miércoles, 29 de octubre de 2014

JUAN VALDANO Y LA NACIÓN MESTIZA

Una visión crítica de la novela Mientras llega el día*.


Gloria Riera Rodríguez
Universidad de Cuenca, Ecuador
      JUAN VALDANO pertenece a una generación de escritores ecuatorianos que ha desarrollado una fructífera carrera literaria, concentrada en la narrativa y en el ensayo. Su formación universitaria, enriquecida con aportes de la historia, ha nutrido la línea temática de sus obras: un intenso apego a los discursos históricos, marcado por preocupaciones de carácter social y cultural. Como ensayista, (1) Valdano ve al Ecuador como un ente histórico que se ha ido configurando por siglos entre un cúmulo de coincidencias y discordias internas y externas, en busca siempre de su definición. Reflexiona sobre las formas de cultura a partir de los valores e ideologías vigentes en nuestra sociedad. Su novela Mientras llega el día (1990) aparece luego de que el autor ha rondado por el panorama histórico-literario del país y, mediante él, ha cuestionado las dimensiones culturales del quehacer literario de la nación. Sus obras posteriores caminan, de forma similar, por la frontera verdad/ficción, siempre deseosas de desentrañar los resortes identitarios de la nación ecuatoriana.

Mientras llega el día (2)  se concentra en los hechos que ocurrieron en el actual Ecuador, el 2 de Agosto de 1810. Lo que acaeció en dichos momentos, en realidad, fue la consecuencia de una serie de acontecimientos anteriores que comenzaron con la instalación de la Primera Junta de Gobierno Soberana en Quito, el 10 de Agosto de 1809. El antecedente histórico relata que en 1808 llegó a Quito a ocupar el cargo de Presidente el Conde Manuel Ruiz de Castilla, comandante del pelotón de ejecución de Túpac Amaru. El  10 de Agosto del siguiente año, un grupo de quiteños lo destituyen, le comunican la decisión y la conformación de la Junta Suprema que actuaría sin intervención de la Corona española. Meses más tarde, Ruiz retomó el poder y todos quienes habían participado en el movimiento fueron perseguidos, encarcelados y asesinados en una matanza hartamente recordada, sucedida el 2 de Agosto de 1810.

     Desde Pedro Matías Ampudia, un mestizo de sólida formación intelectual, heredero y discípulo de la doctrina de Espejo, la trama hilvana una serie de aconteceres enfocados en la búsqueda de los cabecillas del movimiento que se atrevió a deponer al representante del gobierno español meses atrás. El militar Bermúdez encabeza la persecución ya que Montejo –gobernante regente, vetusto y enfermo– es incapaz de llevar a cabo tal acometido.Mientras tanto, en el ambiente quiteño, descrito en su cotidianidad, las ideas libertarias están encendidas como mechas a punto de estallar. Personajes de distinta raigambre sienten la rabia por la prisión de aquellos líderes y desean liberarlos como parte de su sentir herido por el dominio español. Uno de esos personajes populares que destaca es Judith, pareja de Ampudia. Junto con los demás, urde una serie de hechos para liberar a Ampudia –capturado ya– y a los demás prisioneros. La recuperación de los encarcelados, sumada a la vorágine de los soldados de Bermúdez, desemboca en un cruento episodio que culmina con la muerte de muchos civiles, entre ellos, Ampudia. ¿Qué connotaciones presenta esta muerte final y los episodios imaginados por Valdano?, ¿qué novedades trae la reiteración de un hecho histórico hambrientamente visitado por el archivo?

     Es importante partir del significado que tiene esta “revuelta” en la conciencia histórica ecuatoriana y con qué perspectiva encarna Valdano el acontecimiento. De hecho, la forja de la identidad de este país tiene un fuerte cimiento en este suceso. Quito, Luz de América, capital de los ecuatorianos, ostenta ese inmenso adjetivo apoyándose en el documento histórico que la convirtió en un pueblo precursor por antonomasia. Como hecho fundante, ha sido un acontecimiento que ha concitado también innumerables atenciones del historiador. Uno de los ejes de estudio ha sido la filiación de los protagonistas que proclamaron la Primera Junta de Gobierno en 1809 y el significado posterior del hecho. Las primeras obras históricas dieron por hecho intangible que las voces preclaras del movimiento eran nobles quiteños criollos. (3) Esa visión redominó por muchos años. Solo más tarde, Roberto Andrade en su Historia del Ecuador (1937), desde una posición menos conservadora, concluye que los verdaderos revolucionarios de 1809 fueron los sectores populares e intelectuales, y que los criollos traicionaron la causa libertaria. Manuel María Borrero, en 1962, con ocasión del sesquicentenario del 10 de Agosto, concluye igualmente que los héroes de este grito fueron “los letrados y jurisconsultos, los militares criollos, la gente de poca fortuna, industria y comercio”.(4) No son las únicas interpelaciones, pero son las que posiblemente inquietaron más a Valdano. Y lo hicieron porque tras la filiación requerida de los verdaderos protagonistas del movimiento se apareja un conjunto de contenidos decisorios que justifican nociones de poder. Es conocido que los herederos directos o indirectos de los primeros patriotas criollos utilizaron su origen como signo de casta y prestigio, y es conocido también que las posiciones históricas muchas veces se enclaustraron en perspectivas conservadoras, defensoras de la tradición. (5)

