miércoles, 31 de julio de 2013

HISTORIA Y NOVELA


Por:  Juan Valdano

Al fin y al cabo, ninguna cosa es como es, sino como se la rememora.

Retóricos de todos los tiempos han sostenido que entre la Historia y la Épica (epopeya y novela) existe una discordancia de principio que es irreconciliable. Aristóteles dictaminó que mientras el campo de la Historia son los hechos reales, el de la Épica son los inventados. Cervantes aseveró algo semejante. La Historia aspira a reconstruir el pasado desde una verdad objetiva y documentada; la novela es una ficción que se construye a partir del libre juego de la imaginación y que, por ser tal, no apela a soportes documentales ni testimoniales ya que su universo  es ficticio. La Historia y la novela entrañan dos formas de mirar la realidad; la primera se ocupa de los hechos ocurridos en su singularidad y en su significación particular; la novela se nutre de esa misma realidad  pero vista y sentida en su universalidad. Capturar la totalidad de un universo humano no es dable para ningún historiador; su campo de observación es lo público, lo que se exterioriza en actos y palabras, lo que registran los documentos. Aspiración propia y legítima de la novela moderna es, en cambio, adentrarse en la intimidad de lo humano, en  la subjetividad del personaje, esa “terra ignota” del historiador.

Si la Historia y la novela marchan por caminos separados, el debate sobre la factibilidad de la novela histórica se planteó en el siglo XIX, cuando escritores como Scott, Hugo y Dumas publicaron las primeras novelas de este género. En esta disputa retórica, la Historia se impuso sobre la Literatura, pues para muchos críticos la novela histórica es poéticamente factible solo si se somete a la “verdad” de la Historia. En la perspectiva de Lukacs, esta novela es un intento por “comprender racional y científicamente la peculiaridad histórica del presente y su origen”. El carácter problemático de los valores se da en la conciencia del personaje ya que la novela es crítica social, biografía íntima de una sociedad; algo inalcanzable en el horizonte propio de la Historia.

Entre 1979 y 1992 se publicaron “El arpa y la sombra”, de Alejo Carpentier, “La guerra del fin del mundo” de Vargas Llosa, “Los perros del paraíso” de Abel Posse, “Noticias del imperio” de Fernando del Paso, y otras más, con las que resurgió en América Latina una  nueva novela histórica liberada de servidumbres dogmáticas y designios pedagógicos. El material histórico es sometido a un proceso de ficción en el que el novelista inventa tramas, personajes y episodios que frecuentemente desacralizan y contradicen la historia oficial. Lo suyo es la metaficción; la intertextualidad (Bajtin); la recurrencia a lo paródico, a lo carnavalesco, la exageración humorística y la heteroglosia. En síntesis, ver la sociedad del pasado no desde los monumentos sino desde la intimidad de las alcobas que es donde se gesta el destino de los pueblos. Al fin y al cabo, ninguna cosa es como es, sino como se la rememora.

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EL GRAN INSULTADOR


Por; Juan Valdano

     Era madrugada cuando atravesó la frontera. Liviano de equipaje y en el corazón pesándole el rencor huía de la dictadura. “Despechado no, pero sí desconsolado y triste me voy. De la tiranía hemos caído en la barbarie”, escribirá a los suyos. Prometió volver; mas nunca regresará a la patria. Otros vientos lo llevarán a París donde morirá un día gris, entre nevadas y abandonos. Cabalgando ligero tordillo había salido de Tulcán hacia la media noche. La ventisca azotaba su rostro, la neblina borraba los lindes de un sendero que bordeaba el abismo. Cual un obcecado terrorista llevaba en su mochila la secreta bomba que había fabricado: los borradores de “Las catilinarias”. Llegó a Ipiales. El frío y la soledad lo recibieron. Transcurría diciembre de 1879. Otros desterrados, liberales como él, lo buscaron. No los recibió. Huraño, ensimismado y misántropo, evitó su trato. Él sabe que muchos lo huyen, otros lo temen, pocos lo toleran, alguno lo estima. Llegó pobre. La pluma nada produce; mas, el encono que sentía por el tirano lo mantuvo atento, anheloso de insulto.  Escribió a Alfaro, quien prosperaba en Panamá;  le solicitó ayuda para publicar su libelo. Alfaro aceptó la propuesta de Juan Montalvo; la publicación de “Las catilinarias” le cayó de perlas para sus planes políticos. Estuvieron de acuerdo: será una bomba que demolerá la dictadura de Ignacio de Veintemilla.
     
     “Las catilinarias” son un apasionado discurso sobe la tiranía y sus efectos en un país como el Ecuador. Para Montalvo, la tiranía es una plaga que, a través del miedo, suprime la voluntad y adormece la memoria del ciudadano. Es un mal moral que: a) desencadena pasiones desordenadas y acciones ilícitas; b) atenta contra la vida de las personas y c) atropella los bienes del Estado y de los particulares. El léxico agresivo que Montalvo convoca a las páginas de su libro para convertirlo en arma de ataque contra Veintemilla no es arbitrario; halla justificación si se lo explica desde una función semántica: obedece a la idea que el autor tiene del tirano. De ahí que los insultos, desde el punto de vista del significado, se orientan por estos tres cauces:1/ Léxico que alude a las “pasiones locas” del tirano: su irracionalidad (“murciélago”, “caballo”, “monte de carne”), su concupiscencia y vicios (“dios falo”, “padre de los vicios”, “Ignacio de la Morcilla”), su torpeza e ignorancia (“mudo”, “Ignacio de los palotes” etc.). 2/ Léxico que alude a la proclividad criminal del tirano (“Ignacio de la Cuchilla”, “Calígula”, “Buitre blanco”, “Malhechor”, etc.). 3/ Léxico que alude al tirano como usurpador de la propiedad privada (“Caco”, “Hijo del robo”, “Jestas”, “Uñas”, “Ignacio Pilla-Pilla, etc.) “No puedo negar que en ocasiones soy un tigre”, exclamó un día inflado de orgullo y soberbia.  

     Pero “Las catilinarias” no son solo una estruendosa catapulta de injurias lanzadas contra un dictador de opereta. En sus páginas no solo hay agravios y desprecios, no solo es el “libro de los insultos”, aquellos que “llenan el alma ardorosa de Montalvo”, tal como en malhadada frase lo celebró Miguel de Unamuno. En esa literatura retórica que el rector de Salamanca evitó descifrar, está el pensamiento vivo de Montalvo, su visión del Ecuador del siglo XIX: una sociedad entre la civiización y la barbarie, están sus conceptos sobre la libertad, el poder, las clases sociales y la revolución.  De todo ello di buena cuenta en dos de mis libros, en Léxico y símbolo en Juan Montalvo (1980) y Palabra en el tiempo (2008).