lunes, 4 de abril de 2016

LAS SOMBRAS DEL FUEGO EN EL AGUA


Por: Félix Julio Alfonso López*

(Comentario a El fuego y la sombra, novela de Juan Valdano. Esta disertación fue leída el 15 de febrero de 2016 en la Feria del Libro de La Habana con ocasión de la presentación de la cuartad edición de la mencionada obra y publicada por la Editorial Arte y Literatura de Cuba)

El escritor ecuatoriano Juan Valdano (Cuenca, 1940) es un prolífico autor de relatos, ensayos y novelas. Su bibliografía comprende novelas tan notables como Mientras llega el día (1990), Anillos de serpiente (1998), El fuego y la sombra (2001), La memoria y los adioses (2006). Entre sus ensayos sobresalen La nación ecuatoriana como interrogante (1971), Humanismo de Albert Camus (1973), Panorama de las generaciones ecuatorianas (1976), La pluma y el cetro (1977), El cuento ecuatoriano (1979), Léxico y símbolo en Juan Montalvo (1981), Juan Montalvo: introducción, selección y comentario de textos (1981), Ecuador: cultura y generaciones (1985)  e Historia del Ecuador: Ensayos de interpretación (1985). Así mismo, fue coordinador editorial de la Historia de las Literaturas del Ecuador, primer y segundo volumen de la obra colectiva Literatura de la Colonia (1534-1594 / 1594-1700).
La novela El fuego y la sombra es un texto que puede ser considerado como una novela histórica, al menos en el sentido que este concepto ha alcanzado en las últimas décadas en América Latina con obras y autores tan destacados como Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Roberto Bolaños o Fernando del Paso, por solo citar los más importantes. Me refiero, desde luego, a la definición de la nueva novela histórica Latinoamericana también denominada Novela Histórica Posmoderna o Novela Intrahistórica.

La narración que nos propone Valdano en su obra es, en principio, un homenaje a varios autores de la tradición clásica, empezando por el Homero de la Odisea, citado en uno de los epígrafes del libro y extensamente parafraseado a lo largo de la novela; pero también hay muchas citas intertextuales que remiten al Quijote, a Stendhal, a Umberto Eco y a autores latinoamericanos como el Carpentier de Los pasos perdidos, el Asturias de El señor presidente o al Vargas Llosa de El hablador.
La novela comienza, al igual que El nombre de la rosa, con el hallazgo en el convento  quiteño de San Francisco, de un manuscrito escondido tras un altar, enterrado en una caja de plomo. Estos papeles no eran otros que el diario perdido de Juan de Dios Moro, un escritor ecuatoriano de fines del siglo XIX, de ideas liberales y amigo del caudillo progresista Eloy Alfaro, considerado por un conjetural descendiente, su nieto Arístides Moro Leiva. Juan de Dios Moro vendría a ser uno de esos “héroes anónimos de la famosa Campaña Restauradora de 1883 y a quien los historiadores de nuestra literatura habían ignorado, seguramente por un total desconocimiento de su nombre y de su obra”. (1)

El apócrifo “Diario” de Juan de Dios Moro es entonces el cuerpo de la novela que transcurre entre el 30 de abril y el 5 de junio de 1883, mientras su autor y protagonista recorre las aguas del río Cayapas a bordo del lanchón La Colorada, en busca de un cargamento de armas, situado en el puerto de Esmeraldas, destinadas a apoyar a las huestes de Alfaro. El escenario geográfico de este viaje clandestino es la zona norte del Ecuador, una región agreste y selvática, de clima cálido y húmedo, donde se cultiva café, cacao y tabaco, hay tala de árboles y pesca, con una población mayoritaria de origen africano y presencia de etnias aborígenes como Niguas, Lachis, Campaces, Tzáchilas y los propios Cayapas que dan nombre al río.

Aunque las fechas del diario están en orden consecutivo  y la narración de la novela no pretende realizar experimentos con el espacio/tiempo, los acontecimientos del pasado y el presente tal como los rememora Juan de Dios Moro están entrelazados en cada uno de los capítulos, y en este discurso discontinuo vamos descubriendo los azares de su biografía. Hijo de padre desconocido, un antiguo militar en los primeros tiempos de la República y huérfano a temprana edad, su precoz afición a las letras lo llevó a profesar ideas liberales  y frecuentar logias masónicas, en franco desacato a las rígidas costumbres impuestas  en el Ecuador de entonces por el dictador Gabriel García Moreno, uno de los personajes históricos de la novela, junto a Eloy Alfaro e Ignacio de Veintemilla.

