buena fe (salvo excepciones, claro), un espectador que dice lo que ve y piensa. Su testimonio, antes que proporcionarnos respuestas, nos plantea preguntas, siembra inquietudes. Quien busca en él bálsamos o alivios mejor no lo lea. Todo gran ensayista nos desvela, nos intranquiliza.  Al dar un testimonio personal de su mundo, el ensayista se aventura, incluso, a teorizar sobre sí mismo: filósofo de su vivencia, de su época y circunstancia. Montaigne decía: “preferiría entenderme bien a mí mismo antes que entender bien a Cicerón”. Actitud socrática y principio de sensatez práctica. En fin, la literatura como espejo, un espejo en el que el hombre se mira en su perecedera condición.

Es normal que en el ensayo hallen cabida discursos procedentes de otros géneros como la narración, la ficción, la crónica,  la autobiografía y la poesía. En los ensayos de Borges el discurso epistémico comparte fronteras con la ficción, la crónica apócrifa con la prosa hermenéutica. Nuestro ensayo, el ensayo hispanoamericano es un género proteico que se adapta a todos los temas, género sin orillas en el que todas las interpretaciones del mundo hallan cabida, el “centauro de los géneros” como lo llamó Alfonso Reyes. El ensayo contemporáneo “preocupado por explotar y ampliar los límites de lo visible, decible e inteligible” (7) ha logrado una dinámica propia y una renovada vitalidad que lo han convertido en uno de los géneros literarios que mejor interpretan los problemas del mundo actual.

La prosa ensayística adquiere calidad literaria cuando en ella está presente cierto ánimo estético, una voluntad de estilo, ese elemento subjetivo y personal del autor que la confiere esa calidad y que la convierte en un proyecto artístico. Un ensayo llega a ser literario cuando lo sugestivo de su forma pesa tanto como lo persuasivo de su contenido. El ensayo literario es prosa que discurre entre dos corrientes: la función estética y la aspiración pragmática y en la que, desde el punto de vista del lenguaje y la eficacia cognitiva, triunfa siempre lo primero sobre lo segundo. Y si bien la prosa expositiva y argumentativa es lo propio del ensayo en general, ello no impide que al interior de sus fronteras campeen, por igual, las formas de la descripción y la narración. Walter Mignolo (8): distingue tres tipos de ensayo literario: a) El ensayo “hermenéutico” que se origina con Montaigne, “centrado en la experiencia de un sujeto universal que se piensa como representativo de la condición humana toda”. b) El ensayo “epistemológico” apoyado en el discurrir de un sujeto cognoscente, camino por el que transitaron Bacon, Locke, Berkeley y unido, más bien, al tratado filosófico. c) El ensayo “ideológico” centrado en el sujeto que mira y analiza el entorno social, que aplaude, reprueba o critica las costumbres de su tiempo. De este nervio y de este fuste fueron Voltaire y León Bloy en Francia y cada uno en su siglo; y también lo fueron Juan Montalvo, Manuel González Prada, Alfonso Reyes, Octavio Paz en Hispanoamérica.

Por tradición, nuestro ensayo ha conservado un carácter ético, comprometido con la defensa de los valores humanos, siempre combativo, nunca neutral; ha sido el instrumento idóneo para lograr un cambio de mentalidad; lección para nuestras elites;  medio a través del cual el escritor dice, destapa, interpreta, denuncia y critica los problemas de su sociedad. No en vano el ensayo ha sido, desde el siglo XIX,  el  más recurrido en las letras de América, género a través del cual nos pensamos e identificamos como un solo pueblo y al encontramos hemos ido afirmándonos en la lenta construcción  de un mismo destino, de una misma nación, la nación hispanoamericana.