       En la novela de Valdano, el movimiento pre-independentista que se narra no es visto como una manifestación de un incipiente nacionalismo americano de raíces criollas, sino como un movimiento eclosionado por el ardor de un colectivo mestizo, que busca superar viejos agravios. Aunque al principio los criollos llevan la batuta del reclamo, posteriormente ellos traicionan los anhelos libertarios: 
“Yo no le pediría a él ni a ningún criollo rico un solo céntimo por la causa de la revolución. Buena experiencia tuvimos con marqueses y marquesitas. Ellos atendieron más a la vanidad que a su libertad. […] ¿Acaso el pueblo, ese pueblo sucio de los barrios de Quito no pueden hacer revolución sin contar con los marqueses? […] el pueblo de esta ciudad no es manso ni sufridor como en otras partes”. (6)

    Tal es así que la referencia a sucesos anteriores como la revuelta de los estancos –de verdadera matriz popular– es mencionado como un importante referente. En consecuencia, y con una lúcida visión contrahegemónica, el autor parece decir que el momento que realmente merece ser recordado no es la Junta inicial promovida por criollos, sino el valor popular desplegado en los acontecimientos de aquel lejano 2 de Agosto. Y los héroes que deben recodarse no son los laudados de siempre, sino un compuesto popular encabezado por su ficcional Ampudia.

     En consonancia con esa visión renovada de la historia, de la revuelta que narra la obra, surgen los personajes de la novela. Los criollos tan celebérrimos actúan, en la obra, como personajes secundarios. Los protagonistas son mestizos, indios y gente del pueblo. El que encabeza el reparto es Pedro Matías Ampudia, hijo de padre español y madre india. Nació en una cuna totémica, en medio de cerros y apadrinado por el fuego de los volcanes. Su protagonismo viene a representar a todas las voces medias, gestoras de la epopeya que marcó el paso hacia lo que más tarde sería la independencia definitiva. Con esta figuración, Ampudia, el protagonista de la obra y quien ejecuta y sufre la mayoría de las peripecias, sería el representante de lo que Lukacs denominó el “héroe mediano”, (7) un personaje que se encuentra entre el individuo que se esconde en la masa y el prócer de la nación recordado por los libros oficiales. Los otros héroes que merecen recordarse son también populares. En ese conglomerado resalta la astucia de Judith para reprimir las fuerzas coloniales y atacarlas desde sus puntos débiles: arrogancia y lujuria. Los mestizos Florencio; Pacho, el sacristán; Pablo Salas, el escultor de oficio; y todas esas mujeres de fe quienes convocan a esas voces marginales que la memoria oficial olvidaba y que Valdano celebra. El autor no olvida mencionar a un personaje indígena, Julián, mensajero discreto, iluminado, es recreado como un actor con clara conciencia de su condición y del significado de la revuelta pre-independentista: “Todos los indios, queremos dejar de ser bestias de carga y si la revolución es libertad […] hay esperanzas de que los indios volvamos a ser humanos”. (8) Tan clara es su percepción de los hechos que, cuando comprende que los ideales de todos los indígenas se secundarizan, deserta de las lides de los mestizos.