Alfaro, viejo luchador contra gobiernos despóticos de Gabriel García Moreno (1861-1865 y 1869-1975) y sus testaferros Jerónimo Carrión (1865-1867) y Javier Espinosa (1867-1869) es aquí apenas una referencia patriótica, un personaje distante y lejano, que apenas tiene desarrollo dramático, solo como corresponsal de Moro. Su retrato, en la pluma del viajero, es el de los próceres liberales y representante de una protoburguesía nacional:

“Mi correspondencia con Alfaro se fue haciendo, con los años, nutrida, puntual, enriquecedora. Luego de una invitación que él me hiciera para que vaya a verlo en Panamá viajé con mis medios desde Tumaco hasta el istmo y allí pude conocerlo personalmente. Era un hombre próspero con muchos negocios entre manos: comercio, agricultura, minería. Hay un temple de líder en su mirada y cierta  calidez en las palabras. Desprendido y generoso, un apasionado por sus ideales  políticos, está convencido de que él será, algún día, quien abra las puertas de este enclaustrado país al mundo moderno”. (2)

Ignacio de Veintemilla (Presidente de 1878 a 1883), un antiguo opositor de García Moreno, aparece aquí bajo el nombre de Ignacio de la Cuchilla, alias “El Mudo”  y es contra su arbitrario régimen que Alfaro prepara una nueva insurrección en el momento que transcurre la novela. En ausencia de este extraño tirano, que solía irse de borracheras y putas, quien manda en su palacio es una resuelta mujer llamada Marietta, bella y valerosa dama que debe enfrentarse a los opositores “exponiendo su vida por defender el mal gobierno de su tío”. (3)

El trazado sicológico de este personaje, Marietta, nos lo presenta el novelista como una mujer culta y delicada, amante de los salones, al punto que
“…sus enemigos reconocen en ella a una mujer sin par, de hermosa figura, inteligencia despierta, carácter definido y una  voluntad pronta y decidida. Los hombres la imaginamos tierna y ardorosa en las batallas del amor. Las mujeres la envidian por su independencia en el actuar, por su lucidez en el hablar”. (4)
El escritor y protagonista  la compara con Manuelita Sáenz, “hembra y consejera” del Libertador Simón Bolívar y esta evocación sirve para un extenso monólogo sobre la condición sumisa y servil de las mujeres en la sociedad “destinadas a rendir el yugo al hombre que les fue escogido por inextricable decisión paterna”, y si no condenadas  a una “vida solitaria de estéril soltería”.

Otras reflexiones sobre el lugar social de las mujeres parecen adelantadas a su época. Moro comenta:
En esta sociedad es lamentable ver que nuestras mujeres, a poco tiempo de casadas, vegetan en una vida opaca de amas de casa, para luego engordar, abandonadas a la inercia. Su misión se resume en parir, criar los hijos y comandar el rebaño de una nutrida servidumbre que pulula en el hogar (…), en pocas palabras: paridora puntual, abnegadísima madre, sirvienta infatigable y… esposa traicionada”. (5)

Sin embargo, el personaje histórico que mayor relieve alcanza dentro de la trama novelesca es Gabriel García Moreno, pues además de autócrata es el tío del primer gran amor de Moro y a la postre su esposa, la sufrida Magdalena del Alcázar. El protagonista describe a García Moreno, cuya tiranía aborrecía doblemente, por su patria y por su amada, como
alto, esbelto y prematuramente calvo. Tenía una voz grave con  resonancias cavernosas y una mirada fía. Vestía de negro impecable, y de su brazo derecho colgaba el bastón”. (6)

En el plano moral lo señala como
hombre vehemente, de acción febril y temeraria (…) hombre capaz de todas las maquinaciones y de todos los  excesos y a quien jamás le tembló la mano cuando hubo, en inúmeras ocasiones, de firmar la sentencia de muerte de algún sedicioso, insurgente contumaz o desfalcador del  erario, pues su divisa siempre fue: <<a quien el oro lo corrompe que el plomo lo reprima>>”. (7)