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(1)      Wolfgang Kayser. Interpretación y análisis de la obra literaria. Gredos, Madrid. 1961 p. 437.
(2)      Claudio Maíz. El ensayo: entre género y discurso. Mendoza, 2004. P 74.
(3)      Harold Bloom. El código occidental. Anagrama. Barcelona. 2001. P.159.
(4)      Alfonso Reyes. “Las nuevas artes”. Obras completas de Alfonso Reyes. México. FCE, 1959.
(5)     Juan Montalvo. El Regenerador. Tomo I  Garnier, París, 1929. P. 126.
(6)     Jorge Edwards. La muerte de Montaigne. Tusquets, Barcelona, 2011. Ps. 175, 176)
(7)     Liliana Wienberg. El ensayo latinoamericano entre la forma de la moral y la moral de la forma. Cuadernos CILHA 2007. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, Argentina. P. 110.
(8)     Walter Mignolo “Discurso ensayístico y tipología textual”.  En Isaac Lévy y Juan Loveluck (eds). El ensayo hispánico. Columbia: University of South Carolina, 1984, p 53))



EL ENSAYO Y EL VALOR MORAL DE LA PALABRA

POR:  JUAN VALDANO

Liliana Weinberg  define al ensayo como “prosa no ficcional preponderantemente expositivo-argumentativa en la que, a partir del punto de vista del autor, se ofrece una interpretación de algún tema o problema en diálogo abierto con una comunidad hermenéutica”. Para que un texto en prosa con los rasgos formales aquí señalados adquiera la categoría de literario debería, en mi opinión, insistirse en un aspecto y añadirse otro. Lo primero: construir el discurso a partir de un YO reflexivo y lo segundo: la voluntad de estilo.  En una palabra: lo literario apunta a lo subjetivo de la visión y lo sugestivo de la forma. Mientras más rica es la mirada del ensayista, más sugestiva será su palabra.

AMÉRICA Y EL ENSAYO
En ensayo es un género reciente, surge con la modernidad. Más aún, su aparecimiento en el mundo de las letras está enlazado  a un hecho histórico: el arribo del europeo a América, ese “Mundus Novus” al que aventureros como Colón y Amerigo Vespucci se dieron a la tarea de admirarlo, conocerlo e interpretarlo llamando cada cosa nueva que encontraban con su nombre americano. En los testimonios y noticias del descubrimiento germinaba el ensayo como una novedosa forma de comunicación de ideas y experiencias. No es de extrañar que, por esos años, en la aún ruda lengua de Castilla (a la que Nebrija buscaba darle una gramática) irrumpiera desde el Nuevo Mundo un turbión de voces exóticas como caníbal, huracán, hamaca, canoa o cacao.
La insólita realidad americana pasa al imaginario europeo y nace el ensayo como crónica de conquistas (Bernal Díaz del Castillo), como alegatos en defensa del indio (Bartolomé de las Casas) o como irónicas reflexiones acerca de lo relativo de la moral (Montaigne a propósito de los caníbales). La verdad es que frente a la singularidad de América, el europeo empieza a reflexionar sobre su propia cultura. Al hacerlo, rehúsa reconocerse en el espejo cóncavo de la humanidad americana y se descubre a sí mismo. Aquello no había ocurrido desde los tiempos de Heródoto. Luego de América y de la Reforma, la cristiandad europea ya no será la misma.
Antes que hablar de un “descubrimiento de América” por Occidente, habría que hablar de un descubrimiento de Europa por parte de los propios europeos. Aquel fue un hecho mental, el  inicio del “nosce te ipsum”  socrático que transformó al hombre del Renacimiento. En este proceso discursivo, el género del ensayo pronto encontró su camino: ser un ámbito para el debate, la forma 
idónea para difundir teorías y experiencias. 

DIALÉCTICA ENTRE EL YO Y EL MUNDO
De este proceso ideológico nace el ensayo moderno como singular dialéctica entre el Yo y el Mundo. El ensayo literario es un género en el cual la particular visión del ensayista nos remite a  una interpretación del mundo y, a su vez, el mundo así interpretado nos restituye a la mirada del ensayista. La interrelación de estos dos elementos conforma lo privativo del ensayo literario. 
 “La actitud ensayística parte, creo yo, del asombro y la admiración frente al mundo, admiración que despierta en el escritor la necesidad de comprenderlo y luego, el deseo de explicarlo, para lo cual, desde su experiencia y emoción, ensaya acercamientos a la realidad, intentos de descifrarlo a partir de la lógica y la estética, aunando en ello, pensamiento y emoción. Su objeto es dar respuestas (provisionales, claro está) a los grandes problemas del ser humano. El ensayo enlaza lo particular con lo general, la experiencia privada del escritor con la tradición universal. El ensayo no puede abstraerse  del contexto del que surge aunque tampoco  debe reducirse a su entorno” (*)

