miércoles, 29 de octubre de 2014

JUAN VALDANO Y SU NOVELA "MIENTRAS LLEGA EL DÍA"

“MIENTRAS LLEGA EL DÍA” O EL RESCATE DEL PLACER DE LEER*

Cecilia Ansaldo
Universidad Católica de Guayaquil.

El género novela

La novela es género que tiene historia. Ya en el mundo griego tuvo carácter de lectura peligrosa porque exaltaba los ánimos y volcaba sobre la realidad.  Mas fue Cervantes quien le dio esa posibilidad de “contener el mundo”, ese rasgo de receptáculo de lo relativo y lo ambiguo, inaugurando con ella una forma de conocimiento. En las últimas tres centurias la novela fue ensayando paulatinamente un lenguaje  liberador, mientras a la ciencia le ocurrió lo contrario. Con las mismas palabras con que la literatura quiere romper las barreras de los dogmas, de las definiciones, de las teorías, la ciencia y la técnica elaboraron  un juego de conceptos parcialmente útiles, en la medida en que son rebasados inmediatamente por la realidad. En la novela parece haber cabida para todo: para la Historia –como en el caso de MIENTRAS LLEGA EL DÍA, centrada en los hechos del 2 de Agosto de 1810, en el Ecuador-, para la descripción social – las páginas en que se describen los olores del Quito de la época dicen tanto como un informe sobre la insalubridad colonial- y también para la vida emocional, para las insondables  sensaciones y para la esperanzada metáfora futurista, más alentadora que los diagnósticos de ideólogos y políticos.

        Y –también en esta cercana experiencia de leer una novela- MIENTRAS LLEGA EL DÍA me devolvió el gusto por la anécdota, movilizó solidaria simpatía por su protagonista Pedro Matías  Ampudia, así como odios encendidos por el Coronel Bermúdez y su horda de arrasadores… Mas detrás de amores y rechazos –la emoción es una manera de captar la realidad- la conciencia  no puede  dejar de interiorizar una problemática multiforme: el mal gobierno, las iniciativas libertarias, el mestizaje ecuatoriano, la situación de los indígenas, la soledad del conocimiento, la fidelidad a los ideales…

        Dice Milan Kundera que la sociedad moderna progresa acompañada de un proceso de reducción de la vida individual, de la Historia que intencionalmente se olvida o se deforma, de la vida social que se reduce a vida política; en este panorama “la razón de ser de la novela es la de mantener la vida permanentemente iluminada y la de protegernos contra el olvido del ser”.  (1) Idea que bien vale para saludar a la novela de Valdano ya que le reconozco, de entrad, ese primer objetivo.

Anécdota

        Con MIENTRAS LLEGA EL DÍA estamos frente a una novela cuidadosamente elaborada. La exactitud de una estructura de homologías arquitectónicas e ideológicas apabulla al estudioso. Pero el lector –ese espíritu vivaz y espontáneo que quiero salvar- se sumerge en una historia caudalosa, que desde un núcleo esencial de acontecer desmiembra cantidad de ramificaciones, sin perderlas jamás. Se arranca el 25 de julio de 1810, cuando apresados algunos de los participantes en el intento independentista del año anterior, se espera su condena a muerte. El ideólogo del grupo, Pedro Matías Ampudia, libre todavía pero sintiendo  cercana su captura, arrastra por calles y barrios de Quito un intento de huida que se convierte después en lucha por la liberación  de sus discípulos y por el proyecto de la Independencia. La historia se cierra el 2 de agosto con el ataque a los cuarteles y la revuelta popular.

        Nueve días de Historia, en realidad, nueve días de ficción. Ya abundó la historia oficial en la crónica de esta gesta exageradamente loada como expresión de un espíritu libertario y republicano que estaba lejos de sentirse en aquellos días. Es admirable que este trozo de vida, vigorosamente colorido por un novelista, coincida con la equilibrada versión de la nueva Historia del Ecuador: fue el intento del sector criollo de arrebatar el poder a sus padres chapetones. Los protagonistas del movimiento son discípulos de Espejo, pero se mueven en la contradicción de las ideas iluministas y las ambiciones de clase. La literatura hace posible que en ella aparezcan, con rostro y lenguaje propios, quienes para la Historia son meros nombres;  nos permite apreciar desde el hecho sangriento hasta la cotidianeidad; desde la ambición política delos oportunistas criollos hasta la devastación truhanesca de la tropa.

        Entonces, los hechos se entretejen en un entramado que vincula todos los elementos del acontecer. Si tuviéramos que organizar ese gran todo que avanza de manera conjunta en la novela, una perspectiva de ordenamiento que podría adoptarse es la ubicación social de los  personajes: el Presidente de la Real Audiencia de Quito, seguido por Bermúdez, militar en jefe del Real de Lima, y los colaboradores españoles. Se mantiene cerca una serie de criollos adeptos  a la realeza, que apuntan hacia el nivel  social más alto. Hay un pasaje en el cual confluye el juego de fuerzas de esta tríada: mientras la nobleza criolla adula al anciano y ridículo presidente de la Real Audiencia, a su vez sufre el desprecio del Coronel Bermúdez, quien se siente superior a ella por haber nacido en España.