La prolongada dictadura de García Moreno, en pleno siglo XIX, trató de convertir al Ecuador en un estado teocrático, donde junto a la feroz represión de las ideas liberales y la ausencia de derechos civiles, la Iglesia detentaba inmensos poderes en lo económico, lo jurídico y lo social. Con García Moreno  se llegó incluso al extremo de conceder  la nacionalidad ecuatoriana solo a aquellos que profesaban el catolicismo. Esta asfixiante situación social es descrita por el novelista cuando, por boca de su personaje, dice:
La alegría había sido expulsada por el dictador, no solo de su casa sino del país entero. La risa, el juego y la broma eran mal vistos, a no ser en el Día de los Inocentes. Estaba decretado que todo ciudadano debía ser católico, apostólico y romano. La severidad, la parquedad y la melancolía debían ser virtudes de todo buen cristiano, y por tanto, de todo buen  ciudadano. Este era el país de los hombres tristes”. (8)

En un guiño al escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias y a la saga de novelas sobre dictadores escritas en América Latina, el narrador casi siempre se refiere a García Moreno, uno más  de esa larga lista de tiranos, como El señor presidente.
Otro personaje histórico que alcanza relieve en las páginas de la novela es el escritor Juan Montalvo (1832-1889), amigo de Eloy Alfaro, tenaz opositor de los regímenes de García Moreno y Veintemilla y cuyo folleto La dictadura perpetua inspiró a un grupo de jóvenes liberales para asesinar a García Moreno en 1875. Gran ensayista y hombre de notable erudición en lenguas clásicas, el trato dado a Montalvo en estas páginas aparece marcado por la ambigüedad, pues se le llama “buen escritor aunque no siempre gentil compañero”, (9) incluso cuando es él quien con sus libros, folletos y cartas, enviados de manera clandestina a las logias masónicas, ha inflamado el espíritu libertario de los jóvenes ecuatorianos.  

En otro pasaje de la novela, Moro reflexiona sobre su propia condición como escritor, no sujeto a mandatos serviles ni beneficios pecuniarios, y la compara a la postura acomodaticia de Montalvo. Moro dice de sí mismo:
Escritor, hombre que me entiendo con la pluma, el libro y las ideas, he sido siempre y, a la hora de buscarme el pan, en lo único que confío es en mi propia capacidad y talento. Yo no espero mecenazgos para vivir y hacer lo mío, no golpeo las puertas de los pudientes, amigos o desconocidos para que me mantengan, como en cambio, si lo hacía con tamaño descaro nuestro compatriota, el señor Juan Montalvo”. (10)

La diatriba contra Montalvo continúa diciendo:
Al autor de El Cosmopolita alguien le reprochó que jamás había conocido la virtud del trabajo (lo cual me parce injusto porque escribir es labor extenuante) y que siempre fue un <<hábil escudriñador del bolsillo ajeno>> (calidad que me consta, la cultiva en grado sumo)”. (11)  

Pero El fuego y la sombra, esta novela de Juan Valdano, es sobre todo un libro de aprendizajes y experiencias vitales en el fluir del tiempo, metaforizado aquí en el río Cayapas, y en las múltiples aventuras, lances de amor y peripecias que debe sortear Juan de Dios Moro, el protagonista, para llegar a su destino en el puerto de Esmeraldas. Aquí el juego de espejos con La Odisea es evidente en más de una ocasión, como el episodio en que Moro es seducido por las tentaciones carnales de una negra llamada Flora, de voluptuosas y engañosas caricias, a cuyo frenesí erótico no tarda en ceder, para descubrir luego que sus compañeros de viaje han sido hechizados y convertidos en perros. O en el viaje al interior de la selva con un joven  poeta, en busca de su novia secuestrada por un gigante etíope y tuerto, llamado Policarpo, quien siente una extraía fascinación por los regalos exóticos. Para cerrar este retozo intertextual, en otro pasaje el narrador refiere a unos crédulos ribereños los detalles de sus  episodios por el río y sus desdichados naufragios, diciendo:
Preferí  narrarles la fabulosa  historia de Odiseo y, en vez de poner la acción en el mítico Egeo, les conté como si todo aquello hubiera sucedido en el mismísimo Cayapas. Y cual un mago de ferias trasmuté la realidad –aquella que tiene su dimensión y su peso muy tangibles- por palabras resonantes y jugosas, de tal forma que quedaron ilusionados y contentos, convencidos de  que la historia escuchada había sido verdad, toda ella, y había acaecido tal y como les narré”. (12)

 Pero Moro sabe que la literatura es capaz de crear ilusiones muy poderosas, y lo que ha hecho con sus oyentes no es más que un “hábil escamoteo, la farsa de un cuentero”, y para evitar ser descubierto se escabulle ágilmente.