LA MORAL Y LAS FORMAS
Disposición recurrente del ensayismo hispanoamericano ha sido el juicio moral de la sociedad. La historia, la cultura, la política, la economía, la literatura  han sido analizadas desde una percepción ética. Las posturas ideológicas desde las cuales parten nuestros ensayistas, por lo general, son diferentes, sin embargo, todos confluyen en una visión deontológica de la realidad. La naturaleza dúcil y proteica del ensayo latinoamericano (ese “centauro de los géneros”, como lo llamó Alfonso Reyes) permite que al interior de sus fronteras hallen cabida todos los discursos posibles. El ensayo de interpretación es esa forma propia de la prosa hispanoamericana que ha estado ligada al mundo de los valores. Desde Mariátegui hasta Octavio Paz, desde Alfonso Reyes hasta Benjamín Carrión,  desde Germán Arciniegas hasta Carlos Fuentes y Vargas Llosa la reflexión ensayística ha ahondado en el análisis de los procesos políticos de la sociedad, los límites del poder, los derechos de los pueblos, la vigencia de la democracia.

Frente a los cambios radicales que hoy imperan en el espacio público, el ensayista recurre a nuevas formas de llegar a los lectores: el ensayo corto, el ensayo periodístico,  el blog… El ensayo corto es el antagonista de “la tentación de agotar el tema”. Julio Torri  habla de él como “la expresión cabal, aunque ligera, de una idea. Su carácter propio procede del don de evocación que comparte con las cosas esbozadas y sin desarrollo”. El ensayo y la narrativa son dos géneros con fronteras comunes. Se complementan y enriquecen mutuamente cuando el discurso parte de una fuerte experiencia vivida que, luego, busca ser explicada y discernida por una voz narrativa.
En resumen, el ensayo latinoamericano ha sido el portavoz de nuestras ideas, utopías y experiencias comunes; en  él confluyen modos de vida, costumbres y lenguajes; resume nuestra filosofía, pasión e identidad. Ha sido, además, la permanente actualización de la memoria, un juicio del pasado y la conciencia del presente. El ensayista testimonia de lo que ve y de lo que piensa. Antes que proporcionar respuestas, siembra inquietudes. Quién busca en él bálsamos y alivios mejor no lo lea. Todo gran ensayista nos desvela, nos intranquiliza.
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(*) Juan Valdano. “El ensayo como tentativa” en Brújula del tiempo Vol. I. Casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito, 2017.

 Juan Valdano: escritor. Miembro de Número de la Academia Ecuatoriana de la Lengua. Su obra BRÚJULA DEL TIEMPO recoge 150 ensayos cortos.