        Ratifican la ubicación del segundo nivel los criollos marginados por su condición  de rebeldes, los personajes Manosalvas, Quintanilla, Carmelita Manzanos, Pero Matías Ampudia (el protagonista).

        El tercer nivel está integrado por artesanos y trabajadores que secundarán a Pedro Matías Ampudia en el esfuerzo por liberar a los presos políticos.

        El cuarto nivel está constituido por elementos de la más baja extracción popular: Candelaria, la alcahueta que reúne una cohorte de colaboradores entre fisgones y prostitutas y el indígena Julián, quien tiene el encargo novelesco de vincular al indio a la lucha “libertaria”.

        Así, cada hecho tiene su actor, los personajes se mueven a través de relaciones de complicidad, aceptación o rechazo, en permanente movilidad, creando un dinamismo acelerado que se constituye como puntal de la novela (el autor la identifica como novela de acción). Este dinamismo de evidente carácter cinematográfico sobresale en el capítulo 6, subcapítulo 17, de extraordinaria habilidad narrativa: la muestra del saqueo de la ciudad de Quito por parte de la soldadesca del Real de Lima –al mismo tiempo que Bermúdez persigue al cura Coloma y el criado Melchor a la vieja Candelaria- se hace con alternancias y entrelazamientos de perfecto ritmo y unidad.

Personajes

        La construcción de personajes es esfuerzo especial del género novela: representan el espacio de la búsqueda del yo en la medida en que cada uno que se invente contiene algo de la persona humana  por reflejo o por antítesis, por condensación o simbolización. Juan Valdano acusa la siguiente elección: su principal fuente es la Historia misma: entonces, Eugenio Espejo, con su arrogancia iluminada, y el Padre Juan Bautista Aguirre, con su cortada pronunciación costeña –rasgos que tomo para ejemplificar, pero ostentan otros muchos- son seres vivos, latientes en esas páginas. El primero, compañero y después maestro de Pedro Matías Ampudia; y el segundo, maestro de ambos, ayudan a configurar indirectamente la personalidad de Ampudia, ser imaginario donde sí se concentra la creatividad del autor.

        Otros personajes son recreación figurativa de identificables nombres del pasado colonial: el Conde de Montejo, decrépito elemento de un poder también en decadencia, está tomado del Conde Ruíz de Castilla, Presidente de la Real Audiencia  de Quito; el Coronel Bermúdez, máscara de la mediocridad y ambición españolas, es el Coronel Manuel Arredondo, jefe de las fuerzas realistas; Merizalde, el fiscal peruano que esconde un complejo de mestizo, es el Dr. Tomás Arrechaga, quien en el juicio a los conjurados de agosto pidió la pena de muerte para 46 ciudadanos. Los blandos y contradictorios  Manosalvas y Quintanilla, prisioneros y sacrificados elementos de la fugaz Junta Suprema de 1809, son los Morales y Quiroga de la crónica ecuatoriana; todos estos personajes  están construidos a la luz de una inteligente comprensión de la conducta de los hombres: la lucha interior, el oportunismo, las debilidades de carácter, el peso de los ideales.

        Los hay, por último, que provienen exclusivamente de la libertad creadora del autor para levantar este gran mosaico –y que son, para mi gusto, los mejores-: ese Pedro Matías, intelectual consciente de su papel social, pero al mismo tiempo tocado por las flaquezas del miedo, la soledad, el deseo de ser amado, la vacilación en las respuestas –al menos, frente a Julián, el indígena-; este indígena, cuya capacidad de discernimiento queda justificada  por haber sido educado por Fray Pablo Espejo, hermano del prócer, es figura preponderante y clave en su representatividad. Está allí para demostrar que el indigenado no figuró jamás en ningún proyecto de redención social de la época y para probar que tanto en un gobierno español como en uno criollo la situación del indígena quedó inalterable. En su boca el narrador pone la lapidaria sentencia de que un nuevo gobierno sería , para la clase indígena, “el último día del despotismo y el primero de lo mismo”.

        Candelaria, la vieja alcahueta, saludada desde los epígrafes con las palabras el Arcipreste de Hita para la Trotaconventos del siglo XIV, es también logro sobresaliente, más que nada en su discurso de maestra hechicera sobre la doble materia del ser humano, sobre el vivir y el pecar: sabiduría popular del más inextricable mestizaje.

