Novedades y audacias de Anillos de serpiente
Jorge Dávila Vázquez
La novela policíaca
En el Ecuador no
existe una tradición de narración policíaca, aunque en algunos textos, como en Un
hombre muerto a puntapiés de Pablo Palacio o en Sueño de lobos de
Abdón Ubidia se desarrolle, de algún modo, una encuesta policial o una trama de
suspenso y acción, respectivamente. El caso concreto más reciente de una novela
policial pensada y escrita como tal, antes de la de Valdano, es la de La
reina Mora de Santiago Páez. ¿Por qué la ausencia del género en nuestras
letras? Quizás porque la sociedad siente a las fuerzas del orden como una de
sus mayores debilidades y la ficción no lograría sustentarse en el referente de
un mundo en que campea, casi siempre, la impunidad, no por la falta de voluntad
de quienes llevan las investigaciones, sino por las carencias de medios de los
investigadores, y quién sabe si, en muchos casos, por la falta de conocimientos
y preparación también.
La novela de Valdano
Lo policial
Anillos de
serpiente es, sin duda, una novela policíaca: la
muerte aparentemente natural del caudillo político del pequeño pueblo de
Todosantos, Fico Farah, desata una ola de recelos, que desemboca en una
encuesta ordenada por el mismísimo ministro de gobierno sobre su posible asesinato,
como fruto de una conspiración política. Los avatares de la investigación los
llevarán sobre sus hombros dos personajes sumamente pintorescos: el licenciado
Heráclito Cardona, un burócrata que viene de la capital, y el comisario del
lugar; Tiberio Sangurima, especie de versiones criollas de Holmes (incluso el
protagonista dice que, para su mujer, él es un Sherlock Holmes) y Watson.
Los pasos que se
siguen en el desarrollo del acontecer, las entrevistas con los personajes
claves tales como Mary Morán, la viuda; Bruno Favri, el oponente político de
Farah, médico de inclinaciones socialistas; la misteriosa viuda Corina,
encarnación de la decadencia y la sex
appeal de otra época; las intrigas secundarias, las pistas, las amenazas,
los enfrentamientos, la violencia que llega a lo brutal, a lo mercenario; la
persecución final de los culpables, todo forma parte de una trama policíaca.
Otras
características que permitirían incluir el libro dentro del subgénero que nos
ocupa son el modo sistemático, ordenado como Heráclito va develando lo que él
piensa que es verdad, ante el asombro de Tiberio, que pasa lentamente de la
indiferencia y el escepticismo a la
admiración; la típica caracterización de los involucrados, con rasgos casi
expresionistas: las femmes fatales: Mary
con su toque de viuda alegre, Corina con su si-es-no-es de madame jubilada de algún inverosímil
burdel; María, con su aire ambiguo, entre la inocencia y la revancha, Rosana con su carga de misterio y de dudas; los villanos: el manipulador
coronel Colbert, el arrogante Tigre, el corrupto Farah; el insignificante Ornar
el Bizco.
El investigador,
cuya pintura está, a no dudar, inspirada en los personajes del tipo que nos ha
dado la pantalla, en especial aquel con un corte a lo Humprey Bogart, un poco cínico,
frío, con un leve matiz donjuanesco, un acentuado gusto por el alcohol y el
cigarrillo, y hasta un rasgo externo clásico como el sombrero Borsalino,
ligeramente ladeado.
Por tanto, bien
podríamos concluir que se trata de un ejemplo de lo más cabal del relato
policíaco entre nosotros. Bien logrado, cuidadosamente estructurado, de
estupenda factura, tanto en lo que tiene que ver con la peripecia, como con los
personajes y los ambientes, cuya pintura es de excelente calidad, piénsese sino
en la evocación de la atmósfera de la casa de Fico Farah, en el parquecito de
Todosantos, en el "Gato Negro" o el "Exclusive Club". Un
libro de intriga, agradable y hasta fácil de leer, entretenido, escrito en
lenguaje vivo, dinámico, un poco irrespetuoso, como suele ser el que se usa en
el género policial.
Lo político y
lo social
Pero una lectura
que se quedara en los atractivos de la obra como un ejemplo de novela
policíaca, omitiría tal vez lo medular de este libro, su profunda connotación
político-social.
Es tal el
impacto que ha sufrido Valdano por la corrupción política que ha atravesado el
país en la última década (la de 1990), que nadie que se acerque al texto con la
necesaria perspicacia puede pasar por alto las referencias inmediatas, aunque
el autor haya querido alejarse al modo de Brecht de lo próximo, ubicando el
desarrollo del relato en 1961, durante la cuarta presidencia de Velasco Ibarra.