lunes, 14 de agosto de 2017

MIENTRAS LLEGA EL DIA EN TRADUCCIÓN AL ITALIANO

LA STORIA SEGRETA DELL’ECUADOR

Scritto da  
La storia segreta dell’Ecuador
Il numero 27 della collana Gli Eccentrici di Arcoiris è un’opera decisamente diversa da quelle precedenti. Nonostante non si tratti dell’opera più datata della collana, possiamo considerare il romanzo di Valdano un esempio classico del romanzo moderno. In attesa del giorno ripercorre per genere e contenuti un momento fiorente, ma in apparenza esaurito, della letteratura ispanoamericana e finanche peninsulare. In attesa del giorno è, infatti, un voluminoso romanzo storico.
Supera di poco le trecentocinquanta pagine e racconta una serie di vicende notturne intorno all’organizzazione dell’insurrezione indipendentista in Ecuador. La prima edizione dell’opera è del 1990 (anno in cui ha vinto il Premio Nacional de Literatura) e solo grazie all’importante lavoro di ricerca di Maria Rossi nel Paese andino è arrivato in Italia. Siamo quindi all’inizio del XIX secolo e i personaggi storici che vi si affacciano, guidati dalla memoria del grande mentore dell’indipendenza ecuatoriana Eugenio Espejo, discutono di filosofia, libertà e insurrezione. Inutile dire che vengono vessati dai realisti e dai loro lacchè.
Si tratta di un romanzo storico tout-court in cui è pressoché assente la riflessione metaletteraria del post-. In America Latina, infatti, questo genere ha visto un cambiamento radicale almeno dagli anni ’70 in poi. Sul tema c’è già una monografia di riferimento, quella di Seymour Menton, La Nueva Novela Histórica de América Latina(1993) e anche una italiana, della salernitana Rosa Maria Grillo (Escribir la historia, 2010). La differenza sostanziale tra i due modelli starebbe nel cambiamento radicale dell’ermeneutica della storia. Come in quella famosa frase di Cervantes/Pierre Menard/Borges per cui la storia è madre della verità, l’arcano è di prospettiva: la storia è la depositaria della verità o semplicemente la sua elaborazione? E quindi, nel nuovo romanzo storico, scrivere la storia diventa una riflessione sulle modalità della memoria, della ricerca e della narrazione dei fatti: un conquistador spagnolo elabora il senso delle sue imprese; un dittatore cerca di dettare le sue memorie, e un ricercatore, nel futuro, le ricostruisce.
Il romanzo di Valdano non ha tale urgenza. Si propone di offrire una versione narrativa dei moti indipendentisti senza che i fatti vengano sottoposti a giudizio. E forse non potrebbe essere diverso. La componente ecuadoriana dei padri della patria latinoamericani è pressoché ignorata. Se il poema Neoclassico delle gesta di Simón Bolívar è dell’ecuadoriano José Joaquín de Olmedo (mi riferisco a La victoria de Junín, 1825), il resto dei moti indipendentisti dell’Ecuador è avvolto ancora da una relativa indifferenza. Potrà sembrare tardivo il tutto: la tipologia della scrittura, la tematica, anche il personaggio maggiormente narrativo dell’opera, Candelaria, una vecchia e intrigante alcahueta (una ruffiana, una celestina, appunto, un tema fortemente ispanico).
Però, chi può dire di conoscere una cultura ecuadoriana? Qualcuno si chiederebbe, addirittura, se esiste una cultura ecuadoriana? Sì, esiste una cultura ecuadoriana ed è anche di ottima qualità (giovani cyberinformati, cercate i film di Sebastián Cordero). Juan Valdano è un momento necessario nel dibattito sull’identità di un Paese, non solo in merito a ciò che è successo, ma anche per quello che si propone di essere. Quando, a pagina 191, leggiamo la frase “voglio essere orfano di tutte le carni”, riscontriamo un chiaro riferimento al meticciato del protagonista e di tutto l’Ecuador. Una politica inclusiva che, in forma utopica, molti padri della patria avevano e che è stata poi deliberatamente accantonata dalle élite decimononiche.
Un giorno Valdano sarà superato e tardivo, e meno male, visto che qualcuno si sarà preoccupato di renderlo obsoleto. Per il momento ci troviamo di fronte a un tassello necessario della letteratura nazionale che dovremmo essere contenti di esplorare.





Juan Valdano
In attesa del giorno (Mientras llega el día)
traduzione e cura di Maria Rossi
Arcoiris, Salerno, 2017

martes, 24 de mayo de 2016

Cuando hablan las lágrimas


Juan Valdano

Ahora, cuando muchos compatriotas han muerto bajo los escombros que dejó el terremoto de abril, y cuando tantos otros emergieron con vida de entre las ruinas como si hubieran salido de una anticipada tumba he pensado que bien vale una breve reflexión acerca de la singular experiencia vivida, un instante para pensar sobre el dolor y la lágrima. Y aunque esto suene a trivialidad y paradoja, no hay tragedia humana en la que vida y muerte se entremezclen. Y si es la vida la que, al fin, triunfa nos sobrecogen vivencias en las que extrañamente se confunden gozo y sufrimiento, lágrimas y sonrisas.

 Con una lágrima comienza todo y con otra termina todo. Hay lágrimas al nacer y hay lágrimas al morir. Las hay de gozo, de ternura, de despecho, de dolor. Unas son consentidas, brotan impulsadas por un legítimo deseo de llorar y hay otras, esas que afloran sin haberlas llamado, las que, para vergüenza de quien las vierte, corren por el rostro delatando sentimientos y flaquezas escondidas. Solo los niños las expresan abiertamente, las lágrimas son su lenguaje. Verdades hay que se tornan evidentes después de haber derramado unas cuántas lágrimas. 