      La importancia de estas alusiones es que coinciden con los modernos estudios históricos que destacan cómo el Quito de ese entonces se movió con el vaivén que la agitación social colectiva produjo. En efecto, este período que se extiende hasta 1812 tiene como seres hegemónicos a los habitantes de los barrios populares poblados de mestizos y de indios, “en especial San Roque, San Blas y las carnicerías, en la actual Plaza del Teatro”.(9) Valdano logra captar esa imagen de convulsión con su texto:
“Grupos de vecinos de cada barrio se han reunido secretamente y a puerta cerrada en conventos. Todos se preparan para este viernes. Los herreros están forjando lanzas, espadas, picas, machetes, cuchillos. Los armeros están desherrumbando trabucos, fabricando escopetas y los sastres han dejado sus obras habituales y ahora se han puesto a hilvanar banderas rojas. Quito se ha convertido en una gran fábrica de la revolución”. (10)
      Este ambiente de agitación social que alcanzó hasta la instalación de la Segunda Junta Soberana, según lo dicen las fuentes, vio morir a centenares de personas en las calles de la ciudad. La obra rinde culto a esta presencia al asignarle una preeminencia notable y al concebir su texto desde la conmoción que generaron los eventos del 2 de Agosto, sustrato de los acontecimientos posteriores. Un procedimiento retórico ayuda en esta evocación: la presencia de las coplas que inauguran cada capítulo. Muchas de ellas son de extracción eminentemente popular. Son voces anónimas posibles –y reales– que circularon por la capital y están llenas de ese sentimiento de rebeldía, de sapiencia, instigadoras por ese carácter y presentes por ese efecto.

      Pero Valdano no busca crear una visión idealizada de los mestizos con el protagonismo que les asigna. También destaca ese otro lado, el oportunista y vivaracho, el ruin y cobarde, representado con especificidad en la vieja Candelaria, el bachiller Guzmán y Melchor. Recordemos que el mestizo no existe como un bloque homogéneo, ya que no solo puede ser entendido como una categoría biológica sino también social y cultural, vacilación que toma en cuenta el novelista. Como categoría identificatoria, el término está cargado de bipolaridad y contradicciones que el autor muestra al traer a colación ese sentimiento de vacilación, de duda, de identidad conflictiva, que marca las acciones de sus personajes. Por eso mismo, esos “otros” mestizos demuestran que la conciencia revolucionaria no calaba por igual en todos los grupos y que, unos cuantos (¿muchos?), podían sacrificar todo el afán común por sus empeños personales. Candelaria, Celestina infortunada, es presa todavía de una ideología colonial dependiente a medio camino con las nuevas inquietudes –como el personaje de Rojas, lleno de manchas medievales– y que exhibirá con ello toda la mentalidad conservadora posterior.A través de Guzmán, el ilustrado, el que anteponía Bachiller a su nombre,Valdano presenta una muestra literaria de cómo la incertidumbre identitaria (11) (ese enfrentamiento entre el ser y la apariencia) podría ser resuelta con el uso del disfraz, una estrategia que permite ocultar el verdadero rostro.Herencia patente de Icaza, este chulla asume su identidad desde el arte de la simulación, entre el ser y no ser. Con ello, Valdano configura una sociedad plural, donde las formas de asumirse y entenderse se diversifican y, sobre todo, da a entender cómo adquirir esta conciencia establece las bases ideológicas de la emancipación de las colonias.

     Para explicarlo mejor regreso a la novela. En ella leemos que, pese a la autopercepción manifiesta de subyugación que sienten las clases mestizas, se encuentra el dilema constante de la autodeterminación del mestizo, que divaga entre la matriz nativa y la matriz colonial. El mestizo es entendido como el ser bastardo que no sabe si amar su origen o aborrecerlo. Pedro Matías ayuda de manera precisa al autor para examinar estos resortes. El novelista lo trabaja –intencionalmente entiendo yo– desde la complejidad de su identidad. En momentos de la narración pone en su boca la irrebatible conciencia de su ser mestizo: “Resulta evidente que no soy un hispano como mi lejano abuelo, don Juan de Ampudia; ni tampoco soy un indio como mi antepasada mama Nati”. (12) En otros pasajes, Pedro Matías se asume como criollo: “Él me miró sorprendido, pues no era usual que un chapetón o criollo ofreciera su mano a un indígena”, (13) e incluso se describe como descendiente directo de una virgen del sol.

