Juan Valdano
Cuando se dice y se repite por boca del
pueblo que una persona, alguien del común de los mortales, logró llevar
adelante ejecutorias extraordinarias surge un héroe, nace un mito. Nunca habrá
lindes lejanos ni conquistas imposibles para la ambición del ser humano. Al
igual que el eco, la fama del héroe tiende a dilatarse. Así fue desde el
comienzo, desde aquellas turbadoras noches de la prehistoria, cuando dos o tres
cazadores nómadas descargaban su fatiga contando las hazañas corridas por cada
uno, alrededor de la palpitante llama de una hoguera.
Pero vengamos a nuestro tiempo y hablemos de
los campeones de hoy, paladines de talla menos grandiosa y que, al igual que
ayer, surgen al margen del prosaico ritmo de lo cotidiano. Y vemos cómo, cada
cuatro años arriban a las grandes olimpiadas oleadas de jóvenes dotados de
fuerza y talento extraordinarios que pugnan por el oro, la plata y el bronce y
la gloria consiguiente; una vez enfrentados en la pista atlética, obtienen,
para pasmo del mundo, marcas cada vez más altas e impensables hasta hace poco
tiempo. Y hay de los otros, los héroes de barro a los que agiganta la magia
televisiva, aquellos a quienes una hinchada fanática que brama y se aprieta en
los graderíos de un estadio de fútbol, celebra, con catártico empeño, la jugada
atrevida, la hazaña del gol. No obstante de ello, en una civilización como la nuestra,
a la que agobia lo banal y atosiga la chatarra, pocos de estos ídolos permanecen
en el pedestal; una vez extinguidas las flamas y silenciados los aplausos, muchos
de ellos son olvidados. La ceniza los cubre.
Ello no ocurre con el héroe mítico, aquel que
se yergue al origen de una cultura y cuya memoria es venerada por simbolizar el
carácter de un pueblo, la fundación de una patria; arquetipo de la eterna
contradicción del hombre con su destino. La nación, en tanto comunidad
imaginada, necesita –al parecer- del héroe y sus epopeyas, un salvador al cual
rendirle ese culto laico que todo estado inventa en añoranza de lo sacro. Las
brumas de la leyenda lo tornan fabuloso; y si su sombra se alarga aún hasta
nosotros (porque su historia nos resulta más cercana), lo sentiremos más humano
e incluso imperfecto, pero no menos grandioso. En la tumba del héroe se mece la
cuna de un pueblo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario