miércoles, 26 de junio de 2013

ACERCA DEL HÉROE


Juan Valdano

     Cuando se dice y se repite por boca del pueblo que una persona, alguien del común de los mortales, logró llevar adelante ejecutorias extraordinarias surge un héroe, nace un mito. Nunca habrá lindes lejanos ni conquistas imposibles para la ambición del ser humano. Al igual que el eco, la fama del héroe tiende a dilatarse. Así fue desde el comienzo, desde aquellas turbadoras noches de la prehistoria, cuando dos o tres cazadores nómadas descargaban su fatiga contando las hazañas corridas por cada uno, alrededor de la palpitante llama de una hoguera.

     Pero vengamos a nuestro tiempo y hablemos de los campeones de hoy, paladines de talla menos grandiosa y que, al igual que ayer, surgen al margen del prosaico ritmo de lo cotidiano. Y vemos cómo, cada cuatro años arriban a las grandes olimpiadas oleadas de jóvenes dotados de fuerza y talento extraordinarios que pugnan por el oro, la plata y el bronce y la gloria consiguiente; una vez enfrentados en la pista atlética, obtienen, para pasmo del mundo, marcas cada vez más altas e impensables hasta hace poco tiempo. Y hay de los otros, los héroes de barro a los que agiganta la magia televisiva, aquellos a quienes una hinchada fanática que brama y se aprieta en los graderíos de un estadio de fútbol, celebra, con catártico empeño, la jugada atrevida, la hazaña del gol. No obstante de ello, en una civilización como la nuestra, a la que agobia lo banal y atosiga la chatarra, pocos de estos ídolos permanecen en el pedestal; una vez extinguidas las flamas y silenciados los aplausos, muchos de ellos son olvidados. La ceniza los cubre.

    Ello no ocurre con el héroe mítico, aquel que se yergue al origen de una cultura y cuya memoria es venerada por simbolizar el carácter de un pueblo, la fundación de una patria; arquetipo de la eterna contradicción del hombre con su destino. La nación, en tanto comunidad imaginada, necesita –al parecer- del héroe y sus epopeyas, un salvador al cual rendirle ese culto laico que todo estado inventa en añoranza de lo sacro. Las brumas de la leyenda lo tornan fabuloso; y si su sombra se alarga aún hasta nosotros (porque su historia nos resulta más cercana), lo sentiremos más humano e incluso imperfecto, pero no menos grandioso. En la tumba del héroe se mece la cuna de un pueblo.


18 – agosto -2012

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