      La evocación identitaria atestigua el verdadero sentido de libertad que añoran las nacientes repúblicas, porque ¿qué significa para un americano mestizo emanciparse, como hijo rebelde, de los lazos maternos?, ¿puede en realidad hacerlo?, ¿de qué o de quién busca marcar distancia? Independencia o justicia, he aquí los móviles de la acción revolucionaria. Valdano se inquieta con su personaje porque desea precisar si la independencia debe ser tomada como un afán de justicia –que busca el mestizo por no ser tratado igual que un español–, o si es un sentimiento de venganza el que lo alcanza por todos los desórdenes que sufrió su progenie, su parte india. Luego analiza que la independencia no puede ser entendida como justicia porque para el indio no existe cambio en su condición, y que no puede ser venganza porque, como dice el padre del personaje, un Ampudia no puede vengarse contra sí mismo. Esta incertidumbre es muy similar a la que vive el Miranda de Romero según lo revisado. Pedro Matías resuelve el dilema desgajándose de ambas sangres, llegando a convertirse en un huérfano de todas las sangres.En su resolución fue factor importante Eugenio Espejo. Aquel, un precursor ilustre de la independencia del país, emergió como sombra del pasado, y en el delirio y éxtasis de Ampudia le hizo entender que esas contradicciones y las sombras inicuas del pasado son las que deben eliminarse: “Hay que exorcizar a los demonios que surgen de las sombras del pasado, solo así se puede empezar el nuevo camino de libertad”. (14).  Quizá, de esa manera es cómo Valdano entiende el sentido de la independencia en nuestro presente.La orfandad que él concita en Pedro, explicada y justificada históricamente, ayuda en la emancipación. Al apuntar que en la sociedad colonial ese sentimiento de ausencia del padre era sostenido por el indio, el mestizo y el criollo, y que la sociedad misma se sentía ilegítima (15) (el indio lo era porque se había quedado sin su gran protector inca, el criollo porque constataba cada vez que su “madre patria” no lo trataba con la deferencia que él aspiraba, y lo era el mestizo por la literal ausencia del progenitor quien debía cubrir su desliz con la india), invoca una ambición profunda de dejar de serlo. Luego,la orfandad es la piedra que dará sostén al nuevo orden, porque implica superar los vestigios de ese olvido paternal y configura a un nuevo ser, a un ‘otro’ renovado que labra su propio destino y forja una nueva filiación, de esa manera deja salir el agua estancada de sus angustias que por tanto tiempo le habían impedido caminar. Vista así, la novela paraleliza el movimiento político –Independencia– con un movimiento cultural –mestizaje– para desarrollar una conciencia crítica de lo nacional, que parte de la autoidentificación del yo frente a la alteridad y se constituye de esta manera en una estrategia cognoscitiva y ontológica del ser.

     Temporalmente hablando, la novela establece un diálogo constante entre el presente de los personajes y su futuro, tiempo que es el presente del lector y, en algunos momentos, también del narrador. En otros episodios, incluso se pierde la línea que separa el presente del futuro, presente que es para nosotros pasado. Esta conversación de los tiempos puede ser seguida por dos caminos. El primero, nos lleva a considerar la historia de lo nacional desde un pasado que ha seguido una ruta que no puede obviarse para continuar transitando por él. No se trata de un sentido teleológico, sino más causal, puesto que ese trecho común nos aúna con el pasado. El segundo trayecto busca dejar claro el peso de aquellos momentos germinales en la conciencia de los ciudadanos: recordando a los héroes se mitifica su acción y se los convierte en seres que todavía modelan a los ciudadanos del presente, así lo leemos bajo las letras de un claro anacronismo: “Es posible que morir por una causa justa no sea morir del todo. Al menos nos recordará la posteridad”. (16)

