miércoles, 26 de junio de 2013

El rey está desnudo


Juan Valdano

 Cuando la mentira se convierte en dogma, la verdad resulta subversiva.
Don Juan Manuel, hombre de su siglo (el XIV), recopiló en “El conde Lucanor” fábulas profanas escuchadas en boca de juglares y a las que, con claro afán pedagógico, transformó en apólogos. Resumida y exenta de moralidades, me permito traer una de ellas, aquella del “rey desnudo”. 

Tres rufianes que pasaban por diestros tejedores lograron timar a un rey, a cuya corte habían llegado, con el cuento de que podían tejer un paño cuya rara virtud  consistía en que solo podían verlo aquellos que eran hijos legítimos de quien creían ser su padre y los que no lo eran, no lo veían. De maravilla le pareció al monarca tal invento, pues según costumbre mora, la herencia de un progenitor se fundaba en la legitimidad y, a falta de ésta, el patrimonio pasaba al rey. Para ello, los timadores le solicitaron todo lo que necesitaban para fabricar la milagrosa tela: dinero, sedas, joyas, perlas, hilo de oro. Cuando los farsantes anunciaron que habían confeccionado un traje con el fabuloso paño, el rey se apresuró a probárselo. Hábiles actores como eran, los urdidores procedieron de tal forma que, luego de desnudar al monarca, lo “vistieron” con el traje imaginario. Cuando sus cortesanos lo vieron en cueros no se atrevieron a confesarlo; al contrario, pensando en la deshonra que les sobrevendría mintieron alabando la hermosura de un vestido que sus ojos no veían. Como el rey tampoco lo veía, guardó silencio; pensó que su honra y su corona estaban en peligro. Sin embargo, su palafrenero, un esclavo negro que ninguna honra tenía qué preservar, se atrevió a cantar la verdad: “A mi fe que el rey está desnudo”. Luego de tal atrevimiento, la realidad se hizo palpable como patente la estafa.

En 1610 Galileo demostró que la teoría geocéntrica de Tolomeo  sostenida como verdad inamovible por la Iglesia, era errónea. Contra el aristotelismo, eminentemente deductivo, propuso la búsqueda de la verdad a partir de la observación de los fenómenos naturales. La idea teocéntrica entró en crisis; la rebelión metafísica había comenzado. El Santo Oficio, con la Biblia en la mano, declaró hereje a Galileo, lo condenó al silencio. Cuando el dogmatismo convierte el error en fe ciega, el pensamiento libre es silenciado, la opinión disidente es delito.

En 1965 Alexander Solyenitzin escribió “Archipiélago Gulag”, crónica minuciosa de su vida como prisionero en los campos de concentración soviéticos, mostró al mundo el verdadero rostro del “paraíso” comunista. Dijo: “Aunque la mentira lo cubra todo con su ponzoña, aunque reine por doquier, nosotros no debemos claudicar”. Solyenitzin, hombre insobornable, fue excluido. Cuando la mentira se convierte en dogma, la verdad resulta subversiva.


Siempre habrá alguien que se atreva a desafiar el miedo para denunciar la mentira y resistir a la opresión; siempre habrá alguien que no se acomode a la falsedad, que prefiera decir la verdad: que el rey está desnudo.

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