domingo, 18 de agosto de 2013

MAQUIAVELO: EL LADO OSCURO DEL PODER


Juan Valdano

En 1513, Nicolás Maquiavelo escribió El príncipe. Han trascurrido quinientos años y su libro sigue siendo un referente en el pensamiento político y, al igual que antes, continúa despertando polémica. El aporte de Maquiavelo es posiblemente el haber presentado una visión realista y descarnada del ejercicio de la política cuando se la concibe como una práctica encaminada a alcanzar y conservar el poder sin otro fin que el poder mismo, para lo cual el gobernante (o quien aspira a serlo) pone en juego sus mejores dotes y virtualidades positivas, pero también aquellas otras negativas que surgen de ese lado oscuro del ser humano y que, en su obsesión de mando, lo llevan a utilizar el engaño, la astucia y la fuerza relegando los valores éticos que son, precisamente, los que justifican toda forma de autoridad y gobierno.

Maquiavelo dedujo sus reflexiones de la observación de la conducta de los soberanos de la Italia renacentista. El personaje de quien aprende y a quien admira es César Borgia, el hijo del papa Alejandro VI, hombre educado para príncipe, “hijo de rey” y quien aspiraba a una grandeza en la medida de sus ambiciones e insaciables apetitos. Borgia: personalidad misteriosa y temperamento melancólico. Cortés cuando convenía, cruel si se enfadaba. Hábil seductor con la palabra sin dejar, por ello, que trasunten sus ocultas intenciones. Hombre de inteligencia clara, designio siniestro y voluntad pronta. Nadie sabía a ciencia cierta qué pensaba ni cómo iba a actuar. Parlamentar con él solo era posible en la alta noche, cuando sumido en la penumbra de su despacho y en medio del tenebroso titilar de las velas recibía a Maquiavelo, canciller de la República florentina. Todos sabían que a su sombra medraban los más crueles verdugos dispuestos a ejecutar, al pie de la letra, sus  decisiones. “Todo ello  -deduce el florentino-, le hace temible y asegura siempre la victoria”.

Desde que lo conoció, Maquiavelo  supo que tenía delante el modelo de hombre de Estado que en ese tiempo se requería para unificar Italia: el príncipe que encarnaba la “voluntad de potencia”; aquel que poseía la capacidad de alcanzar el poder total haciendo uso de todos los medios a su alcance, tanto lícitos como ilícitos. El dominio así logrado llevará indefectiblemente al desafuero, a la tiranía. El  temor de los súbditos, el silencio del pueblo pasarán a ser aliados del tirano.

Cuando Aristóteles definió el arte de gobernar como una actividad sin otro fin que hacer posible el mayor bien común, puso el fundamento de toda la filosofía política de Occidente. Ello era factible en la polis griega en la que la ciudad y el individuo conformaban una unidad. La escolástica tomista no se apartó de esta doctrina. En 1690, Locke puso el fundamento del poder en el consenso que proviene de la comunidad. En el siglo XVIII se produjo la gran escisión entre sociedad civil y sociedad política; entre el momento del consenso y el momento del dominio. La orientación de la política cambió radicalmente. El maquiavelismo político había triunfado como un signo más de la modernidad.  

          La originalidad de Maquiavelo no está en la doctrina que propone; no está en una idea de poder que antes de él se la había practicado y se la seguirá aplicando después, sino en la desfachatez con que la sostiene, atrevimiento que le acarreó no pocos anatemas y censuras. Los colonialismos europeos, los Estados totalitarios y fundamentalistas de los siglos XIX y XX, las dictaduras latinoamericanas, las policías secretas, la prepotencia de las transnacionales del siglo XXI (banca, petróleo, comunicación) confirman, en el mundo de hoy, la persistencia del maquiavelismo, doctrina públicamente execrada por todos los políticos, mas practicada por casi todos ellos. Lo novedoso de El príncipe está en su sentido realista del dominio, en su visión práctica del ejercicio del mando, en la vistosa retórica con la que viste sus reflexiones sobre lo sórdido de la política y la oscura proclividad al mal del corazón humano como, por ejemplo, cuando, sin reparo alguno,  defiende el crimen como “obra de arte” si la necesidad lo pide y si se lo ejecuta con frialdad y eficiencia ejemplares como medio para afianzar las ambiciones del soberano. 


Después de todo, El príncipe nos deja sus lecciones. Cuando en una sociedad empiezan a ser aceptados los modelos de conducta que Maquiavelo presenta como idóneos es porque esa comunidad ha llegado a un grado tal de corrupción y decadencia moral que el respeto a los valores éticos y la práctica de las virtudes han caído en lamentable olvido. Cuando ello ocurre, lo anómalo pasa a ser normal, el embuste es aplaudido, el fraude celebrado y la justicia es una farsa. Entonces, el  abuso del poderoso  se convierte en “virtud” del audaz.