     La obra de Valdano, para culminar, está más concentrada en un punto geopolítico, a diferencia de la de Romero, porque establece su bastión con exactitud. Con tal visión, ancla la fundación de la nación ecuatoriana desde la memoria de los sucesos trágicos de 1810, no desde el orgullo de la Primera Junta Soberana. Este dolor está fraguado con preeminencia por la sangre de la población común, mestiza, chola, que circunda la ciudad y, por supuesto, la de los criollos. El heroísmo, las virtudes y los sacrificios de los ancestros de los quiteños se convierten en una gesta que enriquece, renueva y afirma como grandioso el tan mentado Primer Grito de Independencia no por los orígenes que lo instalan, sino por el despertar que propicia en un colectivo. El hecho es digno de rememorarse en cuanto confirma el rol de la capital en su condición de pionera y en cuanto considera un interesante punto de vista sobre el significado de la gesta independentista: “es necesario expulsar la colonia de nuestras almas. Liberarnos de ella, con todos sus prejuicios y taras, debe ser también liberarnos de una parte odiosa de nosotros mismos”.(17) Pensar la Independencia desde una visión contrahegemónica, es ya pensar distinto.
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NOTAS:
 1. Su inquietudes culturales se plasman en ensayos como: “La nación ecuatoriana como interrogante” (1969), Panorama de las generaciones ecuatorianas (1976), La pluma y el cetro (1977),  Ecuador, cultura y generaciones (1985),  Prole del vendaval, ensayo sobre Sociedad, Cultura e Identidad ecuatorianas (1999), “Generaciones e ideologías en el Ecuador”, (2003). A ello se debe sumar su ensayística en torno a textos literarios: Humanismo de Albert Camus (1973), Léxico y símbolo en Juan Montalvo (1980), “Introducción a la obra de Juan Montalvo” (1981), “Pecado y expiación en Cumandá: Elementos de una visión del mundo trágica” (1992).
2.. Juan Valdano, Mientras llega el día, Quito, Libresa, 1990.
3. Me refiero concretamente a la obra de Pedro Fermín Cevallos, Historia del Ecuador.Resumen de la historia del Ecuador desde sus origen hasta 1845.
4. Borrero, La Revolución Quiteña 1809-1812, p.7, cit. por Carlos Landázuri, “Balance historiográfico sobre la Independencia en Ecuador (1830-1980)”, en Procesos: revista ecuatoriana de historia, No. 29. Quito, primer semestre de 2009, p. 173.
5. Carlos Landázuri cuenta que el oficialismo de fines del XIX trató de ignorar la obra histórica de Roberto Andrade –tildado de liberal apasionado– porque esta no situó en un papel preeminente, en el movimiento independentista, a los criollos tradicionales.Manuel María Borrero publicó Quito, Luz de América tiempo después y llegó a similares conclusiones que Andrade. Y “como Borrero descendía de prominentes familias coloniales, entre las que hubo patriotas y realistas, los de su clase, la de los antiguos criollos, lo podían considerar no solo enemigo sino traidor. ‘Del monte sale quien el monte quema’ habrían podido decir algunos de los que se sintieron afectados por sus escritos” (p. 173). Para colmo, por los años de publicación de esta obra (1959) gobernaba el país Camilo Ponce, conservador heredero de la vieja aristocracia. Él apoyó las tesis en contra de esta obra y, conjuntamente con el Ministro de Educación, se encargó de “defender la tradición” buscando amparar “los ejemplos que nos da la historia y que son constitutivos de nuestra nacionalidad” (p. 173). La Academia Nacional de Historia dio un dictamen opuesto a la obra de Borrero y otras visiones revisionistas permitiendo con ello el rescate de la tradición creada por Pedro Fermín Cevallos.
6. J. Valdano, Mientras…, p. 93.
7. Cit. por Claudio Maíz, “Releer la historia. La novela hispanoamericana de la conquista”, Cuyo, CONICET, 2003, p. 161.
8. J. Valdano, Mientas…, p. 76.
9. “Efectivamente rara puede suceder que trastornado el orden antiguo por la exaltación de los ánimos, dejen de cometerse los delitos que son consiguientes al frenesí de un Pueblo que habiendo roto el freno de la obediencia, da un libre vuelo a sus pasiones” (Cristóbal Garcés, en su testimonio sobre la época, Expediente 12, p. 225 cit. por Pablo Ospina Peralta, “‘Habiendo roto el freno de la obediencia’. Participación indígena en la insurgencia de Quito, 1809-1812”, en Procesos: revista ecuatoriana de historia, No. 29, Quito, I semestre de 2009, p. 73.
10. J. Valdano, Mientras…, p. 154.
11. “En la sociedad colonial quiteña, criollos y mestizos, sin pretenderlo ni saberlo, resultaban ser trasuntos de los patéticos personajes de la picaresca española. Y es que entonces –como ahora– el adoptar un disfraz, aquel que a cada uno le conviene, no solo llegó a ser un arte –el de la simulación– sino que además se convirtió en una suerte de ética de emergencia, en una necesidad de supervivencia”. (Juan Valdano, Identidad y formas de lo ecuatoriano, Quito, Eskeletra, 2006, p. 124).
12. J. Valdano, Juan, Mientras, p. 85.
13. Ibíd., p. 79.

14. Ibíd., p. 286.
15. J. Valdano, Identidad y formas de lo ecuatoriano, p. 129.
16. Ibid. p.202.
17. Ibid. p.297-

*Tomado de KIPUS, No. 26.  Revista Andina de Letras. Universidad Andina "Simón Bolívar". Quito.  2009.


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