“MIENTRAS LLEGA EL
DÍA” O EL RESCATE DEL PLACER DE LEER*
Cecilia
Ansaldo
Universidad
Católica de Guayaquil.
El
género novela
La
novela es género que tiene historia. Ya en el mundo griego tuvo carácter de
lectura peligrosa porque exaltaba los ánimos y volcaba sobre la realidad. Mas fue Cervantes quien le dio esa
posibilidad de “contener el mundo”, ese rasgo de receptáculo de lo relativo y
lo ambiguo, inaugurando con ella una forma de conocimiento. En las últimas tres
centurias la novela fue ensayando paulatinamente un lenguaje liberador, mientras a la ciencia le ocurrió
lo contrario. Con las mismas palabras con que la literatura quiere romper las
barreras de los dogmas, de las definiciones, de las teorías, la ciencia y la
técnica elaboraron un juego de conceptos
parcialmente útiles, en la medida en que son rebasados inmediatamente por la
realidad. En la novela parece haber cabida para todo: para la Historia –como en
el caso de MIENTRAS LLEGA EL DÍA, centrada en los hechos del 2 de Agosto de
1810, en el Ecuador-, para la descripción social – las páginas en que se
describen los olores del Quito de la época dicen tanto como un informe sobre la
insalubridad colonial- y también para la vida emocional, para las
insondables sensaciones y para la
esperanzada metáfora futurista, más alentadora que los diagnósticos de
ideólogos y políticos.
Y –también en esta cercana experiencia de leer una novela-
MIENTRAS LLEGA EL DÍA me devolvió el gusto por la anécdota, movilizó solidaria
simpatía por su protagonista Pedro Matías
Ampudia, así como odios encendidos por el Coronel Bermúdez y su horda de
arrasadores… Mas detrás de amores y rechazos –la emoción es una manera de captar
la realidad- la conciencia no puede dejar de interiorizar una problemática
multiforme: el mal gobierno, las iniciativas libertarias, el mestizaje
ecuatoriano, la situación de los indígenas, la soledad del conocimiento, la
fidelidad a los ideales…
Dice Milan Kundera que la sociedad moderna progresa
acompañada de un proceso de reducción de la vida individual, de la Historia que
intencionalmente se olvida o se deforma, de la vida social que se reduce a vida
política; en este panorama “la razón de ser de la novela es la de mantener la
vida permanentemente iluminada y la de protegernos contra el olvido del
ser”. (1) Idea que bien vale para
saludar a la novela de Valdano ya que le reconozco, de entrad, ese primer
objetivo.
Anécdota
Con MIENTRAS LLEGA EL DÍA estamos frente a una novela
cuidadosamente elaborada. La exactitud de una estructura de homologías
arquitectónicas e ideológicas apabulla al estudioso. Pero el lector –ese
espíritu vivaz y espontáneo que quiero salvar- se sumerge en una historia
caudalosa, que desde un núcleo esencial de acontecer desmiembra cantidad de
ramificaciones, sin perderlas jamás. Se arranca el 25 de julio de 1810, cuando
apresados algunos de los participantes en el intento independentista del año
anterior, se espera su condena a muerte. El ideólogo del grupo, Pedro Matías
Ampudia, libre todavía pero sintiendo
cercana su captura, arrastra por calles y barrios de Quito un intento de
huida que se convierte después en lucha por la liberación de sus discípulos y por el proyecto de la
Independencia. La historia se cierra el 2 de agosto con el ataque a los
cuarteles y la revuelta popular.
Nueve días de Historia, en realidad, nueve días de ficción.
Ya abundó la historia oficial en la crónica de esta gesta exageradamente loada
como expresión de un espíritu libertario y republicano que estaba lejos de
sentirse en aquellos días. Es admirable que este trozo de vida, vigorosamente
colorido por un novelista, coincida con la equilibrada versión de la nueva
Historia del Ecuador: fue el intento del sector criollo de arrebatar el poder a
sus padres chapetones. Los protagonistas del movimiento son discípulos de
Espejo, pero se mueven en la contradicción de las ideas iluministas y las
ambiciones de clase. La literatura hace posible que en ella aparezcan, con
rostro y lenguaje propios, quienes para la Historia son meros nombres; nos permite apreciar desde el hecho
sangriento hasta la cotidianeidad; desde la ambición política delos oportunistas
criollos hasta la devastación truhanesca de la tropa.
Entonces, los hechos se entretejen en un entramado que
vincula todos los elementos del acontecer. Si tuviéramos que organizar ese gran
todo que avanza de manera conjunta en la novela, una perspectiva de
ordenamiento que podría adoptarse es la ubicación social de los personajes: el Presidente de la Real
Audiencia de Quito, seguido por Bermúdez, militar en jefe del Real de Lima, y
los colaboradores españoles. Se mantiene cerca una serie de criollos
adeptos a la realeza, que apuntan hacia
el nivel social más alto. Hay un pasaje
en el cual confluye el juego de fuerzas de esta tríada: mientras la nobleza
criolla adula al anciano y ridículo presidente de la Real Audiencia, a su vez
sufre el desprecio del Coronel Bermúdez, quien se siente superior a ella por
haber nacido en España.