Llorar es tan necesario como reír o cantar. Es desahogarse, aplacarse, liberarse de opresiones íntimas. Desde la psicología, llorar es comenzar a curarse. Lágrimas que no se lloran serán silencios que nos pesen, tristezas que se empocen. Quien llora y dedica sus lágrimas a aquel que las causó, estas se convierten en acusación y condena. Llorar es un don tan preciado como el perdonar y pocos los tienen juntos. Cuando las lágrimas van unidas al perdón y es una madre quien las derrama porque los hijos la han abandonado entonces, esas lágrimas son su castigo. Quien ama, sufre y quien conoce mucho es porque mucho ha sufrido.

Al igual que la palabra articulada, la lágrima es privativa del ser humano. Una y otra son testimonios del espíritu, expresiones del alma oculta. Nadie llora por el futuro, por lo que aún no ha sido; se llora por el presente, por lo que es y lo que fue. Y si la conciencia es dolor como pensaba Schopenhauer y, a más de ello,  es duración, temporalidad pura como decía Bergson, entonces el dolor del ser humano no es otra cosa que vivencia del pasado. Con las lágrimas de la humanidad entera se podría anegar al mundo.

Cuando la belleza de un paisaje nos deslumbra y la nobleza de una acción nos conmueve; cuando una melodía o un poema remueven las fibras sensibles del alma y, en fin, cuando el sufrimiento de los otros (de los próximos y los lejanos) nos llega y nos duele y en todos estos instantes no hallamos las palabras adecuadas para decir lo que sentimos, y no las hallamos porque en el pecho se atoran y nos oprimen, entonces suelen ser las lágrimas las que inesperadamente acuden y se expresan en silencio y no hay en el mundo lenguaje más elocuente que aquel en el que una lágrima sola sustituye a cien palabras.


Publicado el 18 - Mayo- 2016 en el Diario El Comercio de Quito

jueves, 5 de mayo de 2016

JUAN VALDANO

   
       Juan Valdano

Juan Valdano Morejón, escritor ecuatoriano, nació en Cuenca (Ecuador) el 26 de diciembre de 1939. Fueron sus padres Juan Nicolás Valdano Machiavello y Asunción Morejón Espinosa. Por el lado paterno desciende de una familia de inmigrantes italianos (Nicolo Valdano Merello y María Maddalena Machiavello) oriundos de Rapallo, provincia de Génova y quienes se establecieron en Guayaquil hacia 1877.

Formación e inicios literarios: Cursó estudios primarios y secundarios en Cuenca. Alumno de los jesuitas (Colegio Rafael Borja). Se gradúa de bachiller en 1958. Estudios superiores en la facultad de Filosofía y Letras y en la facultad de Jurisprudencia de la Universidad de Cuenca. En 1965 culmina las dos carreras logrando sendas condecoraciones  (Premio “Benigno Malo”) como mejor egresado de cada una de ellas. En ese mismo año gana una beca y viaja a Francia. Estudios de postgrado en Letras Modernas en la Universidad d´Aix-en-Provence e Historia del Arte en la Sorbona, París. En 1977 realiza estudios de Filología Hispánica en la universidad Complutense de Madrid. En 1965 contrae matrimonio con Clara López Moreno, nieta del poeta modernista Alfonso Moreno Mora. Son sus hijos: Juan Esteban, Ximena Lucía y Clara Verónica Valdano López. Doctor en Filosofía y Letras. Su tesis versó sobre el “Humanismo de Albert Camus”, trabajo que fue publicado en 1973 (segunda edición, La llave editores, Quito, 2016). Profesor universitario, ha ejercido las  cátedras de Francés, Literatura Hispanoamericana y Ecuatoriana, Análisis de textos literarios. Durante el gobierno de Oswaldo Hurtado Larrea (1981-1984) fundó la Subsecretaria de Cultura (1981) en el Ministerio de Educación y Cultura, cargo que lo ejerció en dos oportunidades (1981 a 1984 y de 2001 a 2002). Ha dictado conferencias sobre la cultura, políticas culturales, literatura ecuatoriana e hispanoamericana en Estados Unidos, Reino Unido, Francia, España, Argentina y Chile. Ha representado a su país en diversos foros internacionales como la UNESCO, OEA, Convenio Andrés Bello, entre otros. Desde 203 es miembro de número de la Academia Ecuatoriana de la Lengua y Correspondiente de la Real Academia Española. Columnista de opinión en el diario El Comercio de Quito.

