miércoles, 12 de febrero de 2014

El humor y la majestad del poder


Juan Valdano

Nada hay más incómodo para el poderoso que el hecho de que se rían de él. El autoritario no soporta la risa, peor el chiste. El humor fastidia al poder porque lo despoja de solemnidad, lo desnuda, lo deja indefenso. Los dictadores detestan la imaginación porque es subversiva. Los bufones de las cortes reales sabían que ejercían un oficio peligroso. Si el tono con el que recitaban sus ocurrencias no era del agrado del déspota terminaban entre los tres palos de la horca. No ha habido dictador que se precie de tal que no haya invocado la “majestad del poder” para reprimir cualquier alusión irónica a su persona o a su régimen. Esto no lo digo yo, lo proclama la Historia, espejo de costumbres, que nos muestra que así ha sido siempre. Francisco de Quevedo, el gran poeta castellano, se atrevió a rimar unos versos zumbones y severos en los que le cantaba las verdades al omnipotente Conde-Duque de Olivares. El atrevimiento le costó años de prisión en la torre de San Marcos de León. En la Alemania nazi se castigaba a todo aquel que osaba llamar Adolf a su perro. Charles Chaplin parodió a Hitler en su película “El Gran Dictador”; el film fue prohibido. En 2006, un periódico danés publicó unas caricaturas jocosas sobre Mahoma. Ayatolas y musulmanes demandaron la cabeza del blasfemo.

Por lo visto, el poder y el humor nunca se han llevado bien. El poder busca rodearse de grandiosidad y ceremonia, teatralidad y grandilocuencia, trompetas y alfombras rojas. El humorista mira este espectáculo no desde la platea, no desde la poltrona de los aplaudidores sino tras las bambalinas y a hurtadillas, allí donde la tramoya fabrica ilusiones de gloria, allí donde se cuelgan las máscaras. Y cuando la farsa palabrera concluye, el humorista (entre irónico y regocijado) da su versión de aquello que se supone es serio, devela el lado ridículo que, a veces, segrega la vida. La clave del humor es esa: caricaturizar, exagerar, mas no mentir; presentar el perfil incongruente de la realidad. . Desdicha incuestionable pero pasajera es sufrir, a veces, la inquina de algún imbécil con poder y sin humor.

El humor es irreverente, irrespetuoso, libre y transgresor y, en este juego, es probable que a alguien no le guste la alusión que el humorista le endilga. Mas, cabrearse por ello, no cabe. El humor preserva la salud mental, promueve la autocrítica. ¿Hay intocables a quienes no se les puede representar desde la óptica del humorismo? La pregunta no tendría sentido en países como Francia o Los Estados Unidos donde campea la libertad de expresión. 

Volvamos a la Historia: para combatir las dictaduras del siglo XIX Juan Montalvo esgrimió su arma predilecta: la sátira, el humor negro y el sarcasmo, su pluma soberbia, dardos que alcanzaron el corazón de los tiranos, fuego que inflamó de coraje al pueblo. Todo déspota sabe que el humor es arma sutil: llega a desequilibrar famas y jerarquías. Razón para aborrecerlo.


Febrero 2014