Cierto que
muchas acciones externas a la ficción corresponden a ese momento histórico,
pero las referencias inmediatas son innegables; por ejemplo, Fico Farah es
claramente reconocible en el último de nuestros caudillos populares, pues su
caracterización física, la voz, los rasgos, la preparación intelectual, los
discursos, su propensión a la corrupción, por supuesto hiperbolizada en el
nivel ficticio, se corresponden con una imagen de todos conocida. Y lo mismo
podemos decir de El Tigre que revela las características de otro personaje muy
conocido de nuestra política, solo cambiando la especie animal usada como metáfora,
muy levemente.
La manipulación
de la realidad, la falta de escrúpulos, el abuso del poder revelado en Colbert,
quien aparentemente es el rico propietario de una empresa de fachada muy
correcta, pero por cuya puerta trasera sale el contrabando a las "bahías";
la protección, el encubrimiento del Estado a más de un ilícito; los intereses
oscuros; la politiquería y la burocracia; la situación de miseria de la gente,
pintada en múltiples momentos del libro, la insistencia en la soledad de los
ancianos, en su desamparo, que busca simples o extrañas evasiones, la fuerza de
la reacción popular ante la mala y corrupta administración pública, todo
resulta turbadoramente cercano y conocido,
e inscribe al libro entre los más beligerantemente sociales de nuestra literatura.
En contraste con
los aspectos negativos de lo político-social, hay que destacar que se eleva la
figura de apóstol laico de Favri, un hombre honesto que solo aspira a aliviar
el dolor, ya sea físico, ya social, de su pueblo. Y también la conmovedora
caracterización de Heráclito, que luego de una carrera de trepador, como la de
innumerables burócratas, llega a enfrentarse consigo mismo y decide cambiar el rumbo de su vida. Aunque
nunca vemos a Diego, el hijo, su constante evocación, su encuentro en el joven
estudiante que muere -en los brazos de Cardona- durante las manifestaciones,
constituyen uno de los resortes de cambio fundamentales en el desarrollo
literario de la personalidad de su padre, el protagonista.
Lo literario
Pero tampoco
podemos quedarnos en estos importantísimos aspectos del libro, aunque
constituyen lo medular de su desarrollo, pues Anillos de serpiente es, por sobe todas las cosas,
una obra literaria, un texto que revela un minucioso trabajo de Valdano en
diversos planos de la palabra y el imaginario narrativo, por ejemplo:
El uso de una
lengua apropiada para cada estrato social de los personajes, todas ellas
construidas con una versatilidad y una frescura muy interesantes. Cuando se
trata del protagonista, no se ahorran discretos niveles líricos.
La
caracterización de los personajes, la mayoría de los cuales está estupendamente
pintado, con un sentido de autonomía, de vida propia y hondura psicológica y
humana, que resultan sus mayores aciertos. A veces, como en el caso de Jonás,
el estrato mítico hace su irrupción en el texto con fuerza.
La ambientación,
que está llena de rasgos realistas, pero también intensamente poéticos;
recuérdese, por ejemplo, cuando al hablar de los árboles del parque del pueblo
dice que son "bulliciosas catedrales de cotorras", o el modo ejemplar
como crea la atmósfera decadente, fantasmal de "El gato Negro".
La estupenda y
dinámica narración de los hechos en todo el libro, en especial en la secuencia
nocturna que ocurre en “El Gato Negro" que resulta el momento culminante
del acontecer, como una suerte de metáfora de la evocación de los muertos, que
traían los
La estructura
que, en apariencia, es lineal, convencional, pero que está salpicada de flash
backs, de vueltas hacia el pasado, concebidas con un dinamismo, una
agilidad y una aparente espontaneidad, en los que cabe reparar cuidadosamente.
El uso simbólico
que da título a la obra: Milla, el representante del poder corrupto, se sienta
(o se asienta) en un sillón con patas de serpiente; el protagonista sueña que
una serpiente oprime a un niño indefenso (¿los inocentes?, ¿los pobres?, ¿los
jóvenes?, ¿la patria?); en el parque del pueblo, como en el jardín del Edén, se
enrosca una serpiente; Corina dice a Heráclito que está metiendo las manos en
un nido de víboras, y ella lleva un colgante con una serpiente; el
"Exclusive Club" es definido como "el santuario de la gran
víbora"; la escritura de la crónica de la encuesta sobre Farah es para el
narrador-protagonista una liberación de su vieja pesadilla de la serpiente.
Por último, el
libro resulta, hacia el final, un conmovedor homenaje de un escritor a otro, de
Juan Valdano a Pedro Jorge Vera, el eterno combatiente, mencionado más de una
vez en el texto, y que en el epílogo resulta el elemento redentor del burócrata
que logra salir del círculo vicioso de su trabajo inútil y propenso a la
corrupción.
Hay en esta
atractiva y singular novela de Juan Valdano, como en toda producción literaria
de trascendencia, una múltiple posibilidad de otras lecturas; pero las que
hemos insinuado en estas páginas, pueden ser caminos para llegar a uno de los
libros más interesantes, ricos y sugerentes de la narrativa ecuatoriana de hoy.
1998.
* Prólogo a Anillos de
serpiente; edición de Libresa. Quito, 2003.
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