Obra literaria: Juan Valdano es autor de una prolífica obra. Su producción intelectual se vierte en los géneros del ensayo literario, filosófico e histórico; en la novela y en el cuento. Sus obras han obtenido los siguientes premios: Premio Nacional Joaquín Gallegos Lara (Municipio Metropolitano de Quito, por tres ocasiones), Premio José de la Cuadra (Municipio de Guayaquil), Premio José Peralta (Municipio Metropolitano de Quito), Condecoración Fray Vicente Solano (Municipio de Cuenca), Condecoración al Mérito Cultural (Ministerio de Educación). Sus cuentos y relatos constan en varias antologías literarias. Por dos ocasiones sus novelas han sido llevadas al cine (“Mientras llega el día” en el 2004 y el cuento “La araña en el rincón”, 1983). Su novela histórica “Mientras llega el día” ha sido traducida al italiano (María Rossi, traductora) y publicada por editorial Arcoiris de Salerno (2016). Dirigió la colección bibliográfica titulada Biblioteca Básica de Autores Ecuatorianos en 28 volúmenes y publicada por la Universidad Técnica Particular de Loja (2015 – 2016).

 A continuación reseñamos un catálogo incompleto de sus obras publicadas hasta la fecha (2016):

NOVELA: Mientras llega el día (1990); Anillos de serpiente (1998); El fuego y la sombra (2001); La memoria y los adioses (2006).
CUENTO: Las huellas recogidas (1980); La celada (2002); Juegos de Proteo (2008); Antología personal (2012); Ciudad soñada (2016).
ENSAYO: Humanismo de Albert Camus (1973); La nación ecuatoriana como interrogante (1971); Panorama de las generaciones ecuatorianas (1975); La pluma y el cetro (1977); El cuento ecuatoriano: estructuras, tendencias y procedimientos (1978); Léxico y símbolo en Juan Montalvo (1980; Juan Montalvo: selección y comentario de textos (1981); Ecuador: cultura y generaciones (1985); Historia del Ecuador: ensayos de interpretación (coautor, 1985); Prole del vendaval (1999); Historia de las literaturas del Ecuador (coautor: 2002); Identidad y formas de lo ecuatoriano (2005); Palabra en el tiempo (2008); Generaciones e ideologías y otros ensayos (2009); Los espejos y la noche (2009); La selva y los caminos (2010); La brújula del tiempo (2016, selección de 150 artículos publicados en diario El Comercio de Quito).

Algunas opiniones acerca de su obra literaria:

Mientras llega el día propone una lectura original de la historia de Ecuador. Al situar al mestizo en los cimientos del orden nuevo, un mestizo libre de todos los resentimientos inherentes al contacto prolongado de las razas y a los conflictos ancestrales, la propuesta de Juan Valdano trastorna los enfoques tradicionales y ofrece una lectura novedosa de la aventura de la independencia; al mismo tiempo, invita a cada hombre a abrirse a lo nuevo para buscar la justicia y la libertad. En efecto, el período emancipador no es, a su modo de ver, un momento singular de la historia. Éste tiene que prolongarse en el Ecuador contemporáneo, que ha de inventar, en las crisis que conoce, los combates de liberación necesarios para que salga a la luz la verdadera identidad nacional, fundada en la cultura popular. Este camino hacia la libertad, que cada uno prosigue necesariamente en el sitio donde se encuentra y en su fuero íntimo, ha de llevarlo a «tratar de transcender el mundo» (Nicole Fourtané).

Anillos se serpiente tiene lo suyo: narrada con bien pulso, con una trama bien armada, sostiene el interés y nos cuenta la historia de un oscuro burócrta policial, Heráclito Cardona, a quien se le ordena inventar –como tarea política y con todas las evidencias y pruebas necesarias- el asesinato de un partidario del régimen cuya muerte fue declarada natural. A través de una mezcla de novela policial deductiva y de novela negra, lo que descubre Cardona es la corrupción hasta el tuétano del poder, las clases dominantes y los políticos, cuyo lema (expresado por su jefe máximo, cuyo rango es de ministro) subraya: “una verdad políticamente inconveniente pasa, ipso facto, a ser una mentira” y “una mentira políticamente rentable se convierte, ipso jure, en una verdad”. (…) La novela está muy bien lograda, lo mejor de lo que había leído de Valdano hasta ahora, incluida la toma de conciencia del protagonista y el epílogo que, aun siendo tan positivos, resultan convincentes, o que es muy difícil de plasmar. (Miguel Donoso Pareja)