Este “Diario de Juan de Dios Moro” es también una obra de reflexión sobre la condición humana y la existencia del hombre en el universo. Absorto en la contemplación de la misteriosa selva ecuatorial, con su colosal diversidad vegetal y zoológica, siente ganas de plasmar en música la lujuria de la naturaleza salvaje:
“…una música que, en vez de alejarme de las diarias tribulaciones, me sacudiera y enfrentara a los graves enigmas de la existencia del hombre, este ser que piensa y lucha por ser feliz, este Sísifo que pareciera estar condenado, de por vida y para todos los tiempos, a añorar alguna dicha  que, sin saberlo, extravió en el camino” (13).

 En otro pasaje de resonancias filosóficas existencialistas, dice:           
Igual que un animal herido y alcanzado por la flecha de un cazador anónimo, el hombre corre en busca de un ideal acosado siempre por su destino”. (14)
En otras muchas páginas es el Amor el que guía las cavilaciones de Moro. Amador sin reposo, Juan de Dios Moro conoce el afecto y la pasión de su joven esposa, Magdalena, que sucumbe pronto a la monotonía del matrimonio y a la tristeza de un hijo perdido. Luego cae rendido ante la seducción de Thalía, nombre alegórico de la musa de la comedia, una mujer ardiente, liberal y desprejuiciada que lo espera en el otro extremo del viaje.  En medio del camino fluvial practica la lujuria y el desenfreno erótico entre las piernas de la negra Flora y conoce también el amor sublime y romántico de Eva Jonnes, una joven inglesa que en realidad es un espectro, una visión fantasmagórica, la metáfora de un amor imposible. Al placer de cada búsqueda amorosa sucede la extraña sensación de vacío que deja cada pérdida. Así, el viajero y protagonista afirma en palabras de inconfundible sabor nerudiano:
Tal parece que las historias de amor siempre se repiten, siempre son iguales: un instante solo es la ventura y toda una eternidad es, en cambio, el olvido”. (15)

Entre tantas conquistas sensuales, hay una que no logra consumar con una mujer aborigen, en medio de una orgía a orillas del río. Juan de Dios Moro se resiste a la unión sexual con la india a quien describe como “una de aquellas  sacerdotisas del amor salvaje que busca colmar su insatisfecho apetito”. (16) Aquí hay, en primera instancia, un prurito discriminador hacia la joven que se le ofrece, desconocida y llena de olores extraños. Su virilidad no logra excitarse con la muchacha desnuda que le agarra el sexo con violencia y ríe desconcertada ante el rechazo. Moro apunta que “copular con aquella pobre salvaje, me dije, hubiese sido simplemente un acto de irrespeto a la naturaleza, un acto más de violencia en contra de ella” (17), aunque, a reglón seguido, se pregunta si este pensamiento no sería…
un diletantismo que enmascara ciertas incapacidades mías  para descender a otra clase de relaciones entre los seres humanos, ciertos prejuicios arraigados  que me atan al mástil de la tradición. El ser humano, civilizado o salvaje, vestido o desnudo, es, en el fondo, el mismo”. (18)

Positivista de formación, Juan de Dios Moro enfrenta el dilema de las teorías racistas que predican la inferioridad de ciertos pueblos y etnias, y que en la América Latina del siglo XIX encontró su mayor exponente en la obra del escritor y político argentino Domingo Faustino Sarmiento  y su consabida fórmula de la civilización europea enfrentada a la barbarie americana.  Invirtiendo los términos de aquel falaz argumento, Moro discute la primacía moral de la ciudad sobre el campo cuando exclama:
me ha tocado ver que los hombres más sinceramente piadosos están en la selva y, en cambio, los más salvajes e inhumanos los he conocido, casi siempre, en la ciudad. La verdadera cultura ha salido del seno de la naturaleza y del respeto a ella; en tanto que el destino de las civilizaciones urbanas será la creciente deshumanización”. (19)