Ratifican la ubicación del segundo nivel los criollos
marginados por su condición de rebeldes,
los personajes Manosalvas, Quintanilla, Carmelita Manzanos, Pero Matías Ampudia
(el protagonista).
El tercer nivel está integrado por artesanos y trabajadores
que secundarán a Pedro Matías Ampudia en el esfuerzo por liberar a los presos
políticos.
El cuarto nivel está constituido por elementos de la más baja
extracción popular: Candelaria, la alcahueta que reúne una cohorte de
colaboradores entre fisgones y prostitutas y el indígena Julián, quien tiene el
encargo novelesco de vincular al indio a la lucha “libertaria”.
Así, cada hecho tiene su actor, los personajes se mueven a
través de relaciones de complicidad, aceptación o rechazo, en permanente
movilidad, creando un dinamismo acelerado que se constituye como puntal de la
novela (el autor la identifica como novela de acción). Este dinamismo de
evidente carácter cinematográfico sobresale en el capítulo 6, subcapítulo 17,
de extraordinaria habilidad narrativa: la muestra del saqueo de la ciudad de
Quito por parte de la soldadesca del Real de Lima –al mismo tiempo que Bermúdez
persigue al cura Coloma y el criado Melchor a la vieja Candelaria- se hace con
alternancias y entrelazamientos de perfecto ritmo y unidad.
Personajes
La construcción de personajes es esfuerzo especial del género
novela: representan el espacio de la búsqueda del yo en la medida en que cada
uno que se invente contiene algo de la persona humana por reflejo o por antítesis, por condensación
o simbolización. Juan Valdano acusa la siguiente elección: su principal fuente
es la Historia misma: entonces, Eugenio Espejo, con su arrogancia iluminada, y
el Padre Juan Bautista Aguirre, con su cortada pronunciación costeña –rasgos
que tomo para ejemplificar, pero ostentan otros muchos- son seres vivos,
latientes en esas páginas. El primero, compañero y después maestro de Pedro
Matías Ampudia; y el segundo, maestro de ambos, ayudan a configurar
indirectamente la personalidad de Ampudia, ser imaginario donde sí se concentra
la creatividad del autor.
Otros personajes son recreación figurativa de identificables
nombres del pasado colonial: el Conde de Montejo, decrépito elemento de un
poder también en decadencia, está tomado del Conde Ruíz de Castilla, Presidente
de la Real Audiencia de Quito; el
Coronel Bermúdez, máscara de la mediocridad y ambición españolas, es el Coronel
Manuel Arredondo, jefe de las fuerzas realistas; Merizalde, el fiscal peruano
que esconde un complejo de mestizo, es el Dr. Tomás Arrechaga, quien en el
juicio a los conjurados de agosto pidió la pena de muerte para 46 ciudadanos.
Los blandos y contradictorios Manosalvas
y Quintanilla, prisioneros y sacrificados elementos de la fugaz Junta Suprema
de 1809, son los Morales y Quiroga de la crónica ecuatoriana; todos estos
personajes están construidos a la luz de
una inteligente comprensión de la conducta de los hombres: la lucha interior,
el oportunismo, las debilidades de carácter, el peso de los ideales.
Los hay, por último, que provienen exclusivamente de la
libertad creadora del autor para levantar este gran mosaico –y que son, para mi
gusto, los mejores-: ese Pedro Matías, intelectual consciente de su papel
social, pero al mismo tiempo tocado por las flaquezas del miedo, la soledad, el
deseo de ser amado, la vacilación en las respuestas –al menos, frente a Julián,
el indígena-; este indígena, cuya capacidad de discernimiento queda
justificada por haber sido educado por
Fray Pablo Espejo, hermano del prócer, es figura preponderante y clave en su
representatividad. Está allí para demostrar que el indigenado no figuró jamás
en ningún proyecto de redención social de la época y para probar que tanto en
un gobierno español como en uno criollo la situación del indígena quedó
inalterable. En su boca el narrador pone la lapidaria sentencia de que un nuevo
gobierno sería , para la clase indígena, “el último día del despotismo y el
primero de lo mismo”.
Candelaria, la vieja alcahueta, saludada desde los epígrafes
con las palabras el Arcipreste de Hita para la Trotaconventos del siglo XIV, es
también logro sobresaliente, más que nada en su discurso de maestra hechicera
sobre la doble materia del ser humano, sobre el vivir y el pecar: sabiduría
popular del más inextricable mestizaje.