      En El fuego y la sombra Juan Valdano conjuga, con elevado nivel, la historia ecuatoriana y la mitología clásica. Elementos contrapuestos se enlazan con enorme espontaneidad en las amenas páginas de esta novela, mostrando un franco contrapunto de realidad e imaginación, de historia y fantasía, de ciudad y naturaleza, de mito y realidad. El escritor exhibe un profundo dominio en la caracterización de los personajes y en el entramado narrativo de las aventuras. La amalgama de figuras extraída de nuestra historia con aquellas de las leyendas homéricas dibuja un largo periplo que desemboca en una Ítaca ecuatoriana, mezcla de misterio y de belleza. Las aguas del Egeo se reflejan en las caudalosas aguas del río Cayapas y de  todos aquellos elementos que, a través de un bien aprovechado lenguaje rico en valores literarios, permiten una agradable y ágil lectura y un proceso de recreación, especialmente, aprovechados.” (María Eugenia Moscoso).

Juegos de Proteo: La lengua artística de Juan Valdano es abundante, rica, precisa, de uso   exacto y prolijo. Estas cualidades nos permiten comprender por qué es, actualmente, uno de los más conspicuos y prolíficos miembros de la Academia Ecuatoriana de la Lengua; pero aparte de ello también es muy notoria la singular habilidad narrativa y descriptiva. (Oswaldo Encalada Vásquez).
Valdano desentierra personajes de la historia; discípulo de la enseñanza cervantina, juega con la idea de viejos manuscritos desenterrados, y narraciones superpuestas que reconstruyen fragmentariamente el relato evocado. (Alicia Ortega).

Ecuador: cultura y generaciones: La propuesta de Valdano tiene el triple mérito de ser fruto de la búsqueda expresa (y muy rara entre nosotros) de un método de análisis; de integrar varios niveles de estudio de la realidad ecuatoriana; y sobre todo, de despertar con fuerza la polémica. Partiendo de la complejidad de la teorización y de algunos elementos metodológicos previos, establece como categoría básica de analisis la generación entendida como portadora de una cosmovisión propia en cada momento de desarrollo de la sociedad. Tomando como punto de partida el final del siglo XVIII, Valdano establece una secuencia generacional que, a su vez, revela la perseverancia de tres grandes “conciencias” que agrupan a las generaciones. Al margen de que coincidamos o no con la propuesta de Juan Valdano, debemos reconocer su gran capacidad de penetración en la realidad cultura el Ecuador. Su obra, en este sentido, es un significativo aporte. (Enrique Ayala Mora)

Palabra en el tiempo: Pasión de estilo. En los textos reunidos en Palabra en el tiempo lo que se muestra es algo que es característica, dentro de la tradición, de nuestra ensayística: pasión y voluntad de estilo. Algo que desde Martí, pasando por Montalvo, Rodó, Alfonso Reyes, Mariátegui, Pedro Henríquez Ureña, Benjamín Carrión, hasta llegar a Octavio Paz, Borges y Vargas Llosa,  no ha dejado de ser una constante, que sin duda ha sabido mostrar las variantes que en términos dialécticos deben operarse. En cada uno de estos textos, esa pasión sin la cual, al decir de Hegel nada es posible, está presente. Incluso, en trabajos que adquieren (los de la primera parte y la tercera) la estructura del artículo periodístico, la pasión no deja de revelarse, de contagiarse y contagiarnos. Artículos que para tener un cabal sentido expresivo están imbuidos de una voluntad de estilo que permiten que el flujo de ideas se produzca sin interrupciones. (Raúl Serrano)

Identidad y formas de lo ecuatoriano: La cuestión de la identidad ecuatoriana es, sin lugar a dudas, uno de los temas centrales de la producción de Juan Valdano, pero es, justamente, en su libro Identidad y formas de lo ecuatoriano donde sistematiza sus teorías y visiones particulares. En esta obra recoge una serie de vivencias y reflexiones sobre la vida y la cultura de los ecuatorianos, una gran diversidad de aspectos que constituyen la identidad del país. Se plantea cuestiones de esta naturaleza: ¿es la identidad ecuatoriana una e inamovible o cambia junto con los tiempos y la actitud de quienes conforman la sociedad?