Al final del proyecto y recuperadas las armas que debían garantizar el éxito militar del general Eloy Alfaro, Juan de Dios Moro debe enfrentar un último conflicto. Separado de su Penélope, en este caso Magdalena, lo espera el amor absorbente y la pasión inextinguible de Tahlía. Pero Juan de Dios, escritor y aventurero, duda de que este amor sea definitivo, que no sucumba nuevamente al tedio, a la rutina y el hábito que conducen al abismo de la desdicha conyugal. “¿Es la jaula o el vuelo el amor?”, se pregunta atormentado, con la incertidumbre de no tener la respuesta. Thalía le ofrece no solamente la pasión y el atrevimiento, también le promete seguridad económica y la fama venidera de ver un no lejano día publicados sus escritos en Europa a donde le invita a fugarse.
Pero Juan de Dios no cree en la posibilidad de que ese amor clandestino, una vez adormecido por la fortuna y el éxito, sea venturoso. Prefiere eludir las cómodas certezas y perseguir eternamente una existencia entre lo épico y lo azaroso del peligro. Es una criatura romántica y rebelde, exaltada y visionaria, apasionada e insatisfecha. En última instancia, el verdadero sentido de la vida para este Ulises criollo llamado Juan de Dios Moro es precisamente lo que en su diario lo consignó el 30 de mayo de 1883:
Enlazar mi vida a una gran pasión –y en ello soy plenamente un hombre de mi siglo- ha sido siempre, para mí, la epifanía suprema. Amar a una mujer y admirar la belleza en toda mujer bella; mantener insatisfecha la sed del conocimiento y en todo conocimiento ampliar la capacidad de admirarse; ceder al impulso de una gran aventura y en cada aventura desafiar al destino; aceptar la humana existencia como perpetua lucha y en cada batalla saber que son más las derrotas que las victorias; aborrecer la tiranía por sobre todas las cosas y en cada tirano combatir el despotismo; y si de jugarnos la vida se trata, que sea por algo grande como Dios, el honor, la libertad o la patria”. (20)
           
                                                                       La Habana, febrero de 2016

NOTAS:
(1)      Juan Valdano, El fuego y la sombra, Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 2012, p. 10.
(2)     Ídem, p. 186.
(3)     Ídem. P. 30.
(4)     Ídem, p. 47.
(5)     Ídem, p.47.
(6)     Ídem, p. 75.
(7)     Ídem, pp. 77-78.
(8)     Ídem, p.   73.¨
(9)     Ídem, p. 41.
(10)  Ídem, p. 185.
(11)  Ídem, p. 185.
(12) Ídem, p. 151.
(13)  Ídem, pp. 54-55.
(14)  Ídem, pp. 147-148.
(15)  Ídem, p. 107.
(16)  Ídem, p. 117.
(17)  Ídem, p. 118.
(18)  Ídem, p. 118.
(19)  Ídem, p. 118.
(20)  Ídem, p. 201.


Félix Julio Alfonso López. Ensayista, historiador y profesor universitario cubano. Panelista del programa televisivo Escriba y Lea. Pertenece a la Asociación de Escritores (UNEAC). Autor de varios libros. Director de la Revista Cubana de Pensamiento e Historia, Caliban. Santaclareño nacido en el 1972. Doctor en Ciencias Históricas, Máster en Estudios Interdisciplinarios sobre América Latina, el Caribe y Cuba, Licenciado en Historia y Diplomado en Antropología Social. Es miembro de varias asociaciones profesionales y culturales cubanas, entre ellas la Asociación de Historiadores de América Latina y el Caribe (ADHILAC) y la Unión Nacional de Historiadores de Cuba (UNHIC). Desde 2001 se desempeña como panelista invitado al programa cultural de televisión Escriba y Lea. Ensayos y artículos suyos han sido publicados en revistas, antologías y páginas digitales de Cuba, México, Puerto Rico, Italia, Venezuela, España y en el País Vasco.

1 comentario:

  1. Muy buenas distinguido (y admirado) Juan Valdano, soy un estudiante del Colegio Vicente Rocafuerte de Guayaquil y, bueno, al yo tener que realizar un trabajo monográfico, me decidí por escribir acerca de su obra "La memoria y los adioses".
    Me gustó de hecho mucho, la forma en la que narra desde la perspectiva de un migrante y el peso que el recuerdo de su hogar representa para una persona de esta condición.
    Me gustaría mucho tener la oportunidad de entrevistarle algun dia no muy lejano y, bueno, le hago esa propuesta que de ser posible, me encantaria me dijera una fecha.
    Espero paciente su respuesta. Muchos exitos

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