miércoles, 6 de noviembre de 2013

La mordaza y la jaula



Juan Valdano

   El bien más preciado es la libertad y si esta representa algo es la facultad de decir lo que otros no quieren escuchar.

   En su obra sobre la prensa guayaquileña, Camilo Destruge menciona los riesgos que afrontaban los periodistas en los años del presidente García Moreno. “Era menester –dijo- que el escritor tuviera vocación de mártir para resolverse a dar a la estampa artículos de ideas que no concordaban con el espíritu político-religioso implantado en la República”. Caso paradigmático fue el del periódico “La Nueva Era” (1873) y cuyos redactores eran Miguel Valverde y Federico Proaño, dos jóvenes liberales que se atrevieron a desafiar al tirano. El entonces “dueño del país” opinó que el periódico difundía “expresiones sediciosas e irreligiosas y ataques al Jefe del Estado”, por lo que ordenó el enjuiciamiento y prisión para sus autores. Un juez, actuando en probidad, se negó a condenarlos. La sentencia vino entonces de puño y letra del autócrata: desterrarlos al Perú. Con esmero y sadismo dispuso el dictador el cumplimiento de la pena: al exilio fueron conducidos por las infestadas trochas de las selvas orientales. Con piadoso propósito esperaba, quizás, que algún saurio de grandes fauces o uno de esos torrentosos ríos amazónicos los engullera en el trayecto.

   Otro caso: en 1906 se publicaba en Guayaquil “La nación”, periódico redactado por Manuel J. Calle y acerbo crítico del alfarismo. Alfaro, fiel a su costumbre, había maniobrado en los cuarteles y usurpado el poder mediante golpe de Estado. “El Jefe del país –escribió Calle-  se cree un monarca con omnímodas facultades para hacer y deshacer de la suerte de los ecuatorianos, como le dé su regalada gana”. Esto provocó la furia del “patrón grande”. Esa misma noche, la imprenta en la que se publicaba el periódico fue destruida por los áulicos del régimen y a prisión fueron conducidos los periodistas.

    Más de un siglo ha pasado desde entonces y en este país lo que menos ha prosperado es la tolerancia. Unos gobiernos fueron menos intransigentes que otros; en todo caso, la intolerancia ha sido la norma. De aquellos que escriben y opinan dijo alguna vez un obeso  cagatinta de palacio: “A esos vagos hay que hacerles lo que al pavo, sacrificarlos la víspera”. No ha amainado la intransigencia. Hoy mismo, el poder central es obstinadamente hostil frente a la prensa independiente y la opinión discrepante. Al igual que en los gobiernos autócratas del pasado, los periodistas son enjuiciados y condenados a prisión por emitir opiniones que disgustan al régimen. El bien más preciado del ser humano es la libertad y si esta representa algo es la facultad de decir lo que otros no quieren escuchar. No puede hoy concebirse una sociedad democrática sin libertad de expresión, respeto al pensamiento disidente, apertura a un pluralismo ideológico. “El despotismo se ha instaurado tantas veces en nombre de la libertad que la experiencia nos advierte que debemos juzgar a los partidos por lo que practican que por lo que predican” (Raymond Aron). 

No hay comentarios:

Publicar un comentario