jueves, 17 de abril de 2014

S.O.S. Lenguas en extinción


Juan Valdano

Contaba un anciano záparo que un mono mientras bebía agua del río Conambo se convirtió en hombre. Otro mono hizo lo mismo y se transformó en mujer. De la unión de los dos nació Tsitsano. Un día Tsitsano  se aventuró solo por la selva; al cabo de un tiempo regresó  convertido en sabio y poderoso chamán cargado de lanzas y bodoqueras. Así surgió la nación zápara. Leyendas como esta fueron recuperadas de la memoriosa oralidad de este pueblo amazónico gracias al empeño del antropólogo Carlos Andrade quien las publicó en 2001.Para entonces, la comunidad zápara la conformaban menos de un centenar de individuos. Su hábitat ancestral ha sido las riberas del río Conambo, en la provincia de Pastaza. Hoy, según se sabe, la nación zápara está en peligro de desaparecer y, con ella, su lengua. Recientes noticias dan cuenta de que no pasan de tres o cuatro ancianos que la hablan.

El mito bíblico de Babel habla de la proliferación de lenguas como una maldición divina provocada por aquella audaz desmesura del hombre (auténtica “hybris” en el concepto griego) al tratar de edificar una torre capaz de llegar hasta las acuosas alturas del cielo. La condena desató la confusión e incomunicación entre los seres humanos, el desborde de los dialectos y las lenguas. Sin embargo, al mito bíblico habría que darle la vuelta ya que, antes que un castigo, lo que comenzó en Babel fue la consagración de la compleja diversidad de lo humano expresada a través de mil y un mundos distintos, la señal de la expansión de las civilizaciones. Cada lengua abarca la realidad según la propia y singular manera con la que la asume el pueblo que la habla. Georges Steiner observa que “existen lenguas en los Andes, en las cuales, de una manera razonable, el futuro está detrás del hablante, ya que es invisible, mientras que los horizontes del pasado se extienden ante él, abiertos a la vista (aquí hay enigmáticas analogías con la ontología de Heidegger)”. Hay una relación directa entre la riqueza léxica y gramatical y la apropiación del mundo y su entorno; si más rico es nuestro lenguaje, mejor sintonizamos las señales que emite el universo en el que nos movemos. Cuando muere una lengua  se extingue el clamor de un pueblo, se desvanece un paisaje, se borran las huellas de un pasado ancestral y si no hay pasado ningún futuro será posible. Si una lengua se muere, un linaje del espíritu se eclipsa.


No faltan agoreros que anuncian inminentes apocalipsis para los pueblos que viven en situación de aislamiento: si no se emprenden acciones de salvamento, más de 6000 lenguas desaparecerán antes de finalizar este siglo. No solo salvemos la flora y la fauna; salvemos también al hombre y su palabra. Si solo nos preocupamos de lo primero y descuidamos lo segundo, ¿de qué servirá un hermoso escenario vacío del que han desaparecido los actores?

Publicado en Diario EL COMERCIO, Quito (17- 04- 2014)

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