El "valor literario" del libro que comentamos reside básicamente en su capacidad de condensación, la interrelación entre mito y utopía, entre épica y barroco, entre encuentros (el deseo de definir una identidad nacional) y desencuentro s (la imposibilidad de encontrarla). Es decir, una reflexión ontológica sobre el hombre en la perspectiva poética existencial, propia del ensayo latinoamericano contemporáneo. El mismo autor reconoce: “Nuevamente volvemos al fundamental principio socrático del "conócete a ti mismo" que nos evoca, de manera explícita, en los escritos de Eugenio Espejo cuando en 1972 inició la publicación del periódico "Primicias de la cultura de Quito". Tal mandato está siempre al inicio de toda indagación sobre la identidad de un pueblo”. (2006: 69) (Carlos Pérez Agustí).

lunes, 18 de abril de 2016

De la felicidad y la política


Juan Valdano

De la felicidad contadas cosas podemos decir: que muchos la buscan, pocos la alcanzan y algunos no creen en ella. La cuestión vuelve al orden del día toda vez que está regresando el Estado paternalista, el que, entre sus ofertas, erige el baratillo de la felicidad. Aquello había ocurrido (y aún ocurre) en regímenes totalitarios con una ideología férrea que no permitía disidencia alguna y en los que las generaciones presentes eran sacrificadas en nombre de una hipotética felicidad futura. Entonces, la felicidad –algo esencialmente privado-, se empantanó en esa cosa viscosa que es la política. En Venezuela, por ejemplo, el presidente Maduro ha creado un pomposo “Viceministerio de la Suprema felicidad del pueblo revolucionario” y vayan a saber ustedes qué significa aquello. En el Ecuador, el gobierno de la Revolución Ciudadana está empeñado en “medir la FIB”  (Felicidad Interna Bruta). Y todos estamos deseosos de saber cuán grande es nuestra FIB, pues, según parece, un genio ha inventado un novedoso felizómetro (valga el neologismo). 

Y es que la misma palabra felicidad tiene un estatus especial en la trama discursiva. Puede convertirse en un tópico entre ingenuo y especulativo; todo depende de quién la mencione y en qué contexto se la evoque. Si lo primero, contagiará de fantasía y puerilidad una historia que, de antemano, consideramos inventada, pues al igual que las hadas, la felicidad contamina de ingenuidad los relatos infantiles. Si lo segundo, bien podríamos zambullirnos en honduras metafísicas. 

 Hoy, la felicidad ha pasado a ser producto cotizado y con mucha demanda. Eso lo saben predicadores, psiquiatras, publicistas y políticos. No hay más que echar un vistazo al supermercado de ideologías que siempre está atiborrado de proveedores y clientes. Allí están los tenderetes de los profetas de la nueva fe, allí los barbudos gurús y maestros orientales con olor a sándalo y palo santo, allí los publicistas con su último adelanto tecnológico (computadoras que reconocen la voz del dueño), allí la tarima de los políticos ofertando el “buen vivir”. Todos prometen lo mismo: el paraíso, el analgésico perfecto, la felicidad a la vuelta de la esquina.

Nos hemos olvidado que la felicidad no es un asunto de charlatanes, fanáticos ni políticos; es algo que incumbe al fuero interno de la persona,  pertenece al campo de la ética. Al Estado le corresponde lo público, el bienestar general de los ciudadanos, lo suyo es la política. La felicidad y la libertad pertenecen al fuero íntimo de las personas. El Estado no debe inmiscuirse en ese ámbito; si lo hace se convierte en el mayor inconveniente para la felicidad del ciudadano. Mientras menos Estado, más individuo; mientras más Estado, menos libertad.


La felicidad supone que, de por medio, hay una insatisfacción, la necesidad de tener algo, ser algo, llegar a ser alguien. Para la mayoría, la felicidad consiste en alcanzar algo ordinario, simplemente sobrevivir. La necesidad cortejada por el deseo lleva a la feliz posesión del bien soñado. A su vez, la carencia adjuntada a la apatía es el principio de la infelicidad.  Si nuestros proyectos están dentro de lo alcanzable, la felicidad será posible; de lo contrario estaríamos condenados, por voluntad propia, a una permanente infelicidad. El impulso a la felicidad es legítima afirmación del yo, la más  depurada expresión del individualismo, un sentirse bien con el entorno, la proyección ética de la conciencia en relación con el mundo.

Publicado en Diario El Comercio de Quito