        Pero hay un personaje que no debo omitir para ser justa con esta estructura de tan rico cuño: ese es el pueblo. A la insistente mención de él de parte de Pedro Matías Ampudia, tanto chapetones como criollos lo mencionan de la misma manera: es la chusma, la canalla insolente, la pobretería de los barrios, la gente de medio pelo que solo sirve para  realizar los más bajos menesteres y tiene que ser gobernada con mano dura. Pero, de esa gente minusvalorada (un tabernero, un escultor de oficio, un sacristán) consigue el protagonista sus más files colaboradores para el rescate de los prisioneros; esa gente que dejó memoria de la revuelta de los Estancos (1765); esa gente de la cual el Coronel Bermúdez reconoce que “no es mansa ni sufrida”, como la de Lima o Bogotá. Verdadero personaje colectivo, para él, Valdano encuentra la palabra precisa en la copla anónima que abre la mayoría de las divisiones externas de la obra, de tal manera que cuando dicen:
                        Tiranos fueron los godos
                        los patriotas son lo mismo.

        Coplas de la época de la Independencia que dejan para la posteridad la huella de la inmediata e inteligente comprensión de su tiempo.

Espacios

        El estudio de la estructura espacial también es fuente de copiosos significados. De allí brota la seriedad de un esfuerzo de reconstrucción ambiental que está apoyado en minuciosa investigación; el Quito colonial es estampa fidedigna con esa “carnalidad” –para llamarla con vigor- que solo puede  darle a una descripción el lenguaje literario. Las calles y barrios –San Francisco, San Juan, San Blas, San Roque-, los templos de La Compañía y San Francisco, la Biblioteca y el Convento de los Jesuitas, el Hospital de los Betlemitas, el garito  son recintos de vida y muerte según se los mire y permiten al narrador un despliegue de descripciones coloristas que convierten a esta novela en magnífica información para los sentidos.

Lo original

        Por eso se da lo que podría llamarse una notoria paradoja; siendo esta una novela de ideas, ideas que se expansionan tanto en el solitario discurrir de Pedro Matías como en los fragosos diálogos de intercambios conceptuales (véase la clase de Física de Juan Bautista Aguirre, donde disputan el pensamiento oscurantista de Murillo con el ilustrado Espejo; o la discusión en el presidio de Ampudia con sus discípulos sobre los derechos del hombre y las luchas políticas), es también un relato sensorial cargado de imágenes de todo tipo que hacen de la lectura el puente para la recreación imaginaria más completa.

        Así Quito y su gente cruzan por estas páginas principalmente como realidad visual: son impresionantes la descripciones de conjunto: el altar de la Compañía, el pabellón del convento convertido en hospicio, con todo su contenido de enfermedad y miseria humanas; pero también es dato para la pituitaria cuando se nos dice que calles y casas están “cargadas de miasmas” y, en otras páginas, se descorren cerrojos, chirrían los goznes, vibran los cristales, en logrado inventario de sonidos. Síntesis de cuán sensorial puede ser  el testimonio de la realidad es el capítulo donde se narra y describe la fiesta de los toros en la Plaza Grande.

        ¿Quién narra esta novela? Como tenía que ser –dada su extensión- no es una voz única, monocorde. Es verdad que prima el punto de vista dominante de un narrador conocedor de toda la trama, pero éste se alterna con discursos en primera persona de personajes importantes: Pedro Matías, Julián, Bermúdez; con la carta del inglés Spencer –secretario del Presidente de la Real Audiencia de Quito- a sus contactos masones en Nueva Granada; o con relatos focalizados en diferentes y variados personajes. Es un acierto que un subcapítulo tan importante como el penúltimo –donde se concreta el relato del ataque al cuartel- se haga desde la perspectiva de un personaje popular y muy secundario, como es Petita, la mujer del tabernero y hermano del paje de Manosalvas,  apresado con su señor.  Se consigue, entonces,  que desde una rama  muy distante se avance hacia el núcleo de los hechos. (…)

Novela con puesto definitivamente ganado

        En MIENTRAS LLEGA EL DÍA  hay mucho más de lo que he descrito. Intencionalmente dejo afuera la interpretación al sentido del conjunto, el análisis del proyecto arquitectónico y simbolizante que desarrolla. (…)  Una consecuencia inmediata de esta lectura libre son las asociaciones, las proximidades entre una y otra, que afloran a la mente para confirmar la intertextualidad que hace de la literatura un gran y único libro. Por eso he visto a esta novela enriqueciendo la línea de otras como “María Joaquina en la vida y en la muerte” de Jorge Dávila y de “Pájara la memoria” de Iván Egüez,  principalmente, novelas que acompañan al despertar de la ciencia social en el Ecuador, en el ánimo de redescubrir y redefinir un pasado enterrado entre los oropeles de la exaltación y el chovinismo, que escondió o deformó los hechos para entregarnos una Historia de bambalina. Con novelas como MIENTRAS LLEGA EL DÍA, maduraremos hasta aceptar en los términos adecuados nuestro mestizaje, creceremos hacia la construcción de un gobierno justo, abonaremos el terreno necesario para saber quiénes somos a costa de tener claro cómo hemos sido.
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(1)Kundera, Milán. El arte de la novela. Barcelona. Tusquets, 1987.
*Fragmentos del ensayo publicado en la Revista Nacional de Cultura, No. 2. Consejo Nacional de Cultura, Subsecretaría de Cultura. Quito,  Abril 1994. 


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