Pero hay un personaje que no debo omitir para ser justa con
esta estructura de tan rico cuño: ese es el pueblo. A la insistente mención de
él de parte de Pedro Matías Ampudia, tanto chapetones como criollos lo
mencionan de la misma manera: es la chusma, la canalla insolente, la pobretería
de los barrios, la gente de medio pelo que solo sirve para realizar los más bajos menesteres y tiene que
ser gobernada con mano dura. Pero, de esa gente minusvalorada (un tabernero, un
escultor de oficio, un sacristán) consigue el protagonista sus más files
colaboradores para el rescate de los prisioneros; esa gente que dejó memoria de
la revuelta de los Estancos (1765); esa gente de la cual el Coronel Bermúdez
reconoce que “no es mansa ni sufrida”, como la de Lima o Bogotá. Verdadero
personaje colectivo, para él, Valdano encuentra la palabra precisa en la copla
anónima que abre la mayoría de las divisiones externas de la obra, de tal
manera que cuando dicen:
Tiranos fueron los godos
los patriotas son lo
mismo.
Coplas de la época de la Independencia que dejan para la
posteridad la huella de la inmediata e inteligente comprensión de su tiempo.
Espacios
El estudio de la estructura espacial también es fuente de
copiosos significados. De allí brota la seriedad de un esfuerzo de
reconstrucción ambiental que está apoyado en minuciosa investigación; el Quito
colonial es estampa fidedigna con esa “carnalidad” –para llamarla con vigor-
que solo puede darle a una descripción
el lenguaje literario. Las calles y barrios –San Francisco, San Juan, San Blas,
San Roque-, los templos de La Compañía y San Francisco, la Biblioteca y el
Convento de los Jesuitas, el Hospital de los Betlemitas, el garito son recintos de vida y muerte según se los
mire y permiten al narrador un despliegue de descripciones coloristas que
convierten a esta novela en magnífica información para los sentidos.
Lo
original
Por eso se da lo que podría llamarse una notoria paradoja;
siendo esta una novela de ideas, ideas que se expansionan tanto en el solitario
discurrir de Pedro Matías como en los fragosos diálogos de intercambios
conceptuales (véase la clase de Física de Juan Bautista Aguirre, donde disputan
el pensamiento oscurantista de Murillo con el ilustrado Espejo; o la discusión
en el presidio de Ampudia con sus discípulos sobre los derechos del hombre y
las luchas políticas), es también un relato sensorial cargado de imágenes de
todo tipo que hacen de la lectura el puente para la recreación imaginaria más
completa.
Así Quito y su gente cruzan por estas páginas principalmente
como realidad visual: son impresionantes la descripciones de conjunto: el altar
de la Compañía, el pabellón del convento convertido en hospicio, con todo su
contenido de enfermedad y miseria humanas; pero también es dato para la
pituitaria cuando se nos dice que calles y casas están “cargadas de miasmas” y,
en otras páginas, se descorren cerrojos, chirrían los goznes, vibran los
cristales, en logrado inventario de sonidos. Síntesis de cuán sensorial puede
ser el testimonio de la realidad es el
capítulo donde se narra y describe la fiesta de los toros en la Plaza Grande.
¿Quién narra esta novela? Como tenía que ser –dada su
extensión- no es una voz única, monocorde. Es verdad que prima el punto de
vista dominante de un narrador conocedor de toda la trama, pero éste se alterna
con discursos en primera persona de personajes importantes: Pedro Matías,
Julián, Bermúdez; con la carta del inglés Spencer –secretario del Presidente de
la Real Audiencia de Quito- a sus contactos masones en Nueva Granada; o con
relatos focalizados en diferentes y variados personajes. Es un acierto que un
subcapítulo tan importante como el penúltimo –donde se concreta el relato del
ataque al cuartel- se haga desde la perspectiva de un personaje popular y muy
secundario, como es Petita, la mujer del tabernero y hermano del paje de
Manosalvas, apresado con su señor. Se consigue, entonces, que desde una rama muy distante se avance hacia el núcleo de los
hechos. (…)
Novela
con puesto definitivamente ganado
En MIENTRAS LLEGA EL DÍA
hay mucho más de lo que he descrito. Intencionalmente dejo afuera la
interpretación al sentido del conjunto, el análisis del proyecto arquitectónico
y simbolizante que desarrolla. (…) Una
consecuencia inmediata de esta lectura libre son las asociaciones, las
proximidades entre una y otra, que afloran a la mente para confirmar la
intertextualidad que hace de la literatura un gran y único libro. Por eso he
visto a esta novela enriqueciendo la línea de otras como “María Joaquina en la vida y en la muerte” de Jorge Dávila y de “Pájara la memoria” de Iván Egüez, principalmente, novelas que acompañan al
despertar de la ciencia social en el Ecuador, en el ánimo de redescubrir y
redefinir un pasado enterrado entre los oropeles de la exaltación y el
chovinismo, que escondió o deformó los hechos para entregarnos una Historia de
bambalina. Con novelas como MIENTRAS LLEGA EL DÍA, maduraremos hasta aceptar en
los términos adecuados nuestro mestizaje, creceremos hacia la construcción de
un gobierno justo, abonaremos el terreno necesario para saber quiénes somos a
costa de tener claro cómo hemos sido.
-----------
(1)Kundera, Milán. El arte de la novela. Barcelona.
Tusquets, 1987.
*Fragmentos del ensayo publicado en la Revista Nacional de Cultura, No. 2.
Consejo Nacional de Cultura, Subsecretaría de Cultura. Quito, Abril 1994.
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