Juan Valdano
El
bien más preciado es la libertad y si esta representa algo es la facultad de
decir lo que otros no quieren escuchar.
En
su obra sobre la prensa guayaquileña, Camilo Destruge menciona los riesgos que
afrontaban los periodistas en los años del presidente García Moreno. “Era
menester –dijo- que el escritor tuviera vocación de mártir para resolverse a
dar a la estampa artículos de ideas que no concordaban con el espíritu político-religioso
implantado en la República”. Caso paradigmático fue el del periódico “La Nueva
Era” (1873) y cuyos redactores eran Miguel Valverde y Federico Proaño, dos
jóvenes liberales que se atrevieron a desafiar al tirano. El entonces “dueño
del país” opinó que el periódico difundía “expresiones sediciosas e
irreligiosas y ataques al Jefe del Estado”, por lo que ordenó el enjuiciamiento
y prisión para sus autores. Un juez, actuando en probidad, se negó a
condenarlos. La sentencia vino entonces de puño y letra del autócrata:
desterrarlos al Perú. Con esmero y sadismo dispuso el dictador el cumplimiento
de la pena: al exilio fueron conducidos por las infestadas trochas de las
selvas orientales. Con piadoso propósito esperaba, quizás, que algún saurio de
grandes fauces o uno de esos torrentosos ríos amazónicos los engullera en el
trayecto.
Otro caso: en 1906 se publicaba en Guayaquil
“La nación”, periódico redactado por Manuel J. Calle y acerbo crítico del
alfarismo. Alfaro, fiel a su costumbre, había maniobrado en los cuarteles y
usurpado el poder mediante golpe de Estado. “El Jefe del país –escribió
Calle- se cree un monarca con omnímodas
facultades para hacer y deshacer de la suerte de los ecuatorianos, como le dé
su regalada gana”. Esto provocó la furia del “patrón grande”. Esa misma noche,
la imprenta en la que se publicaba el periódico fue destruida por los áulicos
del régimen y a prisión fueron conducidos los periodistas.
Más
de un siglo ha pasado desde entonces y en este país lo que menos ha prosperado es
la tolerancia. Unos gobiernos fueron menos intransigentes que otros; en todo
caso, la intolerancia ha sido la norma. De aquellos que escriben y opinan dijo
alguna vez un obeso cagatinta de
palacio: “A esos vagos hay que hacerles lo que al pavo, sacrificarlos la
víspera”. No ha amainado la intransigencia. Hoy mismo, el poder central es
obstinadamente hostil frente a la prensa independiente y la opinión
discrepante. Al igual que en los gobiernos autócratas del pasado, los
periodistas son enjuiciados y condenados a prisión por emitir opiniones que
disgustan al régimen. El bien más preciado del ser humano es la libertad y si
esta representa algo es la facultad de decir lo que otros no quieren escuchar.
No puede hoy concebirse una sociedad democrática sin libertad de expresión,
respeto al pensamiento disidente, apertura a un pluralismo ideológico. “El
despotismo se ha instaurado tantas veces en nombre de la libertad que la
experiencia nos advierte que debemos juzgar a los partidos por lo que practican
que por lo que predican” (Raymond Aron).
No hay comentarios:
Publicar un comentario